«Todo cuanto he oído de Samarcanda es cierto, aunque es más hermosa de lo que podía imaginar», dijo Alejandro Magno cuando en el 330 a.C llegó a esa ciudad bañada por el río Zeravshan. Fundada hace 2700 años, fue y es un cruce de culturas y prosperó como paso de la ruta de la seda. Muy adecuado ungir a esa ciudad de Kazajistán como sede de esta Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) marcada por el creciente enfrentamiento de Occidente contra el resto del mundo.

Allí fue que los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin volvieron a verse luego de la firma del acuerdo de amistad en Beijing el 4 de febrero pasado. «China está dispuesta a hacer esfuerzos con Rusia para asumir su responsabilidad de grandes potencias y tomar el papel de guía para inyectar estabilidad y energía positiva en un mundo caótico», dijo Xi. «Los intentos de crear un mundo unipolar han cobrado recientemente una forma absolutamente fea y son completamente inaceptables», respondió Putin.

La OCS fue fundada en 2001 por Kazajstán, China, Kirguistán, Rusia, Uzbekistán y Tayikistán, a los que se sumaron Pakistán e India. Ahora, Irán está a las puertas de incorporarse como miembro pleno y Turquía ya fue invitada a participar. Al mismo tiempo, Azerbaiyán, Sri Lanka, Camboya, Nepal, Armenia, Egipto, Qatar y Arabia Saudí son «socios de diálogo», un escalón previo a su incorporación.

Invitado especial, el mandatario turco mantuvo reuniones bilaterales con Xi, con el primer ministro pakistaní, Shehbaz Sharif y con el jefe de gobierno indio, Narendra Modi. Recep Tayyip Erdogan mantiene una relación de difícil equilibrio con la OTAN, de la que Turquía forma parte, y con Rusia. Eso le permitió obtener grandes descuentos en el precio del gas ruso y ventajas financieras para construir una central nuclear. Xi, en tanto, llamó a «consolidar una confianza política mutua» entre ambos países.

Como en política nada es gratuito, ahora Erdogan percibe las consecuencias del contacto con Putin y con Xi: este viernes Washington anunció que levantará el embargo a la venta de armas al gobierno de Nicosia, una medida dictada en 1987 tras la guerra civil. Chipre es un problema para el gobierno de Erdogan. Con una población mayoritaria de origen griego, desde 1974 la isla está dividida en dos sectores, al norte una República Turca de Chipre, solo reconocida por Ankara, y al sur una de mayoría griega con reconocimiento internacional y miembro de la UE. Turquía aspira a integrar la UE desde hace décadas, pero el tema Chipre siempre fue esgrimido como argumento para trabar su ingreso.

Estados Unidos levanta el embargo a condición de que el gobierno del presidente Nicos Anastasiades se sume a las restricciones al comercio con Rusia e impida que los buques rusos entren a puertos chipriotas. «Se trata de una decisión histórica, que refleja la creciente relación estratégica entre los dos países, incluso en el ámbito de la seguridad», dijo Anastasiades en Twitter. «Esta decisión afectará de manera negativa los esfuerzos para la resolución de la cuestión chipriota y provocará una carrera armamentística en la isla», replicó el ministerio turco de Relaciones Exteriores.  «