Joe Biden sigue trastabillando. Esta vez no le erró a una silla ni al nombre de una diputada a la que quería homenajear o el de un ex asesor al que pensaba denostar. Tampoco se llevó por delante un atril o una bolsa de arena, ni se puso la gorra al revés ni le erró al peldaño del medio de la escalerilla del avión presidencial. No, esta vez trastabilló con algunos de sus vasallos europeos, como los débiles Hungría y Eslovaquia, que se dan el lujo de contrariar sus políticas sobre Ucrania. Y, lo peor, a las persistentes diatribas de Donald Trump suma ahora las dificultades para lograr que el Congreso le vote nuevas partidas para dilapidar en el este europeo, las crecientes críticas por el vaciamiento de los arsenales del Pentágono para que los malgasten en Ucrania, y la aparente incapacidad para seguir surtiendo al régimen de Volodímir Zelenski y, a la vez, reponer las existencias propias.

En las últimas semanas Biden quedó entre dos fuegos, y ello sin contar los otros fuegos, el del este europeo y el de Medio Oriente. Internamente, los republicanos del acechante Trump y muchos de los demócratas que siempre lo acompañaron, ya no ven con simpatía el exagerado flujo de divisas cash y el derroche del mejor armamento norteamericano cursados al cuestionado gobierno ucraniano de Zelenski. Nada bueno debería ver en su futuro político si recordara que el 5 de noviembre del año que viene, exactamente dentro de un año, serán las próximas elecciones y él aspira a ser reelecto. Externamente, son muchos los que ven las dificultades que tiene EE UU, y que se acentuarán, en el mantenimiento de los arsenales de sus aliados y en la cohesión de la Unión Europea.

“Enfrentado a guerras calientes en Medio Oriente y en Ucrania y guerra fría con China, EE UU empieza a parecer sobrecargado de exigencias”, escribieron la semana pasada los medios de la corporación Bloomberg. Aseguró que citaba “altas fuentes oficiales” para decir que los aliados de Biden creen que la industria militar norteamericana “podría fracasar a la hora de responder a las expectativas de sus aliados”. Además de seguir fabricando proyectiles de artillería para que Ucrania pueda seguir enfrentando a Rusia, y de armar a Taiwán ante la hipótesis de un enfrentamiento con China, el Pentágono debe despachar sistemas de defensa antiaérea a Israel por si la crisis de Medio Oriente se desborda y se extiende a toda la región.

En Moscú se frotan las manos, porque a estas evidencias agregan el desgaste que se  produce en el frente occidental cada vez que uno de sus pequeños pero punzantes díscolos –Polonia, Hungría, Eslovaquia– mete el dedo exactamente en la llaga. “En Europa y Asia las autoridades están cada vez más preocupadas ante la posibilidad de que algunos socios –dijo la agencia Rusia Today citando a Bloomberg– se vean en desventaja, ya que el aumento de los desafíos simultáneos pone a prueba la capacidad de respuesta de EE UU, y su industria de defensa tiene dificultades para producir suficientes armas para todos”. Sputnik, la otra agencia rusa de amplia difusión en América Latina, agregó: “Aunque Biden dice que EE UU puede hacer frente simultáneamente a todas las amenazas y mantener el apoyo prometido, funcionarios gubernamentales aseguran que esto no es así”.

Entre tantas señales de debilidad, en las últimas semanas se acentuaron las sospechas sobre posibles actos de corrupción producidos en el marco del descontrolado envío de armas y dinero con destino a Ucrania. En realidad, las dudas vienen de fines del año pasado, cuando el general Sean O’Donnell, inspector general de Defensa, dijo que el Pentágono está alerta para detectar fraudes en los miles de contratos firmados con Ucrania. El general habló de 7800 acuerdos por unos 2200 millones de dólares, todos relacionados con armas de largo alcance como cohetes Himars. “No hay garantías de que ese armamento realmente se use. Todo lo que tenemos son unos recibitos en cualquier papel y queremos evitar que esto  termine en el mercado negro”, explicó O’Donnell al The Wall Street Journal.

En medio de su festín, las agencias noticiosas rusas retransmitieron que altos jefes de las fuerzas armadas desmintieron a Biden y aseguraron al diario que no se han firmado nuevos contratos para producir más municiones y cubrir el suministro a Ucrania. “No se repuso las reservas, con lo que la capacidad de respuesta de Estados Unidos está en peligro. En particular, inquieta la merma en las reservas de municiones para obuses”. A la vez, dijo Rusia Today: “Se cuestiona la continuidad de la ayuda a Ucrania ante la falta de avances en el frente y los reveses que experimenta la industria de defensa al reabastecer las reservas de municiones de artillería, agotadas por el mal uso de las fuerzas ucranianas y agotadas en los arsenales del Pentágono por el mal manejo presidencial”.

Los díscolos de la UE no tienen poder como para volcar cualquier decisión del organismo comunitario. Es más, tiene formas de chantaje para acallar las voces discrepantes. De todos modos, el ejemplo queda. Está claro que Eslovaquia cree que Ucrania es el país más corrupto del mundo. Está claro que Hungría cree que la continuidad de la guerra no es más que una necesidad de EE UU, puesto que “la derrota de las fuerzas militares de Ucrania ya es evidente”. El politólogo alemán Alexandr Rahr, cree que cada vez más países de la UE se negarán a seguir ayudando a Ucrania, “entre otras cosas porque el discurso del húngaro Viktor Orban confirma una verdad: Occidente empieza a ver que la retórica abierta sobre la inminente derrota de Ucrania resulta electoralmente ventajosa”.  

Un ejército sin soldados

La errática política militar de Biden, embarrada y sin saber cómo zafar del pantano ucraniano, suma nuevos episodios a poco del lanzamiento a pleno de la campaña presidencial. Sus socios repiten que EE UU ya no está en condiciones de reequipar a los ejércitos en Ucrania y Medio Oriente, y que sus fábricas de armas ya no saben ni por dónde empezar para rellenar los vaciados arsenales del Pentágono. “Nuestra base industrial no está preparada para reponer al mismo tiempo tantos diferentes tipos de armas para destinatarios distintos”, alertó Michèle Flournoy, ex subsecretaria de Defensa de Bill Clinton (1993-2001) y hoy estrechamente ligada al sector armamentístico y las proveedoras de servicios militares.
En realidad, Flournoy, demócrata como el presidente, lanzó sus críticas sobre la política militar de Biden al ser consultada por Bloomberg sobre cómo había evolucionado el reclutamiento de personal en las FF AA. En 2022, había denunciado que todas las armas tenían dificultades para atraer nuevos soldados. Repitió entonces palabras del general Joseph Martin, segundo jefe de las fuerzas durante los dos primeros años de Biden. “El ejército sufre la peor crisis de vocaciones desde la catástrofe de Vietnam”, había dicho. Ahora, recién cerrado el último año fiscal –el período que va del 1/10 al 30/9 del 2024–, pero sin los números ordenados, se sabe que el ejército habría alcanzado sólo el 64% de su meta, contra el 66% del 2022.
Flournoy señaló como “algo que avergüenza” la fracasada campaña de reclutamiento del último año, que se propuso tentar a los jóvenes con la entrega de “bonos de alistamiento” por un monto de U$S 50 mil. La frustración alcanzó a todas las armas, y no sólo porque el 34% de la población en edad de ingresar dice que no les gusta “el estilo de vida militar”. El mismo sondeo ordenado por el Pentágono arrojó que sólo el 23% de los jóvenes de entre 17 y 24 años puede ser elegido, ante el 29% del promedio de años anteriores. El resto es descalificado por obesidad, antecedentes judiciales, drogadicción y problemas físicos o psíquicos.