Parecería que las elecciones presidenciales en Brasil se resuelven en el primer turno y llevan nuevamente a Lula a la presidencia. Es lo que dicen las encuestas y la tendencia que ha ido creciendo en las últimas semanas. Las mujeres, los sectores populares y el nordeste son algunas de las fuerzas que están llevando a la presidencia a Lula en el primer turno.

Algo que pensé no ver está pasando: personas de clase media y clase alta que votaron en Bolsonaro en 2018, van a votar por Lula en 2022, o por lo menos no van a votar en el actual presidente. Si bien la polarización política continúa y el antipetismo sigue siendo una fuerza política poderosa, hasta ahora parece no alcanzar para derrotar a Lula en estas elecciones. Lula tiene una habilidad política impar y un gran carisma, habiendo elegido como vicepresidente a un tradicional adversario –de centro-derecha pero de inspiración democrática– y señalando nuevamente al establishment que es necesario incluir al conjunto de la población en los proyectos de gobierno o si no el país se torna inviable. Veremos si lo aceptan.  

Los partidos del centro –el famoso «centrão»– gobernaron con Fernando Henrique Cardoso, Lula, Dilma, Temer y ahora lo hacen con el actual gobierno. De hecho, Bolsonaro fue diputado de uno de los partidos de la base aliada del PT, el Partido Progresista; partido con un gran número de procesados por corrupción durante esos gobiernos. Los discursos anticorrupción poco tienen que ver con análisis objetivos y mucho más con la manipulación de la indignación. Los 117 inmuebles comprados por Bolsonaro y sus hijos en las últimas décadas –51 de los cuales fueron pagados, en parte, con billetes, práctica comúnmente asociada al lavado de dinero– parece no alterar la percepción que muchos de sus seguidores tienen sobre los dos inmuebles por los que fue procesado el expresidente Lula como siendo el ápice de la corrupción.

Si Bolsonaro sale, los militares y las fuerzas de seguridad tendrán que dejar sus cargos comisionados y de asesores que han ganado en todas las instancias del gobierno. Más cargos que durante la dictadura militar. Hacerlos volver a los cuarteles será un gran desafío y puede ser un factor de desestabilización en el futuro. No por casualidad, muchos de ellos se han lanzado a la carrera electoral. Varios llevan su patente como sobrenombre electoral: cabo, comisario, sargento, coronel o bombero Gonzales, por ejemplo. Después de los empresarios, los abogados y los políticos (concejales y diputados), los agentes de seguridad y defensa son el cuarto contingente entre los más de 28000 candidatos disputando las elecciones para presidente, 27 gobernadores, 27 senadores, 513 diputados federales, 1035 diputados provinciales y 24 deputados distritales. Son más de 1700 candidatos.

La amenaza al proceso electoral es la continuidad de la forma de hacer política del bolsonarismo en todas sus instancias que podríamos caracterizarla como una lógica miliciana. Parece difícil que se realice como acción efectiva, sin embargo, su poder está en haber conseguido gobernar el país con miedo – inclusive al punto de tenernos en vilo hasta ahora–, distribuyendo prebendas y desarmando regulaciones, derechos y garantías.

Parafraseando a Chico Buarque y su Bye, bye, Brasil, podría darse un Bye, bye, Bolsonaro. Este domingo estará en las manos de los 156 millones de brasileras y brasileros elegir su futuro y, en parte, el de nuestro continente. En estas elecciones importa más que nunca.  «