En los últimos días, España sumó un nuevo foco de discusión pública a partir del próximo estreno del documental No me llame Ternera, dirigido por el periodista Jordi Évole y producido por Netflix, que se centra en una entrevista de alcance inédito con Josu Urrutikoetxea, referente de la organización política revolucionaria Euskadi ta Auskatasuna (ETA).

El filme, que apenas han visto unos cientos de personas en el contexto de la edición 2023 del festival internacional de San Sebastián (SSIF) y llegará a la plataforma el 15 de diciembre, motivó el rechazo de intelectuales y víctimas del terrorismo, a la vez que reinició la discusión sobre el sentido de la lucha armada y la desmedida represión del Estado español contra el independentismo en el País Vasco.

El volumen de la polémica subió a partir del lunes 11 de septiembre, cuando se publicó en El Diario Vasco una carta titulada “Contra el blanqueado de ETA y Josu Ternera”, que lleva la firma de figuras como el filósofo Fernando Savater y el autor de la exitosa novela Patria, Fernando Aramburu, además de cientos de damnificados en atentados.

“Por desgracia, ese documental forma parte del proceso de blanqueado de ETA y de la trágica historia terrorista en nuestro país, convertida en un relato justificativo y banalizador que pone al mismo nivel a asesinos y cómplices, víctimas y resistentes”, afirma en uno de sus pasajes el manifiesto, que exigió a las autoridades del festival desprogramar las funciones previstas para estos días en la ciudad también conocida como Donosti, cercana a la frontera con Francia.

La respuesta de José Luis Rebordinos, director del SSIF, llegó al día siguiente: “El cine es, entre otras muchas cosas, fuente de la historia y se ha ocupado a menudo de llevar a la pantalla a protagonistas, perpetradores de episodios de violencias injustificables pero sobre las cuales sí ha tenido la voluntad de indagar (…). La no ficción que ahora nos ocupa ni justifica ni blanquea a ETA porque este Festival no proyectaría una película con esas premisas (…). En definitiva, estimamos que la película No me llame Ternera ha de ser vista primero y sometida a crítica después y no al revés”.

Vale aclarar que al momento de este intercambio, la película apenas había sido mostrada a algunas decenas de periodistas. Sin embargo, en diálogo telefónico con Tiempo desde su casa en Madrid, Savater refirió: “No tengo interés en verla. Sí en ver a Ternera declarando en la justicia y en la cárcel”.

El escritor, señalado durante años como objetivo de ETA durante al menos una década, agregó que “la respuesta de Rebordinos es una sarta de tonterías. El festival siempre tuvo una relación cautelosa con el terrorismo: en las jornadas de presentación irrumpían personajes encapuchados agitando banderas independentistas. Así se pagaba un tributo para que no pasara nada peor”.

Josu Urrutikoetxea, conocido en su paso por ETA como Josu Ternera.
Foto: AFP

Ternera, nombre de guerra

Urrutikoetxea es uno de los personajes más singulares de la trayectoria de ETA a lo largo de sus 50 años de militancia activa. Desde los ‘80 atravesó múltiples períodos de encarcelamiento luego de condenas como partícipe necesario en resonantes atentados, que cuenta según cifras oficiales más de 800 víctimas entre uniformados y civiles.

En una frenética carrera, Ternera fue diputado foral vasco, prófugo de la Justicia por 17 años, negociador del cese del conflicto y encargado de leer el último comunicado de la organización en 2018. Espera en libertad condicional la extradición desde Francia a España y ya se expresó defraudado por el documental que protagoniza.

Tiempo pudo acceder a la primera proyección pública el último viernes, en el inicio del festival. A través de la entrevista que llevó dos años concretar y 9 horas de filmación, Évole jaquea en varias oportunidades al exreferente independentista, que reconoce errores estratégicos de ETA -como el asesinato de Miguel Ángel Blanco luego de su secuestro en 1997, un caso que supuso una oposición mayoritaria al terrorismo en España- y sobre todo habla de “insensibilidad” ante el dolor de las víctimas de los atentados.

Pero a su vez muestra una lógica militante propia de los procesos revolucionarios de la segunda mitad del siglo XX, en el que las acciones armadas fueron, según Urrutikoetxea, producto de un análisis y objetivos netamente políticos para llevar al Estado español a la mesa de negociaciones.

El periodista y Màrius Sánchez (codirector y socio) brindaron ayer sábado una conferencia de prensa en la que definieron a Ternera como “militante fanático”. Afirmaron que resultó decepcionante para ellos que no mostró en ningún momento una posición propia, apartada de su línea orgánica. Además, aclararon que no puso ninguna condición para la entrevista.

En el documental se esclarece la razón del apodo al líder etarra, en el contexto de una situación casual a principios de los setentas en un bar de San Juan de Luz, Francia. Pero lo esencial de la anécdota es que la policía española obtiene ese sobrenombre que designa a Urrutikoetxea a través de la detención y tortura de uno de los comensales que lo acompañaba.

La sistemática represión estatal llevada adelante por España al movimiento independentista vasco atravesó las décadas del franquismo y se intensificó con la vuelta de la democracia. El Instituto de Criminología de la Universidad del País Vasco elabora desde 2017 una investigación que logró reunir más de 4000 casos registrados de torturas por parte de los diversos cuerpos de policía nacional y Guardia Civil contra personas en Euskadi, por los cuales apenas hay 20 condenas a responsables directos. En paralelo, el Estado vasco ha comenzado en los últimos años un proceso de reparación económica para víctimas de la violencia política en su territorio.

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Urrutikoetxea, de espaldas. Évole, de frente.

“Vox es un peligro, ETA no”

Bajo la lluvia intermitente que empapó la alfombra roja, el estreno de No me llame Ternera se llevó a cabo en el Kursaal, angulado centro de convenciones como las piedras en los espigones que cortan el oleaje a orillas del mar Cantábrico. Junto a la fila de espectadores, cuatro individuos sostenían una bandera española sobre la que se leía Vox – Guipúzcoa. “Este documental es un ataque a la libertad”, le dijo Juan de Dios Dávila, miembro del partido con casi nula representación en la zona.

Unos días antes, Savater afirmaba que para el SSIF “Vox es un peligro, pero ETA no”, en relación a que Rebordinos había expresado antes del voto de julio su preocupación por el avance de la extrema derecha en España.

ETA fue uno de los múltiples argumentos que Vox agitó durante esa campaña. En paralelo y a nivel nacional, la disputa por la investidura entre el PP y el PSOE implican un juego a varias bandas para el que los partidos vascos, PNV y Bildu, forman parte de la compleja negociación.

Arnaldo Otegi, exmiembro de ETA y hoy referente de Bildu, expresó en los últimos días el calor que tendría un gesto por parte de Pedro Sánchez para ampliar la posible amnistía exigida por Puigdemont a cambio de los votos de Junts pero en este caso sobre los presos políticos vascos.

Por su parte, el lehendakari (presidente del gobierno local), Íñigo Urkullu, dijo sobre el documental que “toda información que aclare un asesinato es una buena noticia”, en referencia a que Urrutikoetxea afirma allí haber participado de la muerte a tiros del alcalde de la localidad de Galdakao en 1976, un caso hasta el momento sin resolver.

De fondo, la sociedad vasca parece menos inflamada por las revelaciones de No me llame Ternera que lo que publican los medios de Madrid. A la salida de la función inaugural, David (19 años, donostiarra), ofrece su interpretación: “No vi blanqueamiento. Las preguntas de Évole fueron incómodas, sin embargo no ha metido tanto el dedo en la herida. Ternera ha hecho cosas muy macabras y sangrientas, es un asesino en serie. No puedes comparar lo que ha hecho el Estado español con lo que hizo ETA”.

Hace algunos días, el Foro de Entidades de Educación en Derechos Humanos y por la Paz Eskubidez informó que sólo el 25% de los centros educativos abordan la realidad de la violencia política vivida en el territorio en las últimas décadas.

La historia de todos los países duele”, dijo Évole ayer. “Vivimos un momento en que chavales de 25 años no saben quién fue Miguel Ángel Blanco. Este país tiene que mirar el pasado con valentía”.