La prueba de una inteligencia de primera clase reside en la capacidad de retener en la mente dos ideas opuestas al mismo tiempo sin que se pierda por ello capacidad de funcionamiento. Uno debiera, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y, sin embargo, estar decidido a cambiarlas”.

Scott Fitgerald. Escitor y autor de “El gran Gatsby”

Ignacio Lula Da Silva asumió oficialmente la presidencia de Brasil el 1 de Enero del 2023. Jair Bolsonaro, el capitán retirado, no entregó la banda presidencial y no reconoció su derrota. Se fue a Florida, Estados Unidos, de vacaciones , al estado donde tiene su residencia de fin de semana Donald Trump, su mentor y amigo.

El 6 de Enero en Washington eran juzgados los trumpistas que hace dos años invadieron el Capitolio, aduciendo que Joe Biden no había ganado las elecciones y que Trump era el verdadero presidente reelecto

El 8 de Enero de 2023 los neofascistas brasileños invadieron el Congreso de Brasil, el palacio presidencial de Planalto y el Tribunal Supremo, intentando un putsch, que recuerda los protagonizados por Adolf Hitler en Alemania, cuando pugnaba por hacerse con el poder para crear el funesto III Reich.

No se necesita la agudeza detectivesca de Sherlock Holmes para establecer una estrechísima correlación en estos sucesos ocurridos en los países más importantes de las Américas, como son Estados Unidos, en el norte, y Brasil, en el Sur.La conclusión es obvia. El neofascismo del siglo XXI no solo está en Europa en el gobierno de la Georgia Meloni, en Italia , en el partido de la Marine Le Pen, en Francia, en el partido VOX, que lidera Santiago  Abascal, en España, en el batallón Azov que es parte del ejército  de Ucrania.,Está también  en las américas con Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, como sus líderes visibles.

En la historia del siglo XX los fascismos asolaron Europa y las dictaduras militares se impusieron en muchos países de América Latina. En el siglo XXI la bestia fascista resurge alimentada por los resentimientos que crean las desigualdades infinitas producto del ultraliberlismo económico y la ausencia de un Estado organizador del territorio y socialmente redistribuidor. Cuando la democracia liberal fracasa en el siglo XXI, la amenaza a la paz no es una revolución social de los pobres sino el neofascismo violento de los superricos.

Brasil es fundamental para América Latina. No puede resolver los problemas que cada país ha acumulado en su historia, pero sí puede irradiar con su ejemplo formas social democráticas de combatir la desigualdad como lo hizo Lula en sus dos presidencias anteriores, cuando decenas de millones de brasileños dejaron la pobreza absoluta y pasaron a gozar de las comodidades austeras de la clase media de un país del tercer mundo.

Esa ha sido la base material de su victoria electoral. Lo hizo después de que la justicia usada como arma política neofascista lo condenó a casi 600 días de injusta e ilegal prisión, que el líder asumió con la resiliencia con que Nelson Mandela soportó años de cárcel en la Sudáfrica del apartheid.

La consolidación del Eje con el nazifascismo en Alemania e Italia y el militarismo gobernando Japón requirió en el siglo XX determinado contexto internacional. El equipo de gobierno de Lula da Silva requiere examinar cuidadosamente el emergente orden multipolar y su expresión latinoamericana para actuar sabia y audazmente en lo interno e internacional y no volver a vivir días tan aciagos como este 8 de enero.

La democracia brasileña debe garantizar las libertades. Pero también el orden público y la paz social. No puede el presidente Lula olvidar que el neofascismo bolsonarista está vivo y tiene base social. Tampoco puede aceptar los neofascistas acampes frente a los cuarteles pidiendo al ejército brasileño que intervenga y derroque a Lula. Y debe juzgar en tiempo y forma, moral, política y jurídicamente, al régimen de Bolsonaro por ecocidio y genocidio en la amazonía, donde ha destruido la naturaleza y a las tribus que viven en esa región de Brasil. Crear un tribunal internacional para ello sería una medida plausible.

Brasil no puede hacer lo que ha hecho Argentina. No juzgar a tiempo moral, política y jurídicamente a Mauricio Macri y su crimen de “lesa deuda” con el FMI gestionada por Donald Trump y fugada por Macri, que ha condenado a  generaciones de argentinos a vivir endeudados y con altas tasas de inflación.

Sin caer en optimismos triunfalistas o en pesimismos derrotistas, el gobierno de ula debe examinar cuidadosamente la dinámica en la geopolítica latinoamericana. Algunos datos claves: 1)la elección de Gustavo Petro, primer presidente no perteneciente  al círculo liberal-conservador colombiano que ha gobernado ese país desde su independencia, y su proyecto de paz total para alcanzar la convivencia de los colombianos que han vivido un siglo con guerras internas. 2) La transformación de la frontera colombo-venezolana en una zona de paz y cooperación y no de permanente confrontación. 3) El desconocimiento de Juan Guaidó como presidente Interino de Venezuela, por sus propios partidarios ,marca la retirada de un payaso de la pista del circo político internacional. 3) La derrota del pinochetismo representado por Antonio Katz en Chile y el difícil avance hacia la redacción de una nueva Constitución que sustituya la que el asesino de Salvador Allende le dejó como funesta herencia al pueblo de Chile. 4) La vuelta del MAS al poder en Bolivia por elecciones libres, después del golpe militar que impuso a la sra Jeanine Añez como dictadora civil, quien  hoy paga en la cárcel sus tropelías antidemocráticas y represivas. 5) La inestabilidad institucional endémica del Perú, ahora con un gobierno provisional encabezado por Dina Boluarte , quien ejerciera la vicepresidencia del derrocado Pedro Castillo.

Boluarte y varios altos personeros de su gobierno están acusados judicialmente por crímenes de lesa humanidad a causa de las tres decenas de manifestantes muertos en las manifestaciones posteriores al desconocimiento de Castillo.

El Ecuador transformado en narcoestado durante los últimos lustros. Y está en la transción hacia su consolidación como estado fallido. Su primer síntoma fue el fracasado asilo a Julián Assange, otorgado por el expresidente Rafael Correa y luego negado por su sucesor, Lenin Moreno, ex vicepresidente de Correa y elegido por el mismo partido, que permitió la entrada a la embajada ecuatoriana en Londres de la policía británica para apresar a Assange. Un estado que no sabe defender y cumplir el compromiso de asilo otorgado a un periodista internacional tiene las características de estado fallido.

En Centroamérica la deriva autoritaria recorre Nicaragua y Guatemala con sacerdotes presos en el primer caso y periodistas y activistas presos y perseguidos en el segundo. En El Salvador el gobierno del Nayib Bukele combate a las maras con tanto éxito como autoritarismo. Todo eso ocurre en un mundo donde el orden multipolar tiende a consolidarse.

Rusia se convierte en la mayor potencia estratégico- militar del mundo ,que crea un nuevo orden naval en base a los submarinos armados con armas hipersónica que ningún país otro país posee. China, India y Brasil, miembros del BRICS con Rusia y Sudáfrica, son la segunda, quinta y décimo segunda potencias económicas del mundo. La correlación de fuerzas a nivel internacional no es favorable al resurgimiento del fascismo en el siglo XXI. Eso no significa la ausencia de ese peligro. El huevo de la serpiente existe y hay que aplastarlo e impedir su alumbramiento.