Justo un año después de la retirada de EE UU de Afganistán, el gobierno francés culminó la salida de sus tropas de ocupación en Malí. Con menos prensa, sin imágenes dramáticas ni discursos solemnes, el último soldado francés cruzó al mediodía del lunes pasado la frontera con Níger dando por finalizada -y evidenciando el fracaso de- la operación militar “antiterrorista” contra el yihadismo iniciada en 2013.

Luego del repliegue, iniciado hace seis meses por las tensiones entre París y la junta militar que gobierna Malí, el gobierno de facto acusó a Francia de “dar informaciones y apoyo miliar a los yihadistas» y de violar su espacio aéreo, por lo que pidió una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU.

Las raíces del conflicto son profundas, pero todas derivan de la intervención francesa. En 2011, Nicolas Sarkozy invadió Libia, dirigida entonces por Muammar al-Gadafi; muchas armas enviadas por los franceses se extendieron al norte de Malí, donde los tuaregs nómadas las usaron en su conflicto con el sur, existente desde que la Francia colonialista trazó las fronteras irregulares en esa región africana. París alegó que los tuaregs eran radicales religiosos y, en 2013, Francois Hollande envió las tropas en el marco de la Operación Barkhane.

Después del doble golpe de Estado en Malí, en 2020 y 2021, la relación entre ambos países se fracturó y acabó estallando en enero cuando el canciller francés habló de una “junta ilegítima” y el gobierno maliense expulsó al embajador europeo y exigió la retirada inmediata de sus tropas. En febrero, Emmanuel Macron anunció el repliegue y dispuso “rearticular el dispositivo de la operación fuera del territorio maliense”. La Operación Barkhane contó con un contingente superior a los 5000 efectivos, repartidos entre los cinco aliados de París en la región del Sahel: Malí, Burkina Faso, Chad, Níger y Mauritania, todas excolonias francesas. A pesar de asociarse con otros países para “europeizar” la seguridad en esa frontera sur de Europa, la intervención concluyó con un rotundo fracaso. No sólo no logró frenar el avance yihadista (durante los meses de junio y julio se perpetraron unos 15 atentados), sino que dejó cerca de 2,5 millones de refugiados, miles de civiles asesinados y 59 soldados franceses muertos.

La retirada tampoco logró aliviar las tensiones diplomáticas. El miércoles, el canciller maliense, Abdoulaye Diop, acusó a Francia de proveer informaciones, armas y municiones a grupos terroristas en el norte del país. Además, denunció que “se produjeron más de 50 violaciones flagrantes del espacio aéreo en lo que va del año” y pidió un debate en Naciones Unidas para que Francia “cese inmediatamente sus actos de agresión”. Del lado francés negaron las acusaciones y, sin un dejo de autocrítica, culparon del fracaso a los militares malienses.

La salida de Francia de Malí no implica el cierre definitivo de esta operación europea ni la retirada francesa de África, que tiene previsto mantener e incluso reforzar su presencia militar en otras naciones de África Occidental con el pretexto de enfrentar a los grupos islamistas radicales. Pero implica una redefinición de su estrategia en un continente donde, durante las décadas posteriores a las independencias, mantuvo una gran influencia y donde impulsó más de 50 intervenciones militares desde 1960.

Parece mucho más creíble el argumento de que los depósitos de uranio, que mantienen barata la energía nuclear francesa, las minas de oro y el deseo de conservar el sistema neocolonial conocido como “Françafrique” fueron las principales motivaciones de esta operación militar también llamada “el Afganistán de Francia”.  «