Escoltado y protegido por paramilitares que por segunda vez lo entraron clandestinamente a Colombia, a través de algún punto de la porosa frontera de 2219 kilómetros con Venezuela, el diputado venezolano Juan Guaidó fue acogido como “héroe mundial” por el presidente colombiano Iván Duque. En Bogotá lo esperaba, además, el premio mayor: el secretario de Estado de EE UU, Mike Pompeo, con quien el pasado lunes 20 participaría de una llamada Cumbre Hemisférica de Lucha contra el Terrorismo. Tras caminar sobre la larga alfombra roja extendida para las grandes ocasiones ante la Casa de Nariño, el palacio presidencial, escuchó el último despropósito de Duque: “Más allá de todo lo que se escriba y se diga, quiero destacar ante quién estamos hoy. Él es un titán, él es un héroe que está luchando por la democracia. Juan Guaidó es realmente un héroe de la democracia”.

A través de versiones recibidas por medios de ambos países, se supo que Guaidó –un dirigente del pequeño partido Voluntad Popular acusado de promover acciones terroristas para derrocar al presidente Nicolás Maduro– entró a Colombia tal como lo había hecho el 22 de febrero del año pasado, de la mano de los paramilitares de Los Rastrojos, uno de los tantos escuadrones de la muerte afines al expresidente ultra derechista Álvaro Uribe (2002-2010). En 2019, Guaidó apareció en Cúcuta para participar del “Venezuela Aid Live”, un festival musical con nombre inglés en el que se recogerían donativos en el marco de un operativo humanitario mundial en favor del pueblo venezolano. Entonces, Guaidó había prometido hacer un regreso triunfal a Caracas, a la cabeza de una caravana de “camiones repletos de comida y medicamentos”, algo que, en realidad, nunca ocurrió.

El triunfalismo del año pasado lo llevó al error de hacer un alarde publicitario y divulgó urbi et orbi una serie de fotografías en las que aparecía, sonriente, uno por uno, con tres de los jefes de Los Rastrojos. Allí estaban, sin que se les moviera un músculo de la cara, tres viejos amigos de Uribe: Alberto Lobo Quintero (El Brother), John Jairo Durán (El Menor) y Juan Posso Pedrozo (Nandito). En las fotos, Guaidó aparece con la misma ropa –remera negra con cuello abotonado, gorro gris de camuflaje y pulsera de lana roja– con la que se lo ve luego en el Aid Live (¿descuido, señal de impunidad?). Lobo se entregó a la policía colombiana el 18 de junio de 2019. Días después, Durán fue detenido tras participar de una masacre de campesinos en Puerto Santander, en la frontera con Venezuela. Posso fue detenido por la seguridad venezolana en el estado Zulia.

Según los conocedores de la coyuntura regional, tanto aquel viaje para participar del evento musical como este para hablar ante un foro orientado a la lucha contra un enemigo terrorista no precisado, fueron pensados para oxigenar la imagen de Guaidó. Entonces, como ahora, su figura aparece desgastada y no surge todavía un reemplazante para la tarea sucia de implorar a las potencias una intervención directa. Como en febrero de 2019, EE UU y Colombia prueban distintas fórmulas para imaginar un pronto fin del gobierno constitucional de Nicolás Maduro. Por eso, esta vez también llevaron a Guaidó a Europa, para fotografiarlo entre lo más rancio del liderazgo neoliberal reunido en Davos, y en Londres, y en España y en los organismos europeos de Bruselas. Y para que surgiera de tales sujetos un compromiso mayor para intervenir abiertamente en Venezuela.

Los amigos de Guaidó, que son gente de Uribe y a través de éste y la Unión Internacional Demócrata (UID) amigos de Mauricio Macri (ver aparte), no son lo mejor de cada casa, como los amigos atorrantes de Serrat. No, estos son malas compañías en serio.

 Veamos. Lobo y Durán regentearon los hornos crematorios de Medellín y el Catatumbo, en el estado Zulia, donde se borraba el rastro de las víctimas de los escuadrones. Y fueron los que idearon las “casas de pique”, centros de tortura y descuartizamiento de los enemigos de narcos y paramilitares: los carteles de Medellín y del Golfo, Los Rastrojos, los Urabeños (ya desaparecidos) y Los 12 Apóstoles dirigidos por Santiago, el hermano menor de Uribe, detenido desde febrero de 2016 e investigado por concierto para delinquir, conformación de grupos paramilitares y homicidio agravado. El diario La Vanguardia, de Santander, aseguró el 17 de septiembre pasado que las casas de pique fueron rehabilitadas desde que los paramilitares colombianos alquilaron sus servicios a los carteles mexicanos. “La aparición de cuerpos decapitados, que recuerdan las técnicas para asesinar y sembrar el terror en México, se ha disparado este año, especialmente en la zona de Cúcuta”, dijo el diario..

Por ahora, la promesa de Guaidó de regresar cargado de buenas noticias parece que no pasará de eso. Sin embargo, además de las instrucciones que pudo haberle dado Pompeo, el secretario de Estado y el Pentágono sí les dieron una buena noticia a los opositores que claman por una intervención armada. Aunque por ahora no es más que una nada sutil amenaza, anunciaron, casi de improviso, la realización de maniobras militares conjuntas del Comando Sur con las fuerzas armadas colombianas en una zona no precisada de la frontera. Sólo se dijo que consisten en la toma y defensa de “aeropuertos enemigos”. Las maniobras se realizan desde el pasado 23 de enero y se extenderán hasta el próximo miércoles 29. Los videos con los gigantescos Hércules C-130 descargando decenas de helicópteros y los temibles infantes paracaidistas de la 82ª División Aerotransportada en acción, ocupan las pantallas de los televisores de todo el mundo desde el mismo jueves. «

Los amigos de Macri

En junio de 2010, antes de iniciar un viaje a Colombia, la entonces secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, recibió una sugerencia de su jefa de Gabinete, Chery Mills: «Al llegar a Bogotá, no sea efusiva con el presidente Álvaro Uribe». Mills repetía la advertencia del embajador William Brownfield, que decía que Uribe «es nuestro aliado pero hay que cuidarse de él». Brownfield desconfiaba por dos razones: «Está demasiado comprometido con los narcotraficantes y los escuadrones de la muerte» y, «a propósito de su combate al terrorismo, interfiere en nuestras relaciones con gobiernos y líderes amigos». Se refería a Mauricio Macri y los por entonces presidentes de Bolivia (Carlos Mesa), Chile (Ricardo Lagos), Ecuador (Lucio Gutiérrez) y Paraguay (Nicanor Duarte), con quienes había pactado el envío de «asesores policiales antiterroristas».


La versión fue divulgada en Estados Unidos por The New York Times y en Colombia por el diario El Tiempo y la cadena Caracol. No era una exclusiva de nadie, era parte de la información emanada de la revelación de 25 correos de Clinton, que hacía parte de una investigación (espionaje) del FBI conocida en septiembre de 2015. Allí, los dos juntos y en una misma línea, aparecen citados Los Rastrojos y «el líder argentino Mauricio Macri» en un tiempo en el que era aún un aspirante a la Jefatura de Gobierno de Buenos Aires. De acuerdo con esos correos, «Uribe hizo una buena alianza con Macri y, por mano de Los Rastrojos, le giró dinero para su campaña electoral». Según dijo el diario neoyorkino que según dijo el FBI, los narcos y los paramilitares pagaron el ascenso de Macri a los altos cargos ejecutivos.


Tras esa alianza con Uribe, Macri entró de lleno a la política mundial y llevó a su partido, el PRO, a sumarse a la Unión Internacional Demócrata (UID), la central de la ultraderecha neoliberal fundada por Margaret Thatcher, George W. Bush y el francés Jacques Chirac. En la UID amasó unas relaciones peligrosas: entre otros, con Acción Democrática Nacionalista (el partido del exdictador boliviano Hugo Banzer), Demócratas (el partido brasileño que lideró el golpe contra Dilma Rousseff y sustenta a Jair Bolsonaro), Renovación Nacional y Unión Demócrata Independiente (los partidos del pinochetismo chileno), el Centro Democrático colombiano de Uribe, el Partido Colorado (sustento político del exdictador paraguayo Alfredo Stroessner), el ARENA de los salvadoreños que asesinaron a monseñor Oscar Arnulfo Romero y los ultranacionalistas españoles del Partido Popular y Vox.