El frente oriental de la UE es un polvorín que puede estallar en cualquier momento, temen los más pesimistas. La tensión en la frontera bielorrusa sigue creciendo y este lunes los ministros de Relaciones Exteriores de la Unión Europea se reunirán en Bruselas para analizar nuevas sanciones contra el gobierno de Alexandr Lukashenko, al que acusan de desatar “táctica híbrida” mediante una crisis migratoria en venganza por los castigos que le impusieron tras las elecciones presidenciales del año pasado.

La realidad muestra que el enfrentamiento del gobierno de Polonia con Minsk esconde una puja geopolítica de larga data en países de la ex órbita soviética. Además, la crisis migratoria en esas regiones no es nueva. Si hay un punto de partida, podría ubicarse en la llamada Primavera Árabe, la invasión de Libia y el avance del grupo yihadista Estado Islámico en Irak y Siria.

Cientos de miles de personas intentaron huir del horror a través de Turquía, mientras en el norte de África otros tantos buscaban cruzar el Mediterráneo para escapar de persecuciones y matanzas en países subsaharianos. Gobiernos europeos y estadounidenses no son ajenos a esta tragedia, ya que fueron responsables de cada una de esas crisis.

El caso es que hubo una explosión de migrantes buscando mejores horizontes desde 2010. En paralelo, crecieron los movimientos xenófobos y neofascistas en el continente, mientras la UE trataba de encontrar una salida que no pusiera en debate el rol de defensora de los Derechos Humanos que se atribuye.

La frontera oriental de Europa es un terreno propicio para esas fuerzas racistas que pululan también en los países más “políticamente correctos”. Y dentro de ese “club” ultraderechista, el primer ministro polaco Mateusz Morawiecki se lleva varios galardones. Cuestionado desde Bruselas por una reforma judicial muy controvertida y leyes antiaborto y antiLGBT, es aliado del gobierno húngaro en eso de levantar muros para evitar a foráneos “indeseables”.

Polonia comenzó a erigir alambrados de púas en la frontera con Bielorrusia ante el auge de migraciones por esa región. Lo mismo hicieron Letonia y Lituania. Lukashenko está en la mira de Bruselas y Washington, entre otras razones, porque es un firme aliado de Rusia. En 2014, un golpe de estado destituyó a otro prorruso, Viktor Yanukovich, en Ucrania, desde entonces gobernada por fuerzas de derecha hostiles a Moscú. La respuesta de Vladimir Putin fue recuperar la península de Crimea, sede de una base naval desde la era zarista y poblada por rusófilos.

Lukashenko – en el poder desde 1994 y con una impronta soviética, aun hoy -ganó las elecciones de agosto de 2020 con 80,23% de votos. La UE y EEUU deslegitimaron el resultado, hablan de un comicio amañado y decidieron sanciones.

Por Bielorrusia pasa el gasoducto Yamal-Europa. Y desde Donald Trump, la Casa Blanca trata de socavar el acceso de la UE al gas ruso. Un conflicto puede poner en riesgo la provisión, fundamentalmente a Alemania. Otra cañería, el Nord Stream II, pasa por el Báltico y está por entrar en régimen a pesar de las presiones estadounidenses.

Para la interpretación «oficial» de esta crisis, Lukashenko envía migrantes a Europa en venganza por las sanciones del año pasado, y detrás del mandatario bielorruso está Putin. Pero si bien Lukashenko amenazó con cerrar los grifos, desde Moscú le pidoeron bajar un cambio y garantizan que el gas seguirá fluyendo. Hay tropas polacas en la frontera con órdenes de evitar incursiones de migrantes. Y tropas bielorrusas vigilando que los polacos no crucen. En el medio, un millar de migrantes en un clima helado y sin protección de ningún tipo. 

Moscú destinó dos aviones bombarderos con capacidad nuclear Tu-22M3 a sobrevolar el espacio aéreo bielorruso, mientras denuncia ante la ONU el envío de militares británicos a esa frontera caliente como una provocación.