En Francia, donde el movimiento obrero y popular viene enfrentando con más fuerza que en otros países los recortes neoliberales, con las incógnitas que produce la salida del Reino Unido de la Unión Europea, y como todo el Viejo Continente viviendo en carne propia la crisis humanitaria de las migraciones forzadas, los terroristas de la llamada Guerra Santa dieron otro golpe con graves secuelas de sangre y muerte.
Ellos, o los que los orientan y financian, se regodean de lo que está ocurriendo. Quieren profundizar el Estado policíaco en que el país galo se ha convertido y aumentar las acciones militares imperiales que se desarrollan en Medio Oriente con el portaaviones Charles de Gaulle como avanzada.
La historia que comenzó con el pacto de los Estados Unidos con los califas para hacer la guerra a la vieja Unión Soviética en Afganistán y que pasando por Al Qaeda hoy se constituye como Estado Islámico, irrumpe ahora en Niza protagonizada por una nueva generación de yihadistas.
Estos aparecen en el centro de la escena después de que la estrategia de derrocar al presidente Al Assad y de destartalar Siria se dificulta por el acuerdo de Damasco con Moscú, que afectó muy sensiblemente la capacidad de control territorial de EI.
Y claramente también porque las relaciones tan cultivadas entre el senador republicano John Mc Cain y Ali Bakr al-Bagdadi, cabecilla del Califato fundamentalista, pueden no estar en su mejor momento.
El atentado inmediatamente anterior registrado en el Aeropuerto de Estambul, tuvo que ver con el intento turco de reducir su cooperación con ese oscuro ejército irregular, para descomprimir las presiones que sufre el gobierno de Erdogan, enfrentado al mismo tiempo a una crisis interna, a la resistencia kurda, al conflicto con Rusia y Siria y a la crisis de refugiados.
Estas contradicciones y muchas otras retrotraen a los yihadistas desde el control territorial de parte de Siria y de Irak, hacia el terrorismo en objetivos extra zona.
Se trata del modo de marcar presencia en las vísperas de las elecciones en Estados Unidos, sus promotores originarios, como se quejara oportunamente la candidata demócrata Hillary Clinton, cuando supo expresar que eligieron mal sus aliados en Medio Oriente. Y en tiempos de trámite del Brexit.
Es preciso además evaluar si la mayor presencia rusa en el Levante no resulta un debilitamiento de la influencia de los Estados Unidos en la zona, en tanto principal sponsor del Califato.
En tiempos de tantos cambios en pleno curso, acciones de fuerte y tan variada y global repercusión son una forma de negociar el mantenimiento de los apoyos, y si fuera posible, de incrementarlos.
Para acciones del tipo de las de Niza no es difícil sin duda reclutar en Francia a un joven de origen musulmán, racialmente discriminado y con un trabajo de muy escasa calidad y bajo salario, para que en la opulencia del lujoso centro turístico de la Costa Azul, en lugar de unirse a sus compañeros de clase en el movimiento huelguístico, decida arremeter criminalmente con el camión contra la marea humana, que en ese momento festejaba una revolución cuyos principios de libertad, fraternidad e igualdad se han hecho añicos.
Pero no por un hecho de terrorismo, sino por la crisis de un capitalismo que cada vez más restringe la democracia y la solidaridad y promueve, a contrario sensu, una manifiesta desigualdad.