La defensa de los tratados humanitarios multinacionales y las resoluciones de condena al nazismo son casi una norma en las Naciones Unidas. Se ratifican año tras año. Desde diciembre de 2012, entre tantos, el organismo vota la llamada «Resolución contra la glorificación del nazismo, el neonazismo y prácticas que contribuyen a exacerbar las formas contemporáneas de discriminación racial, xenofobia y manifestaciones conexas de intolerancia». Así de extenso es el enunciado, pero es bueno conocerlo de tal forma porque resume todo lo que se pretende frenar al amparo de ese título. En estos tiempos en los que el nazismo vuelve a pisar fuerte en EE UU y el mundo occidental –con excepción de América Latina– Washington y 49 de sus socios votaron en contra de la Resolución.

¿Razones? Una. La Resolución estaba copatrocinada por Rusia, y para el llamado «mundo democrático» Rusia es una mala palabra. Que así como Tchaikovski, Chejov, el Bolshoi y hasta las tiernas mamushkas deben desaparecer del habla occidental y cristiana, ya que del mapa y el diccionario no es posible, al menos por ahora. En los días previos a la votación, cuando el texto había pasado a la revisión de las comisiones respectivas de la ONU, EE UU definió el copatrocinio ruso como una forma encubierta de justificar su invasión a Ucrania. No lo entendieron así los 128 países que aprobaron la Resolución. El texto finalmente votado expresa, tal como era la idea originaria, la preocupación de los firmantes «por el auge de los grupos nazis y los tributos a personas que lucharon junto con la Alemania hitlerista durante la II Guerra Mundial». Ucrania está llena de ejemplos.

Además de los socios europeos y los aliados de la OTAN –incluye a Canadá–, EE UU logró que 15 de los 193 miembros de la ONU se abstuvieran (en América Latina, sólo Panamá y Ecuador, mientras la OEA no abrió la boca). Por primera vez desde su pertenencia al organismo, Israel votó contra Washington. Por primera vez, también, los países de la gran cola de paja, los tres miembros del llamado Eje coaligados en la Segunda Guerra Mundial –Alemania, Italia y Japón–, ignoraron las «menudencias» morales y votaron a favor de la glorificación del nazismo. Rusia denunció que los países que sufragaron en contra, especialmente esos tres, acaban de «protagonizar un sacrilegio» contra la memoria de las víctimas del nazismo alemán, el fascismo italiano y el militarismo japonés.

Cuando el jueves 15, EE UU encabezó la cruzada orientada a hacer la vista gorda y apañar el resurgimiento y glorificación de las ideas supremacistas, hacía sólo ocho días que Alemania había recibido una dramática señal. La más clara expresión de que los nostálgicos con nombre y apellido estaban preparados para llevarse todo por delante. El 7 de diciembre, los comandos de choque de los Ciudadanos del Reich (el Reischbürger, émulos de las SS hitleristas) fueron aparentemente desbaratados cuando ya tenían listo un plan que incluía un golpe de Estado, la toma del Congreso y el secuestro de todos los legisladores, para sustituir al gobierno por un monárquico Consejo de Corte presidido por Heinrich XIII, el monigote de los Reuss, una dinastía del siglo XII que   pregona el nazismo.

Con semejante y tan cercano precedente, el occidente europeo que hoy debería enfrentarse al renacimiento nazi votó contra la Resolución. En esos mismos días, paradojas de los gobiernos que sobreviven bajo presión norteamericana, un tribunal alemán condenaba como corresponsable del asesinato de más de diez mil personas a una exagente del campo de concentración de Stutthof, en Polonia. Irmgard Furchner tiene 97 años y estará dos en una cárcel común. Es tan responsable como cualquiera. El mismo día, pero en una celda VIP de Campo de Mayo, el inspector policial Mario Sandoval escuchaba el fallo que lo condenó a 15 años que podrá cumplir en la misma, privilegiada prisión, aunque sus defensores aducen que es una persona de 69 años que «padece diversas dolencias».

Pero ante algunas señales positivas sobran los ejemplos del renacer nazi y su relevancia, en muchos casos quizás gracias, más que a su vitalidad, al laissez faire, laissez passer de los gobiernos occidentales. Los nazis del español Vox se inmiscuyen en los asuntos internos de otros países, como lo vienen haciendo desde la llegada de Cristóbal Colón a La Española, en 1492. Días antes de haberse opuesto España a la lucha contra la glorificación nazi, Vox desembarcó en México, y de la mano de los ultras del Partido de Acción Nacional bajó sus instrucciones a sus aliados de la ultraderecha de la región. Quizás el más próximo para los argentinos –conocido en todo el mundo–, sea el caso del seleccionado de Croacia, un equipo que a su buen fútbol agrega una fuerte pasión nazi, impuesta por Luka Modric, su estrella. Previo al partido con Argentina, en el vestuario, cantaron himnos nazis y extendieron su brazo, haciendo el clásico saludo impuesto por Hitler.

Si todo eso les era desconocido, no lo podía ser el informe del proyecto Redfish, divulgado en 2021 y reeditado para su distribución en la ONU. El trabajo dice que «el nazismo crece en Europa con aquiescencia de los Estados». Y señala que desde su fundación en 2013 el partido Alternativa para Alemania (AfD) aumentó su padrón en un 33% y en la misma proporción los crímenes de odio. «Tras el fin de la Segunda Guerra no se desnazificó el país. Nadie puede ignorarlo. El hecho de que haya nazis en todos los niveles del Estado y en los partidos viene del nacimiento de la Alemania federal, en 1949, un parto bendecido por EE UU, Francia y Gran Bretaña». Según Redfish, en el ejército y la policía se multiplican los oficiales nazis. Conforman células y actúan compartimentados. Alemania es el núcleo, asegura, pero en los cuarteles de toda Europa los glorificadores del nazismo se reproducen como la mitológica Hidra de Lerna.  «

«Partícipe y líder de una asociación delictiva»

El expresidente Donald Trump, un ferviente glorificador del nazismo, «es un hombre que no está apto para ocupar ningún cargo». Así de contundente fue el lunes pasado la diputada demócrata Liz Cheney, vicepresidenta del comité legislativo que durante 18 meses investigó el cruento intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2021, con el que el republicano buscaba desconocer el triunfo electoral de Joe Biden y quedarse por la fuerza al frente de la Casa Blanca. Trump pretende volver a la presidencia tras las elecciones de noviembre de 2024 y las encuestas siguen vaticinándole un futuro promisorio.


El Comité, que probablemente dé a conocer su informe definitivo antes de fin de año, se refiere al republicano como «partícipe y líder de una asociación delictiva». La investigación consta de unas 800 páginas en las que se recogen más de mil testimonios y recomienda a los fiscales la presentación de cargos penales conducentes a la inhabilitación de Trump. La perspectiva de llevar a juicio al expresidente no tiene precedentes en la historia de EE UU. En 1974 el también republicano Richard Nixon fue forzado a renunciar, pero no como resultado de una investigación judicial sino ante las evidencias surgidas de un escandaloso juicio político.