A un mes del estallido de las protestas en Irán, las movilizaciones desatadas por la muerte de una joven bajo custodia de la policía de la moral continúan siendo masivas en el país, donde el reclamo de las mujeres contra la obligatoriedad del velo amenaza con convertirse en un descontento generalizado hacia el gobierno, a pesar de una dura represión que ya dejó centenares de muertos y miles de detenidos.

Mahsa Amini, de 22 años, fue arrestada el pasado 13 de septiembre, por llevar «velo inapropiado», mientras estaba de visita, junto con su familia en la capital, Teherán. La detención fue efectuada por miembros de la policía de la moral, una fuerza encargada de velar por el cumplimiento de las leyes del Islam en el ámbito público, que ha existido bajo diferentes formas desde la revolución que instauró la república islámica en 1979.

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Llevada a una comisaría para asistir a una «hora de reeducación», Amini se desplomó poco después y fue trasladada a un hospital en coma, donde murió tres días más tarde.

La familia y organizaciones de Derechos Humanos responsabilizaron a la fuerza policial por su deceso, pero las autoridades indicaron que la joven sufrió «un problema cardíaco» y que no tuvo «contacto físico» con los agentes. Sin embargo, diversos reportes indicaron que fue violentamente golpeada en la cabeza y contra un patrullero, mientras que el padre de Amini negó que su hija tuviese problemas de salud previos. «Vi con mis propios ojos que la sangre había brotado de las orejas y nuca de Mahsa», dijo el hombre a la cadena Iran International, con base  en Londres.

El gobierno del conservador Ebrahim Raisi endureció recientemente el control para que las mujeres cumplieran con el código de vestimenta islámico, lo que multiplicó en los últimos meses las denuncias por el uso excesivo de la fuerza ejercido por la policía de la moral. Pero este caso desató una ola de indignación popular que se tradujo en masivas protestas, tanto en el Kurdistán iraní, de donde era originaria Mahsa Amini, como también en Teherán y las principales ciudades del país.

Diversos videos difundidos en las redes sociales mostraban a mujeres que, al grito de «Mujer, vida, libertad», se sacaban los velos y los quemaban en hogueras improvisadas, en un claro desafío a las autoridades que las obligan a llevarlo desde los siete años.

Mano dura

En un principio, hubo voces críticas entre funcionarios afines al Gobierno sobre el rol de esta unidad policial y el propio Raisi encargó una investigación al ministro del Interior. Pero, ante la rápida propagación de las protestas, las autoridades cambiaron pronto el discurso y ordenaron actuar «firmemente» y «sin clemencia» contra los manifestantes, a los que califican de «conspiradores» respaldados por «agentes extranjeros».

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Además, tal como hicieron durante las protestas que se sucedieron en 2019 contra el alza del combustible, ralentizaron la conexión a internet y bloquearon el acceso a Instagram y WhatsApp, las dos aplicaciones más usadas por los iraníes.

Mientras tanto, la ONU y Amnistía Internacional denunciaron una «represión brutal» y el «uso ilegal de perdigones, balines de acero, gas lacrimógeno, carros hidrantes y bastones» para dispersar las movilizaciones, que dejaron al menos 201 muertos, entre ellos 23 menores, según el último balance de la ONG Iran Human Rights.

Además, más de 1200 personas fueron detenidas, según informó la policía iraní, mientras que organizaciones de Derechos Humanos reportaron al menos 5500 arrestos.

Pero esta dura respuesta gubernamental parece no amedrentar las protestas, que pasaron de ser lideradas por las mujeres y jóvenes estudiantes de las ciudades a extenderse a otras zonas y sectores del país, algo que no había sucedido en manifestaciones previas.

El movimiento a favor de libertad femenina se transformó así en una crítica generalizada al Gobierno, cuya máxima autoridad política y religiosa recae en un clérigo, el llamado líder supremo. Los manifestantes comenzaron a corear «Muerte a la república islámica» en las calles, mientras que los actos de desobediencia civil y los llamados a la huelga se multiplicaron en todo el territorio.

Justamente en esta última  semana, los trabajadores del petróleo realizaron una serie de medidas de fuerza y se sucedieron protestas en las refinerías de Asaluyeh (sudeste), Abadan (oeste) y Bushehr (sur). Se trata de un sector clave de la economía iraní, cuya movilización fue determinante para el éxito de la Revolución Islámica.

«La gente en Irán está protestando porque no ven la muerte de Mahsa Amini y la represión de las autoridades como un evento aislado, sino como el último ejemplo de la represión sistemática del Gobierno contra su propio pueblo», dijo la especialista iraní de Human Rights Watch, Tara Sepehri Far, en un comunicado.

Aunque aún es muy pronto para afirmar si las movilizaciones generarán un cambio en el país, sí queda claro que exponen el creciente distanciamiento entre un sistema político vigente hace más de cuatro décadas y una población cada vez más joven, formada y urbanizada, que además se ve golpeada por una importante crisis económica.  «