“Muerte por sobredosis”. Las tres palabras que describen un lacerante cuadro psicosocial ya fueron incorporadas al habla médica cotidiana y se ven cada vez con mayor frecuencia, casi como una denuncia, en las actas de defunción de los hospitales de Estados Unidos. En medio de la dolorosa realidad global derivada de la pandemia de Covid-19, la industria farmacéutica multinacional pasó a ser la estrella de las marquesinas, y no solo por ser la “dueña” de las vacunas y el marketing sino, más bien, por ser causante de una devastadora ola de mortandad definida por el mundo científico como la nueva epidemia propia del país “faro de la libertad y la justicia”. En 2020, y la tendencia es creciente, la sobredosis de los opiáceos dejó más de 93 mil muertos (93.331, exactamente), 256 personas por día.

Además del fentanilo, las muertes fueron provocadas por el consumo de los llamados psicoestimulantes, la cocaína y los opioides naturales y semisintéticos recetados como simples analgésicos por médicos retribuidos generosamente por los principales productores de las drogas asesinas: Purdue Pharma y Johnson & Johnson. El 25 de junio, el primero admitió sus culpas al firmar un acuerdo por 4500 millones de dólares para cancelar en Nueva York el juicio que le habían iniciado otros 15 estados, y Johnson & Johnson le siguió al arreglar por 230 millones más el compromiso de salir del negocio de los opiáceos dentro del territorio norteamericano. Para el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) del Ministerio de Salud, la mortalidad del año pasado marcó un récord histórico.

En un informe del 14 de julio pasado, el CDC explicó que detrás de esta epidemia que en Estados Unidos se suma a la pandemia, están las desregulaciones sanitarias neoliberales de los años de Donald Trump (2016-2020), y sobre todo los intereses de los laboratorios que desarrollaron el fentanilo y el oxicodona. El primero, una droga legal prescripta para tratar los fuertes dolores asociados al cáncer que es hasta cien veces más potente que la morfina y que genera un efecto similar al de la heroína. La DEA, la agencia antidrogas de Estados Unidos, asegura que al ser una droga que produce gran efecto en pequeña cantidad, es fácil de traficar. El segundo es un poderoso analgésico opioide potencialmente adictivo que se sintetiza a partir de la tebaína, uno de los alcaloides presentes en el opio.

Para el CDC es el uso y el comercio ilegal del fentanilo el que está generando el aumento de muertes por sobredosis. La “epidemia de abuso de los opioides”, como le dice el centro norteamericano, empezó con lo que se dio en llamar la guerra contra el dolor, que llevó a que laboratorios como Purdue Pharma y Johnson & Johnson se hayan lanzado a desarrollar opioides de comercialización legal, hasta inundar el mercado con “painkillers” (pastillas analgésicas) que además de calmar generan adicción y dependencia. Médicos incentivados por las multinacionales recetaron y recetan excesivamente las painkillers, con lo que fueron decisivos para generar la llamada crisis de adicción. Cuando ya era tarde, llegaron ciertos intentos de regular este proceso. El mercado negro y la muerte fueron los pasos siguientes.

La epidemia desatada por las sobredosis fue una crisis creada y no algo inesperado. En el mismo año que cayó la lluvia de demandas sobre los laboratorios abanderados de la guerra contra el dolor, John Kapoor, dueño de la Insys Therapeutics, fue declarado culpable por los sobornos dados a cientos de médicos para promover la venta de Subsys, un aerosol de fentanilo que recetaban hasta para dolores menores, en dosis crecientes y por períodos prolongados. Una investigación de El Colegio Mexiquense probó que los médicos trataban a los adictos como pacientes con dolores crónicos, y en esa lógica se detonó una espiral de recetas que aumentaban las dosis acentuando la dependencia. Ocultaban que si bien los opiáceos funcionaban como paliativos temporales, los organismos tendían a hacerse resistentes y a acercarse a la muerte conforme aumentaba su consumo. En esta crisis de larga data, generada con la anuencia de un Estado ausente y permisivo, las multinacionales farmacéuticas se han comportado como un poderoso engranaje del llamado crimen organizado. Las muertes por sobredosis son parte de una triste realidad que no llegó a conocimiento de la sociedad norteamericana con el informe del CDC. Viene de lejos, tanto que un grupo de congresistas demócratas y republicanos ya le había pedido al presidente Joe Biden que promoviera una norma para favorecer los tratamientos médicos contra los opiáceos producidos por Perdue Pharma y Johnson & Johnson. Aunque, casualmente, o no, el tratamiento tiene en su base una pastillita producida por la primera de ellas…