Maria Zakharova es la vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso. Tan profesional y categórica en sus definiciones como el canciller Sergei Lavrov, sus declaraciones suelen tener ese tono irónico y mordaz que seguramente aprendió en el ejercicio del periodismo. Hace algunas horas escribió en su cuenta de Telegram que «la histeria de la Casa Blanca es más reveladora que nunca. Los anglosajones necesitan una guerra. A cualquier precio. Las provocaciones, la desinformación y las amenazas son el método favorito para resolver sus propios problemas».


La andanada de temores y amenazas que se lanzaron esta semana desde Washington confirmarían esta percepción del gobierno de Vladimir Putin. Así, mientras por un lado el presidente Emmanuel Macron viajaba a Moscú para una entrevista –kilométrica mesa de por medio– con el mandatario ruso, el secretario de Estado Antony Blinken comenzaba su serie de advertencias acerca de una inminente invasión a Ucrania.
Para Macron, el resultado de su minigira, que incluyó Moscú, Kiev y Berlín, “logró su objetivo” de abrir puertas para encontrar la forma de bajar tensiones en esa región europea. Pero eso, a la vista de los estrategas estadounidenses, eleva al mandatario galo a una estatura de líder continental que no están dispuestos a permitirle.


Eso podría explicar en parte la “histeria” de estos días: ningunear la gestión francesa. Un dato a tener en cuenta es que así como Zakharova, hija de diplomáticos soviéticos, se crió en Beijing y habla mandarín, Blinken pasó su infancia en París, donde su padre fue embajador, estudió en escuelas de ese país y habla francés con acento parisino. En la Ciudad Luz aprendió también los buenos modales diplomáticos que siempre caracterizaron a los franceses: guantes de seda sobre puños de hierro.


El gesto estadounidense de tensar la cuerda al máximo puede ser visto como una maniobra desesperada para mantener a Europa dentro de la Otan o enterrarla en una guerra –que es una hipótesis nada despreciable y que explicaría el uso del término “anglosajones” por la vocera, ya que Washington no juega solo– o por pasar de página tras el desastroso retiro de las tropas de Afganistán. En tal sentido, la Casa Blanca, por un lado, pide a sus ciudadanos que se vayan de Ucrania, pero les advierte que no los van a ir a buscar. “Arréglense como puedan”, es el mensaje.


Documentos desclasificados en el Reino Unido revelan que el gobierno británico invirtió 82,7 millones de libras para sostener medios de comunicación en los países limítrofes de Rusia en los últimos cuatro años. Según el portal declassifieduk.org, los fondos se canalizan a través del Fondo de Conflicto, Estabilidad y Seguridad (CSSF, por sus siglas en inglés) como modo de combate a la “desinformación” proveniente de fuentes rusas.
Así y todo, la histeria puede ser una buena arma en manos de buenos psicópatas. Se atribuye a Richard Nixon la Teoría del Loco. “Quiero que los norvietnamitas crean que he alcanzado el punto en el que podría hacer lo que fuera para parar la guerra. Correremos el rumor de que, ‘por amor de Dios, conoces a Nixon, está obsesionado con el comunismo. No lo podemos reprimir cuando está furioso —y tiene la mano en el botón nuclear’— y el mismo Ho Chí Minh estará en París en dos días suplicando por la paz”, publicó en sus memorias su jefe de Gabinete, Bob Haldeman.


El punto es que Estados Unidos ya tuvo como presidente a alguien demasiado parecido a Homero Simpson, que daba la sensación de que en cualquier momento se podía quedar dormido sobre ese botón, y todo se iba al demonio. Joe Biden, por otras razones, no se muestra mucho más confiable. «