La celebración de los 60 años de la Revolución Cubana es una victoria de la Dignidad y la Soberanía de los pueblos. Por lo tanto constituye una derrota de quienes agreden esos valores en todos los continentes para sojuzgar y someter a las naciones en violenta y criminal búsqueda, tanto de los recursos que el gran capital necesita para desenvolverse, como de la imposición de su hegemonía global.

Décadas de un bloqueo que en estos días recrudece, incontables agresiones, actos criminales y toda clase de provocaciones contra Cuba no han podido contra la organización y la conciencia de un pueblo forjado en épocas de opresión y humillaciones en tiempos de capitalismo, pero de cuyo seno surgió un liderazgo que, por su obra, ha pasado a ocupar un lugar central en la historia.

El valor de Fidel y de la unidad revolucionaria que hoy se concentra en el PC de Cuba, no es, como insiste el discurso dominante, haber «retenido el poder» durante tanto tiempo. Es haber puesto, en las condiciones nacionales concretas, las ideas y los caminos para que sea el pueblo quien ejerza de modo cierto el poder, a través de un modo de construcción democrática autóctono, que es todo lo contrario a una dictadura. Es una construcción política donde la sociedad se constituye desde las barriadas y los lugares de trabajo y estudio, donde están organizados los debates de los problemas, que existen y muchos y, sobre todo, las decisiones.

José Martí dejó el legado de la unidad nacional como condición para el logro de la independencia. En su conjunción dialéctica con los desarrollos del marxismo, en Cuba el Partido, surgido y construido en Revolución, es la vanguardia de la nación y de ningún modo una maquinaria electoral.

Desde los cenáculos de Washington hasta los escritorios de algunos trotskistas, se pide una «democracia representativa con pluralidad de partidos». En la realidad cubana tal división pondría en riesgo la independencia y las conquistas del socialismo en un país sitiado y a pocas millas de los EE UU.

Es además una democracia de resultados, integral, no sólo de ir a votar cada tanto, democratizado uno de los sistemas de salud pública totalmente gratuita, catalogado como uno de los mejores del mundo. Y una estructura educacional sorprendente para ese nivel de desarrollo económico.

A tal punto que, mientras desde el imperio se envían al mundo tropas y bombarderos, Cuba envía médicos y personal especializado de salud, o habilita una Escuela de Medicina para la juventud latinoamericana y de otros continentes, que una vez graduados, regresan a sus países. La Revolución, si es verdadera, se torna una invencible fuerza moral.

Del manantial inagotable de discursos y reflexiones de Fidel, rescato una palabra que creo un valor fundamental: el decoro. Cuba celebra con decoro seis décadas de Revolución. No sólo aquel momento del ingreso triunfal de los barbudos en La Habana. La revolución es un hecho cotidiano. Como dijera Fidel: «Es sentido del momento histórico, es cambiar todo lo que deba ser cambiado».

El 1 de enero de 2019 encontrará a Cuba en plenos cambios. Con una nueva Constitución mil veces debatida en asambleas populares, donde se entregaron más de 700 mil propuestas de modificación del texto original y se incluyó más de la mitad. Se someterá a referéndum en los próximos meses. Es una carta magna de importantes cambios actualizadores. Pero no de los que pide Washington y su coro global de chupamedias.

En estos momentos de dominación neoliberal/neocolonial en nuestra querida Argentina, nos hará bien celebrar a Cuba y su Revolución invicta.