Las potencias con aspiraciones hegemónicas están al palo en sus movidas geopolíticas. A la cumbre de los BRICS que a fines de agosto decidieron ampliar esa sociedad a un total de once miembros, entre ellos Argentina, se suma el G20, que en India aceptó el ingreso de Unión Africana como representante de ese continente. Al mismo tiempo, el presidente Joe Biden anduvo de gira por el sudeste asiático y logró un par de noticias favorables entre tanto marasmo dentro de casa: un acuerdo con Arabia Saudita, India y la Unión Europea para una suerte de vía alternativa a la Ruta de la Seda china mediante inversiones en ferrocarriles y puertos al sur de Asia, y firma de acuerdos con Vietnam, a 50 años de la finalización de aquella trágica aventura militar en la que perdieron la vida cientos de miles de estadounidenses y hasta tres millones de vietnamitas.

Al mismo tiempo, en Beijing el presidente Xi Jinping anunció una asociación estratégica con su par venezolano Nicolás Maduro, mientras que Vladimir Putin se juntó con el norcoreano Kim Jong-un y aprovechó los reflectores para salir en defensa de Donald Trump. Las causas en su contra, deslizó, «son una persecución por motivos políticos, y lo están haciendo frente al pueblo de Estados Unidos y de todo el mundo».

«Esperamos la integración de la iniciativa que se anuncia en esta reunión. Me gustaría agradecer a quienes trabajaron con nosotros para alcanzar este paso fundacional para establecer este importante corredor económico», dijo el príncipe heredero saudita Mohamed Bin Salman ni bien llegó a Nueva Delhi la semana pasada. Aludía a la llamada Asociación para la Infraestructura y la Inversión Global (PGII en inglés) y el Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa que se lanzó ante la presencia del mandatario francés, Emmanuel Macron, la titular de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el primer ministro indio Narendra Modi y Biden.

La jugada tiene su peso ya que India es uno de los fundadores de los BRICS, y Arabia Saudita fue incorporada en la cumbre de Johannesburgo. Un indicativo de que por un lado buscan salirse de la hegemonía estadounidense y sobre todo del dólar –en Sudáfrica se acordó avanzar hacia el comercio en monedas locales– pero que no tienen en la cabeza romper alianzas con EE UU. Todo en su medida y armoniosamente, se diría.

India y China tienen diferencias ancestrales por territorios en disputa en una amplia frontera de unos 3400 kilómetros. Por otro lado, Modi se sabe al frente de la potencia más poblada del planeta y con una economía en franco crecimiento. Los sauditas, en tanto, hacen valer en ambos clubes su principal activo, el petróleo. Y un corredor al sur de la Ruta de la Seda que desde hace diez años promueve China es también parte de esa estrategia de conseguir lo mejor de cada apuesta. Pero las inversiones chinas se están viendo en parte de Asia, las de EE UU y Europa están por verse.

Putin, por su parte, en plena guerra de Ucrania, tiende líneas para armar su propia comunidad de amigos. Corea del Norte es económicamente débil, pero con un alto desarrollo nuclear y armamentístico. Medios occidentales evaluaron que Kim fue para firmar acuerdos de provisión de armas a utilizar en el frente ucraniano. Cosa que ambos mandatarios negaron rotundamente. Con todo, la visita de Kim despertó la preocupación al sur del paralelo 38 y Washington anunció la aprobación de la venta de aviones de combate F-35 a Seúl.

En Vietnam, Biden y el titular del Partido Comunista local, Nguyen Phu Trong, firmaron una declaración en la que hablan de «continuar respaldando el desarrollo de las capacidades de defensa autónomas» y defendieron «la libertad de navegación y sobrevuelo y un comercio legal sin impedimentos en el mar de China Meridional».  «