Los israelíes se preparan para ir a las quintas elecciones en menos de cuatro años. El gran interrogante es si el próximo martes Benjamín Netanyahu conseguirá los votos necesarios para volver al poder o, por el contario, Yair Lapid, actual primer ministro, logrará revalidarse. Para eso tienen que garantizarse al menos 61 diputados de los 120 que hay en el Parlamento, pero ninguno de los dos está alcanzando ese número. Por lo tanto, el país podría seguir hundido en un bloque político.

Los partidos que apoyan a Lapid plantean la elección como un plebiscito sobre el regreso de Netanyahu. Esta vez, el líder del Likud cuenta con la extrema derecha de Sionismo Religioso, una fuerza en ascenso y una opción que incomoda a Estados Unidos: el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Robert Menéndez, le dejó en claro a Netanyahu que esa alianza repercutiría en la relación bilateral. En la oficina del primer ministro israelí y en la Casa Blanca preocupa que «Bibi» -así lo apodan en Israel- exacerbe la polarización.

Por su parte, Lapid es un dirigente centrista que heredó una coalición que incluye a la derecha xenófoba anti Netanyahu, la izquierda pacifista, liberales, laboristas y los árabes del partido islámico Raam. Se convirtió en primer ministro en julio, cuando el gobierno colapsó y Nafatli Bennett, sin demasiada alternativa, llamó a elecciones y le dejó el cargo. Según los cálculos del acuerdo de rotación, debería haber sucedido a Bennett en 2023, pero los tiempos se aceleraron y en estos meses tuvo que demostrar que estaba a la altura.

Como ministro de Exteriores, puesto que desempeña a la par del de primer ministro, Lapid reforzó la relación con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán -Netanyahu y Trump impulsaron el vínculo con estos cuatro países árabes en los denominados Acuerdos de Abraham- y acaba de delimitar la frontera marítima con un viejo enemigo, Líbano, algo que Netanyahu vende como una rendición ante la milicia proiraní de Hezbollah. En caso de regresar, el exprimer ministro avisó que desechará lo pactado, pese a la mediación de EE UU.

El gobierno de Lapid viene impulsando un plan de cerca de U$S 8 mil millones para mitigar la desigualdad estructural entre la población de origen palestino. De esta forma, el creador de Yesh Atid intenta ganarse el voto de los árabes israelíes, clave para inclinar la elección a su favor. Pero esa parte de la sociedad, el 21% de los 9,5 millones de habitantes de Israel mira lo que pase en los territorios palestinos ocupados. Ahí Lapid lo tiene más complicado.

En Cisjordania, sobre todo en las ciudades de Nablus y Yenín, al norte, más de 100 palestinos murieron a manos del ejército israelí en lo que va de 2022. La violencia proviene en parte de los colonos israelíes, un sector volcado hacia Netanyahu. En paralelo, Israel registra más de 20 víctimas de atentados terroristas en su territorio. La ocupación es el telón de fondo que le sirve a Lapid para exhibir su mano dura de cara al electorado. Un nuevo grupo de combatientes, la Guarida de los Leones, está desafiando a los soldados israelíes y liderando lo que podría convertirse en otra intifada o levantamiento.

El argumento de Lapid es que la falta de acción de la Autoridad Nacional Palestina del presidente Mahmud Abbas justifica las incursiones del ejército en la Cisjordania ocupada. Paradójicamente, en la Franja de Gaza parece mantener las cosas bajo control después del ataque “preventivo” contra la Yihad Islámica en agosto. La facción que gobierna el territorio palestino es Hamas, un enemigo conocido de Israel, y permaneció al margen de la operación militar. A Cambio, Lapid prometió aumentar los permisos para que palestinos de Gaza pudieran trabajar en Israel, una medida inédita desde el bloqueo al enclave de 2007.

“La de Gaza fue una operación muy quirúrgica que le hizo ganar credibilidad a Lapid entre los que pensaba que no tenía credenciales en seguridad. Todos esperaban una escalada y creían imposible que Hamas no interviniera en el conflicto. Pero una de las novedades de los últimos meses son estos ataques espontáneos y la aparición de un grupo armado en Nablus que no responde a ningún grupo armado establecido”, señala Kevin Ary Levin, máster en Estudios de Medio Oriente por la Universidad de Columbia.

“Es una profecía autocumplida”, sigue el experto en política israelí, “porque durante años se dijo que no había con quien hablar en el lado palestino”. “Con Lapid hubo una primera conversación, pero se mantiene en lo simbólico. Nadie cree que la Autoridad Nacional Palestina tenga peso para tomar decisiones importantes. Si Netanyahu no gana es probable que el futuro gobierno esté más ocupado en mantener su propia unidad. En la administración Biden tampoco se ejerce presión para que las partes negocien. Y la derecha tiene más capacidad destructiva en la relación con los palestinos”, advierte.

En Israel preocupa más la política exterior, que por la historia del país es también política interna, y en especial cómo posicionarse respecto a la guerra en Ucrania. Bennett intentó mediar entre Volodimir Zelenski y Vladimir Putin y se limitó a enviar ayuda humanitaria, pese a la insistencia de Kiev y la presión de Washington para que provea armamento. Más allá de las diferencias entre Lapid y Netanyahu, Israel está priorizando sus intereses de seguridad en Siria, donde Rusia -ejerce la tutela defensiva del régimen sirio de Bashar Al Assad- deja que bombardee los objetivos de Irán y sus aliados.

Ahora que Israel comprobó la entrega de drones de Irán a Rusia para destruir Ucrania el panorama podría cambiar. “Israel tiene una posición difícil. Hay una afinidad cultural con ambos países. Hay una población judía rusa y ucraniana muy grande que llegó a principios de los 90. Y existen lazos culturales, familiares y comerciales. El grueso de los socios de Israel está del lado ucraniano, pero en los últimos 15 años profundizó sus relaciones con Rusia. Putin es un aliado necesario en la región”, apunta Levin.

«El vacío político está perjudicando al país»

Hace no tanto Netanyahu hacía campaña con las imágenes de Trump y Putin y sus posiciones están más alineadas con las del Partido Republicano, aunque prácticamente nadie en Israel -ni siquiera Biden- apuesta por un acuerdo nuclear con Irán. Las últimas encuestas le dan una ventaja a su bloque –Likud, ortodoxos y, probablemente, los xenófobos y homofóbicos de Sionismo Religioso- con 60 diputados, a uno de la mayoría. Ni siquiera los partidos árabes podrían desempatar. Pero el día de la elección es solo el comienzo. El proceso poder tardar semanas o meses e incluso desembocar, una vez más, en otra elección. 

“Ante el escenario posible de una parálisis política continua, hay espacio para alianzas creativas. Netanyahu le puede presentar a Benny Gantz (ministro de Defensa) y a Lapid la posibilidad de hacer un acuerdo de unidad. Pocos israelíes están con voluntad de ir a una nueva ronda electoral y el vacío político está perjudicando al país. No puede haber un gobierno débil tomando decisiones trascendentales”, dice Kevin Ary Levin.

Los votantes de centro y un sector de la izquierda “ven a Lapid como una solución viable”. “Hay pánico de que la derecha radical tenga un ministerio a cargo o esté en una posición de toma de decisiones. Es un argumento que puede persuadir al centro israelí”, agrega.

 Lapid era un conductor de televisión que en 2012 fundó su propio partido, Yesh Atid o Hay Futuro, y pronto se destacó como opositor a Netanyahu. Resulta impensable que apueste por un gobierno compartido con el líder del Likud sin antes haber agotado todas las posibilidades.