No es casualidad que los tres más fervorosos enemigos de Nicolás Maduro en Europa sean los gobiernos de España, Francia y Gran Bretaña. Pero no por razones humanitarias o ímpetu democrático, sino porque el ultimátum –de imposible cumplimiento– para que el gobierno bolivariano llame a elecciones antes de este lunes les sirve para incidir en sus disputas internas.

El caso del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, es paradigmático. Llegó a La Moncloa el 2 de junio pasado luego de una movida parlamentaria que bien podría catalogarse como «golpe institucional». Fue tras un acuerdo entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y sectores de izquierda, cuyo principal referente es el partido Podemos, para sacar del medio a Mariano Rajoy, del conservador Partido Popular (PP).

Sánchez podría haber seguido la línea que le marcaba su correligionario José Luis Rodríguez Zapatero, que coordinó durante casi dos años una mesa de diálogo entre la oposición y el chavismo para una salida negociada a la crisis que ya lleva años en Venezuela. JLRZ denunció que a último momento la oposición se negó a firmar el documento consensuado.

Pero Sánchez, que al momento de ser designado como premier ni siquiera era diputado, no resistió a la tentación de subirse al carro antichavista, como Rajoy y como pretende la corona de los Borbones (recordar el «¿Por qué no te callas?» de Juan Carlos I al propio Hugo Chávez en una cumbre regional).

Con otro agregado: Podemos es un movimiento muy cercano al gobierno bolivariano y representa la versión hispana del populismo latinoamericano. En estas semanas enfrenta una fuerte disputa interna entre dos de sus fundadores, Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Si Podemos era un desprendimiento por izquierda del PSOE, qué mejor ocasión que machacar ahora sobre sus aliados circunstanciales para recuperar votantes en un escenario de terror al contagio caribeño.

Un caso parecido tiene Emmanuel Macron en Francia. Llegó al poder en mayo de 2017 luego de un balotaje con la derechista Marine Le Pen. Por muy poco quedó afuera de la segunda vuelta Jean-LucMélenchon, la versión gala del populismo sudamericano. Envuelto desde hace semanas en las protestas de los «chalecos amarillos», y con cada vez menos sustento en la sociedad, apoyar al opositor Juan Guaidó le permite a Macron ir cambiando de tema en la agenda interior pero fundamentalmente socavar la base ideológica de Mélenchon, que ante el descrédito del exempleado de la banca Rothschild, era la opción de quienes jamás votarían por la ultranacionalista Le Pen y están desencantados de otras promesas de izquierda.

Del otro lado del Canal de la Mancha, Theresa May está en un atolladero porque se acerca la fecha para comenzar la separación del Reino Unido de la Unión Europea. Pasó con lo justo dos mociones de confianza en el Parlamento y el martes logró que se le aprobara una enmienda al acuerdo de divorcio de la UE, pero en verdad nadie sabe lo que pueda ocurrir antes del fin de este mes. El laborista Jeremy Corbyn aparece como el recambio a los conservadores. Y también tiene en la frente el sello de chavista, además de que se opone al intervencionismo en los asuntos venezolanos.