Con la Biblia y con las balas. Así podría resumirse el primer día de gobierno de Jeanine Áñez, la senadora derechista autoproclamada presidenta provisional de Bolivia.

En este auténtico día de miércoles, el viejo Palacio Quemado, antigua casa de gobierno boliviana, volvió a recuperar el protagonismo que le quitó la denominada Casa Grande del Pueblo, desde donde gobernaba el presidente Evo Morales hasta su renuncia forzada por el golpe de Estado del domingo.

En esta jornada, la presidenta de facto Áñez no solo acotó su restauración conservadora a cuestiones edilicias. Como prometió en su forzada asunción, los evangelios y las cruces volvieron a entrar en la Casa de Gobierno. Una puesta en escena que parece sacada de un programa religioso de la TV. Ámbito familiar para la señora Áñez, ex conductora televisiva que ahora mal conduce los destinos del país andino-amazónico.

La biblia, el calefón y el Macho

La Biblia y la cruz volvieron a estar presentes en los actos de posesión en la vieja Casa de Gobierno este miércoles, como pudo verse en el juramento del renovado Alto Mando Militar golpista.

Desde su llegada al poder el martes pasado, cual líder religiosa -de un Estado laico-, Áñez se mostró con la Biblia en la mano en varias oportunidades. Como cuando salió a saludar a una veintena de seguidores desde el balcón del Palacio Quemado.

En los actos de juramento de la cúpula militar y del nuevo gabinete también pudo verse al cívico cruceño Fernando “Macho” Camacho. La figura del cívico racista y ultra-religioso aumenta su protagonismo con el paso de los días. Entra y sale del palacio con sus aires de patrón que controla su hacienda, con la naturalidad de quien transita cual pancho por su casa. Es el «ángel de la guarda» del poder empresarial-parapolicial, llegado desde el Oriente boliviano, que tutela y supervisa cada una de las acciones del nuevo gobierno. Recomienda ministros, planes para las carteras y se apunta como candidato en las próximas elecciones. Eso sí, siempre que los Cabildos golpistas lo bendigan en su próxima cruzada.

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(Foto: AFP)


Fusil, metralla, el pueblo no se calla

Por la tarde, las calles de La Paz fueron tomadas por asalto por una manifestación multitudinaria que descendió desde las alturas de la vecina y combativa ciudad de El Alto. Así, el centro paceño se llenó una vez más de multicolores wiphalas y marchistas de rostros cobrizos y endurecidos por la tensión, la bronca y la posibilidad inminente de choques con los uniformados. Alteños, campesinos, fabriles y estudiantes. Marchaban luego de celebrar un masivo cabildo abierto cerca de la Universidad Popular de El Alto (UPEA).

Una vez más, la policía, los gases lacrimógenos y las balas les impidieron llegar hasta la Plaza Murillo, corazón político del país. Los militares no participaron en la represión. Tutelaban la furiosa violencia policial desde las tanquetas estacionadas cerca de la Murillo, a unos metros. Los aviones K8 volaron rasantes sobre los edificios y la masa de manifestantes. Una escena intimidatoria que no se vio ni siquiera durante la Guerra del Gas del año 2003, cuando el agringado Sánchez de Lozada debió renunciar y el Octubre Negro enlutó al pueblo boliviano con decenas de muertos víctimas de la represión.

Aunque poco han sido mencionados en la prensa, los muertos en estos días ya llegan a diez. En la Zona Sur, en El Alto, en Yapacaní y en otros rincones de Bolivia. Cuando avanzaban los policías, los manifestantes desempolvaron una vieja canción de resistencia: “Fusil, metralla, el pueblo no se calla.”