El presidente Xi Jinping inauguró la primera cumbre entre China y cinco repúblicas del espacio postsoviético del Asia Central en la ciudad de Xi’an, provincia de Shaanxi, antigua capital imperial y cabecera de la milenaria Ruta de la Seda. Si de señales se trata el juego geopolítico actual, al encuentro en Hiroshima, China responde juntándose con mandatarios de naciones forjadas en el imperio zarista y luego la Unión Soviética en una ciudad cuyo nombre puede traducirse como «paz occidental» y de la que partían los lazos que por siglos unieron al Imperio del Centro (como se autodenomina el país, Zhongguó) con el estrecho del Bósforo, en la actual Estambul, para continuar hacia el Mediterráneo y más allá.

Participaron de la cumbre los líderes de Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Xi anunció asistencia financiera por 26.000 millones de yuanes (más de 3700 millones de dólares) y habló de fortalecer la cooperación entre los miembros de ese club en temas de industria, inversión y mejora de la conectividad. También se acordó institucionalizar el foro y un próximo encuentro en Kazajistán para 2025.

La Liga

Otro cónclave relevante fue la 32º Cumbre de la Liga Árabe, que se hizo en Yeda, la segunda ciudad más grande de Arabia Saudita y tradicional nudo comercial en el Mar Rojo y además, uno de los puntos para la peregrinación a La Meca. Allí los líderes árabes firmaron una declaración en la que aplaudieron a rabiar la reincorporación de Siria a ese espacio de integración.

El gobierno de Bashar al Assad fue suspendido de la Liga en 2011, cuando estallaron las primeras revueltas que devinieron en una guerra civil promovida por la administración de Barack Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton. Con el apoyo de Rusia, Al Assad pudo resistir el embate de fuerzas irregulares yihadistas y de la oposición sostenidas por Washington con el apoyo ruso. Y la Liga tuvo que dar marcha atrás con Siria, uno de los países fundadores de la organización en 1945.

Para ese retorno fue clave el rol de China por el acercamiento entre Arabia Saudita, con lo que se logró un cese el fuego en Yemen y el avance hacia una paz definitiva, pero también para la resolución de los otros entuertos, como el castigo a Siria.

Llamó la atención en el mitin la presencia de Volodimir Zelenski. Todos se miraban como quien descubre un colado en una fiesta de casamiento. Es que la ceremonia era para Al Assad, celebrado como un hijo pródigo por los asistentes. Si la idea era opacar al presidente sirio, en los medios árabes ni tuvo ninguna mención el reclamo de Zelenski sobre mayor apoyo contra Rusia.

La lectura del mensaje del presidente Xi Jinping también recibió aplausos. Xi felicitó al rey saudita Salman bin Abdulaziz Al Saud, presidente rotatorio del Consejo de la Liga Árabe, y señaló que esa institución es clave en la construcción «de un mundo árabe más fuerte a través de la unidad, y con el avance de la paz, la estabilidad y el desarrollo en Medio Oriente».

Balotaje turco

Otro acontecimiento de gran repercusión se está desarrollando en Turquía, donde el 28 de mayo se llevará a cabo la segunda vuelta electoral. Recep Tayyip Erdogan por muy poco no llegó al 50% más uno de los votos y debe enfrentar a Kemal Kiliçdaroglu, quien logró unificar a las fuerzas opositoras de todo el arco político y por primera vez amenaza con destronarlo.

Erdogan estrechó relaciones con Vladimir Putin, intenta un juego propio en el tablero regional a pesar de que Turquía forma parte de la OTAN y por esa razón es un grano en semejante parte para Occidente. El presidente turco tiene razones para desconfiar de sus amigos occidentales ya que acusa a EE UU del intento de golpe de estado de 2016.

Ahora, en plena campaña, dijo a una periodista de la CNN que Biden quiere derrocarlo, que no obedecerá la orden de sancionar a Rusia y que de ganar, «continuaremos con la misma política que seguíamos antes de las elecciones. No vamos a cambiarla con respecto a Rusia, Estados Unidos, China y Occidente, con los que estamos en contacto y seguiremos haciéndolo».

Kilçdaroglu, en cambio, se muestra más cercano a Occidente, aunque en su primera conferencia de prensa resaltó la necesidad de fortalecer el nacionalismo turco y hasta prometió expulsar a diez millones de refugiados a los que, dice, Erdogan usa para que lo voten.  «