Desde que tomó el poder tras el golpe de Estado a Mohamed Morsi hace casi una década, el presidente egipcio Abdelfatah al Sisi quiso marcar su impronta y proyectar una especie de refundación que se traduce en, por ejemplo, la construcción de una nueva capital administrativa cerca de la actual, El Cairo, que costará más de 50 mil millones de dólares. Es apenas una de las iniciativas de al Sisi, que ya amplió el canal de Suez e inauguró el puente colgante más ancho del mundo sobre el río Nilo. Pero la economía le está arruinando los planes.

Al Sisi se ve sí mismo como el faraón que salvó a Egipto de los islamistas que apoyaban a Morsi, el primer mandatario democráticamente electo de la historia del país y la figuraba que había logrado canalizar la furia y las demandas colectivas de la Primavera Árabe. Las protestas que comenzaron el 25 de enero de 2011 se convirtieron pronto en una revolución capaz de terminar con la dictadura de treinta años de Hosni Mubarak. Luego de un gobierno de emergencia vino Morsi, pero apenas estuvo un año y un mes en la presidencia, traicionado por su ministro de Defensa, al Sisi. Ahora Egipto parece volver al punto de partida, no solo por las similitudes entre al Sisi y Mubarak, sino por la situación económica y social.

El país norafricano fue sacudido primero por la violencia yihadista del Estado Islámico y más tarde por la pandemia, afectando al turismo, un sector clave de la economía local, pero el golpe definitivo a las arcas llegó con la invasión rusa a Ucrania: Egipto es un importador absoluto de trigo, el número uno a nivel mundial, y de la noche a la mañana se vio acorralado por la escasez. Para el gobierno supuso aumentar los subsidios al precio del pan en el peor momento.

“Egipto no es la excepción a las enormes dificultades que están pasando los gobiernos de la región. La inseguridad alimenticia, la inseguridad energética y un reposicionamiento geopolítico que ha forzado a los países a tomar decisiones políticas, financieras y económicas que reevalúan el contrato social que han tenido con sus poblaciones desde la revuelta árabe en adelante. La situación de al Sisi es bastante precaria”, dice Jorge Araneda, doctor en Relaciones Internacionales del Medio Oriente por la Universidad Yildirim Beyazit de Ankara.

La inflación trepó al 22 por ciento en diciembre, la deuda pública equivale al 87 por ciento del PBI según el Banco Central, la libra egipcia se deprecia y las reservas de divisas están en los 34 mil millones de dólares. El gobierno redujo los viajes de funcionarios al extranjero y ha restringido algunas importaciones, porque al Sisi se niega a probar las reformas estructurales que le exige la directora gerenta del FMI, Kristalina Georgieva.

Araneda explica que Egipto “tiene un crony capitalism, o capitalismo clientelista, porque los sectores clave son manejados por compañías cuyos directorios están integrados, en su mayoría, por exmilitares del Ministerio de Seguridad Interior o de exoficiales del Ejército”. “Es un circulo: esas empresas tienen contratos con la cúpula de la seguridad nacional y el ejército. El presidente y su gabinete son exoficiales del Ejército, que también están en la Corte Suprema”, sostiene.

El FMI habló de reducir el papel del Estado en la economía, alentar al sector privado y de mayor transparencia en las empresas controladas por los militares. También sugirió frenar los megaproyectos faraónicos de al Sisi como la nueva capital. El problema para el presidente es que no puede ir en contra de su grupo y tampoco tiene intenciones de postergar la construcción de la Iconic Tower, la más grande de África, y la segunda mezquita más extensa del mundo árabe. La megalomanía del nuevo faraón es financiada por capitales provenientes de China y las monarquías del Golfo Pérsico y no piensa parar hasta ver acabada su obra.

“La sociedad lo ve como un renacimiento identitario, en disputa porque hay una identidad barrial antigubernamental muy fuerte en la calle, una identidad religiosa y además la que intenta imponer el Estado. Todo lo que tiene que ver con la ampliación de carreteras e infraestructura y la construcción de la nueva capital se ve como una oportunidad para la clase obrera de encontrar trabajo cuando no lo hay. Para al Sisi hace sentido en una historia faraónica que pone sobre la mesa un Estado fuerte, autoritario, guiado por un líder religioso militar, que sería él”, asegura el editor de la revista especializada El intérprete digital.

Pero el plan del líder egipcio es absoluto. Es más que edificios imponentes. Al Sisi quiere remodelar la sociedad y lo está consiguiendo. “Al Sisi impuso un sistema de híper seguridad y desplegó una nueva política sobre el espectro religioso, es decir, institucionalizó la religión a través de nuevas normas que tienen un correlato sobre las minorías coptas (cristianas) y la comunidad LGBTIQ. Hay muchas leyes sobre la moralidad y las costumbres, que toca todo un espectro de personas que pueden ser acusadas de atacar la moral de la nación, de la familia, del Estado. Desde activistas hasta adversarios políticos”, apunta Araneda.

Mohammad Mokhtar Gomaa, ministro de Asuntos Religiosos, informó que hay 140 mil mezquitas en todo Egipto. Al Sisi inauguró o reinauguró 9600 de ellas en estos diez años después de haber expulsado de los templos a los Hermanos Musulmanes, la organización islamista que respaldó a Morsi y usaba los sermones para criticar al régimen de Mubarak. El presidente decidió impostar su religiosidad y mostrarse como un hombre devoto. Sin embargo, lo único que generó es desconfianza entre los fieles y temor entre los que desafían su modelo de moral rigurosa. Hace unos años una estudiante fue expulsada de la universidad por aparecer en un video abrazando a su novio. El pecado era que no estaban casados.

Las prioridades del líder no son las del pueblo. Los egipcios tampoco comparten abrumadoramente su régimen. De acuerdo a la última encuesta de Arab Barometer, el 53 por ciento de la población prefiere la democracia frente al 27 por ciento que no le da importancia al sistema de gobierno. “La población egipcia está sumamente enfocada en la supervivencia de la familia. Estamos con la misma situación económica de antes de la Primavera Árabe. Enorme inflación, enorme desempleo juvenil, enorme persecución a las minorías religiosas y sexuales. La inflación es horrible y lógicamente el Estado da cierto espacio de trabajo, pero el sistema educativo colapsó y no se puede cumplir el requisito social para casarse, que es tener un departamento propio, y eso desencaja el tejido social”, dice el experto.

El gobierno reconoce un 30 por ciento de pobreza, aunque el Banco Mundial duplica ese número. Al Sisi nunca revirtió la mercantilización de la vida, es decir, el acceso a los derechos básicos y a los servicios esenciales según el dinero de cada egipcio. Y mientras el presidente que se siente faraón avanza con sus obras monumentales y sueña con recuperar para Egipto el estatus de potencia regional, a la altura de su historia, las urgencias lo contradicen.