Mirafiori, Torino, sede de la emblemática Fiat Stellantis. “¿A quién votará el próximo 25 de septiembre?”- pregunta una periodista de la televisión italiana. “Por mí mismo», responde un trabajador de unos sesenta años mientras atraviesa las puertas de la fábrica sin mirar la reportera. «Ni siquiera sé si voy a votar», añade otro trabajador, de unos 40 años. «Llevo 35 años aquí y nunca los he visto tan desconfiados como ahora», comenta un dirigente de la Federación Italiana de Metalúrgicos (FIOM), detrás de la reja que separa la entrada de la planta.

Es el preludio de las elecciones políticas celebradas en Italia el domingo pasado que cerraron con la victoria de Giorgia Meloni, de Fratelli d’ Italia (FdI), partido de extrema derecha que fundó en 2012. La agrupación se describe como conservadora, nacionalista, tradicionalista, post-fascista y soberanista. De hecho, se presenta como la continuación del Movimento Sociale Italiano(MSI), fundado por antiguos miembros de los disueltos Partido Nacional Fascista, el Partido Fascista Republicano, y de Alleanza Nazionale, un partido de derecha postfascista. Conserva la llama tricolor, utilizada históricamente por el MSI.

FdI resultó primero con el 26% de los votos en todo el país, pero oscila entre el 32,8% en Veneto (Nordeste) y el 17,5% en Campania (Sudoeste). Se destaca como un partido en expansión, sobre todo en Véneto (+28,5 p.p.), Friuli-Venecia Giulia (+26,11 p.p.) Umbría (+26,12 p.p.) y en el sur. Y se delinea como el principal partido en 12 regiones italianas, más de la mitad, con la exclusión de las meridionales de Basilicata, Calabria, Campania, Molise, Apulia y Sicilia, donde el Movimiento 5 Estrellas es líder.

Pero este crecimiento debe contextualizarse en relación a 1) incremento de votantes no acudieron a las urnas; y 2) el desplazamiento de las preferencias desde la Lega Nord (de Matteo Salvini) y Forza Italia(FI, de Silvio Berlusconi). Esta vez la participación ha sido de casi diez puntos menos que en 2018. La derecha suma un 43,8% de votos (de FdI, Lega y FI) sobre el 63,9% de ciudadanos que votaron, lo que representa el 28% del electorado. Son alrededor de 12 millones de votos, los mismos votos en términos absolutos que los obtenidos por la coalición de centro-derecha en 2018.

Por lo tanto, es fundamental preguntarse por qué ha aumentado la tasa de abstención y en qué medida se ha producido una transferencia de votos entre los distintos partidos de centro-derecha.

En algunas regiones la asistencia a las urnas fue mayor: Calabria (63,7%), Campania (68,2%), Sicilia (62,7%) contra Veneto (78%) y Emilia-Romagna (78%). Según el ministro del Interior, la abstención ha alcanzado un nivel récord, alrededor de 16 millones de personas que no fueron a votar. Sin embargo, la mayoría de los que se abstuvieron el 25 de septiembre, ya lo habían hecho en el 2018, y porcentajes importantes corresponden a electores de Movimento5Stelle (M5S), Partido Democrático (PD) y otras formaciones de izquierda. Y una parte también eran electores de la Lega. A nivel sociodemográfico, es interesante subrayar que la tasa de abstencionismo ha sido más alta entre las mujeres (42,2%) que entre los hombres (29,5%), y los más jóvenes – 18-24 años (39,8%) y 25-34 años (40,5%). Pero el abstencionismo ha sido mayor entre los que viven en condiciones económicamente desfavorables ha sido del 53%. La mayor incidencia se da entre los que se definen como de centro-izquierda (22,6%) y de izquierda (23,4%), así como entre los que se sienten sin afiliación política (70%). ¿Por qué?

En Melfi, Basilicata, Fiat Stellantis tiene una de las mayores plantas de Italia, con 6400 empleados, la mitad bajo Fondo de Complementación Salarial. “¿Solía ir a votar?” pregunta un cronista en la calle. “Sí, pero no voy a ir este año” contesta un obrero, cerca del autobús que lo llevará a su casa, a más de cien kilómetros. “La política no nos ayuda, trabajamos por días, nos llaman una vez cada dos, no nos dan ni 1100 euros y no podemos con la familia”, lamenta. “El mercado es el que manda, ni tú ni yo. Así que ir a votar no tiene sentido, no tiene ningún valor” añade otro trabajador mucho más joven.

Resignación, desánimo, falta de confianza en la política y en las formaciones de izquierda, entre ellos el Partido Democrático, artífice de una de las mayores reformas de liberalización del mercado laboral y demasiado cercano a la agenda de Mario Draghi. El PD, una de las agrupaciones mayores de centro-izquierda, ha registrado casi 800.000 votos en menos en términos absolutos que en 2018. Víctima de sus propias políticas de flexibilización del mercado laboral aplicadas en el pasado y que culminaron con la aprobación de la Ley de Empleo (Jobs Act) de Mateo Renzi, que ha desmantelado la obligación de readmisión del trabajador en caso de despido sin causa justificada.

El M5S, primer partido en las elecciones generales de 2018, recoge en parte el voto disperso de la izquierda y con sus 4 millones de votos se coloca primero en algunas regiones del sur de Italia. Su batalla en apoyo de la renta de ciudadanía (Reddito di Cittadinanza) -una medida de complemento de ingresos- hasta el punto de crear una oposición al gobierno de Draghi ha sido apreciada por los votantes.

La proporción de trabajadores con ingresos por debajo del 60% del salario medio se está expandiendo en Italia: del 17% en 2006 al 22% en 2017 (según datos de la Encuesta de Ingresos y Condiciones de Vida del ISTAT), pero alcanza el 53,5% si se consideran los trabajadores a tiempo parcial, y es mucho mayor para las mujeres (27%) que para los hombres (16,5%). La incidencia de los salarios bajos va de la mano de la difusión de las formas contractuales a tiempo parcial. Entre 2019 y 2020, los datos de pobreza absoluta mostraron que para los hogares con una persona de referencia ocupada, la incidencia de la pobreza absoluta ha aumentado del 5,5% al 7,3%, para luego mantenerse estable, en el 7%, en 2021.

En este contexto macroeconómico deteriorado – PIB por debajo del nivel de 2008, guerra en Ucrania, lenta recuperación económica, inflación hasta el 6,9%, y caída de los salarios reales de un 3% a lo largo de 2022 – parece que la única fuerza política que ha sido capaz de recolectar el descontento social ha sido la derecha postfascista.