La asunción de Lula da Silva tendrá lugar en el marco de una fuerte disputa por la hegemonía a nivel mundial y en medio de una presión muy fuerte para impedir que los sectores populares accedan al gobierno o, si lo hacen, para que se vean impedidos de tomar medidas que afecten profundamente la potencia del sistema del capital financiero globalizado.

Es sabido que ya no se trata de las dictaduras clásicas, sino de los impedimentos pergeñados por una confabulación entre grupos financieros, poder mediático-judicial y servicios de espionaje.

Hoy Lula ha podido sortear la proscripción que le impusiera ese dispositivo y que le impidiera participar de la anterior elección. Pero aún así, y dentro de lo auspicioso que es un gobierno de Lula, ¡cuánto le costó a Brasil y a la región la presidencia de Jair Bolsonaro y cuán profundas limitaciones deberá enfrentar en su tercer mandato!

Es cierto que en estos años se ha desarticulado la coalición entre poder financiero, judicial, militar y religioso que permitió la llegada de Bolsonaro. Pero también es cierto que esto no ha sucedido con tal profundidad y permanencia como para garantizar un gobierno homogéneo del Partido de los Trabajadores.

Lula ha debido concretar una alianza con sectores mucho más moderados que le permitan la gobernabilidad, lo que indudablemente implica una limitación al programa mas genuino del PT. Por otro lado, si bien hay una clara disputa en términos políticos en Brasil, la tendencia a nivel mundial y en muchas áreas de la región es al crecimiento de los discursos y las fuerzas políticas de ultraderecha, en una suerte de convergencia entre lo peor del neoliberalismo en términos económicos, y lo peor del neofascismo en términos ideológicos.

Esto queda demostrado con la comparación de los guarismos entre la primera y la segunda vuelta de octubre. Lula había obtenido una considerable diferencia sobre Bolsonaro en la primera ronda y los candidatos Simone Tebet y Ciro Gomes habían anunciado que votarían por Lula en el balotaje. Sin embargo, la transferencia de votos no se materializó mayoritariamente hacia Lula, un indicativo de que los liderazgos políticos no necesariamente mantienen la disciplina interna en sus agrupaciones. Por otro lado, el electorado no pudo sustraerse a la prédica constante sobre la condición de Lula como un corrupto. Es algo que indudablemente influyó en la segunda vuelta.

En otras palabras, Lula triunfó y eso es motivo de una profunda alegría. Pero no se trató de una victoria expansiva de su proyecto. Más bien fue defensiva: debió hacer amplias alianzas para impedir que la ultraderecha siga en el gobierno.

A esto deben sumarse las dificultades de la transición y para negociar en un Congreso sumamente dividido, con el partido de Lula está en minoría y la presencia de gobernadores y prefectos de signo adverso. Como contrapartida, Lula cuenta con varios cientos de miles de millones de dólares de reservas en divisas que le permitirán efectuar políticas públicas e ir ganando legitimidad a lo largo de su gobierno.

En términos de integración, Lula habló del desarrollo industrial en su país y de una moneda común para las transacciones regionales. Lo cual lleva a estar esperanzados en que no se apruebe a libro cerrado el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea y se profundice una integración con alto contenido social entre los pueblos y no una asociación intrafirmas trasnacionales y de subordinación al capital financiero como lo fue durante los gobiernos de Mauricio Macri y Bolsonaro.

Brasil irradia, tiene una situación geográfica clave en América del Sur y una cercanía muy directa con el Caribe y el Atlántico Norte y una relación muy estrecha con el continente africano. Lo cual debería repercutir en un modelo de integración profunda con el resto de América Latina y en especial con el cono sur y el Mercosur.

Ahora bien, creer que esa irradiación por inercia va a llevar a encausar el proceso económico y electoral de la Argentina sería demasiado aventurado y evasivo. Brasil nos puede ayudar mucho, pero no va a resolver los problemas que la Argentina debe resolver.  «