Hubo mucha expectativa en octubre pasado cuando el presidente Donald Trump liberó 35000 documentos secretos de la CIA que había permanecido en la oscuridad por más medio siglo sobre el asesinato de John F. Kennedy. Hubo entonces una gran decepción, porque no había mucho más de lo que ya se había especulado acerca del magnicidio que conmovió a Estados Unidos y el mundo el 23 de noviembre de 1963. Quizás eso influyó para que en abril pasado no muchos investigadores se tomaran en trabajo de hurgar en otra tanda de 18000 papeles que el gobierno desclasificó, a regañadientes de la CIA, que venía pidiendo más tiempo para sacarlos a la consideración pública. Un experto en ese momento de la historia contemporánea, Jerry Kroth, encontró datos que pueden torcer definitivamente la versión oficial y abonaría muchas de las hipótesis que circularon desde entonces. Y demostraría que detrás del crimen estaba no solo la agencia de inteligencia estadounidense y el FBI, sino que los ejecutores fueron sicarios de la mafia corsa y específicamente un asesino a sueldo que estuvo detenido en Buenos Aires por el robo a un banco y salió en libertad para terminar eliminado en México en 1972.

Kroth es profesor emérito en la Universidad de Santa Clara, en California, y acaba de mandar a imprenta el libro El asesinato de Kennedy: lo que realmente ocurrió. Allí se sorprende de que en esos nuevos documentos aparezca la historia de dos soldados que, de haber sido tenidos en cuenta por quienes tenían la responsabilidad de proteger al presidente, hubiera servido para evitar el desenlace registrado en esa trágica visita a Dallas.

Uno de ellos es Eugene Dinkin, un operador de código criptográfico del Ejército de EEUU destacado en Metz, Francia, que a principios de noviembre de 1963 detectó en alguna de las comunicaciones que llegaron a su despacho detalles de un plan para asesinar al mandatario demócrata. Los implicados, según registró Dinkin, serían Jean Souètre, un miembro de la mafia de Córcega, Guy Banister, un agente del FBI sobre el que lanzó sus sospechas el fiscal Jim Garrison, y William Harvey, del staff de la CIA.

Similar información, según los papeles de la CIA ahora conocidos, tenía Davis Christensen, un sargento de la Fuerza Aérea apostado en una base de comunicaciones de Kirknewton, Escocia. Un destino parecido tuvieron ambos luego de haber compartido esta informacion con sus superiores: tanto Dinkin como Christensen terminaron confinados en instituciones mentales,diagnosticados con algún tipo de alteración psicológica. No se sabe mucho qué ocurrió después con ellos, ya que no pasó ni un mes de sus advertencias cuando Kennedy cayó baleado en su recorrida por la ciudad texana.

Según Kroth, la documentación muestra que tanto el vicepresidente Lyndon Johnson como el titular del FBI, Edgard Hoover, y su par de la CIA, Richard Helms, tenían las manos manchadas con el magnicidio.

La punta de Souètre, en cambio, lleva a la OAS (Organización Armada Secreta), la banda paramilitar francesa que tras la derrota de las tropas galas en Vietnam en 1954 se propusieron impedir la liberación de Argelia apelando a la violencia más extrema. Luego muchos de ellos entrenaron a los militares argentinos que protagonizaron el golpe genocida de 1976. Decididos criminales y anticomunistas por sobre todas las cosas, estuvieron implicados también en el homicidio del líder congoleño Moise Tshombe, en 1966.

Tres años antes, habría estado relacionado con el grupo que llevó adelante el operativo para eliminar a Kennedy, según una investigación del periodista Stephen RIvele publicada en 1988 y que ahora vuelve a tener su peso porque se demuestra que lo suyo no era una especulación en base a testimonios de personajes del submundo del comercio internacional de drogas ilegales.

En efecto, Rivele cuenta en Kennedy, la conspiración de la mafia, que un tal Jean Souètre habría conectado a sicarios de la mafia de Córcega para hacer un trabajito en Dallas. Entre ellos estaban Lucien Sarti, Saubeur Pironti y Roger Bocognoni.

Sarti, junto con Joseph Ricord y Francois Chiappe, fueron detenidos en 1968 en Buenos Aires, donde se supone que intentaban -o habían logrado-armar un centro para el tráfico de estupefacientes en el marco de la Conexión Francesa. Los tres compartían sus ideas ultraderechistas y su cercanía con la OAS. Fueron acusados por el robo a la sucursal de Boedo del Banco de la Nación, de donde se llevaron un total de 68 millones de dólares.

Todo indica que los tres salieron algunos meses más tarde por «falta de mérito». Ricord fue arrestado en 1972 en Paraguay y extraditado a EEUU. Volvió a Asunción en 1983 y murió en 1985. Chiappe estaba preso en Devoto en 1973 cuando el gobierno de Héctor Cámpora dictó una ley de amnistía de la que se coló para cruzar las rejas. Murió en Córdoba, en un hogar de ancianos de Santa María de Punilla, en 2009.

Sarti -hombre de exquisita puntería con el fusil, cuentan quienes lo conocieron- es el que se supone que disparó el proyectil que en la película de Oliver Stone se ve que llega de frente y arroja la cabeza de Kennedy hacia atrás volándole la tapa de los sesos. Esa filmación casera de un testigo que quería registrar la gira del presidente, Abraham Zapruder, demuestra que Lee Harvey Oswald no podía ser el único en tirar, e incluso prueba la tesis de que el presidente quedó en medio de una triangulación. Sarti cayó en una refriega con la policía mexicana en 1972.

Habrá que ver si en los documentos desclasificados de la CIA se ven más detalles sobre un caso que sigue atrapando, a casi 55 años de producido.