Con Fidel Castro se va la figura política que encarnó la mayor utopía de igualdad del siglo XX. Esa igualdad no fue concebida sólo en términos económicos, sino culturales. Podría decirse incluso que en términos preponderantemente culturales, porque la Revolución Cubana postuló al mismo que tiempo quela reforma agraria, el nacimiento de una moral revolucionaria y de un Hombre Nuevo capaz de superar su individualismo para integrarse en una causa común. Si fueron las armas las que le permitieron a Fidel entrar victorioso en La Habana el 8 de enero de 1959, fue el triunfo en la batalla cultural que promovió valores diferentes de los del capitalismo el que hizo posible que Cuba pudiera resistir los embates de Estados Unidos luego de la disolución de la Unión Soviética.

Muchos de quienes fuimos adolescentes avanzada la década del 60 soñamos con ir a Cuba para integrarnos a la masiva campaña de alfabetización que sacó a miles de campesinos del aislamiento sociocultural que impone la ignorancia.

Pero los detractores de la Revolución se encargaron de señalar con lupa sus aspectos menos románticos y sus miserias, que también las hubo. En una determinada etapa el dogmatismo ideológico impulsó el realismo socialista como la única expresión válida en el campo del arte y la literatura. Nadie puede apoyar la cárcel que sufrió el escritor Reinaldo Arenas, ni el ninguneo a Virginio Piñera o José Lezama Lima. Pero, como en todas las sociedades, también en la cubana las cosas fueron cambiando. Hoy Leonardo Padura escribe lo que hubiera sido impensable hace unos años, aunque según él mismo declara, en Cuba la política sigue permeando todo. ¿Es que acaso podría ser de otra manera en un país pequeño y pobre que el gran gigante del Norte no logró doblegar?