Miles de personas escapan de zonas de conflicto, de los jihadistas y de los talibanes en países como Libia, Jordania y Afganistán. Miles que arriesgan sus vidas y llegan con lo que tienen puesto a Francia, un país que le ha abierto las puertas a muchísimos refugiados pero aún no lo suficiente. Y sin el mejor trato, por cierto. La Unión Europea, por su parte, se debate hace meses sobre cómo y cuántos desplazados forzosos debe recibir cada país, pero ahora se enfrenta a serias preocupaciones tras el Brexit y la oleada xenófoba, cuestiones que vienen siendo una realidad hace ya largo tiempo pero que se han manifestado firmemente luego del referéndum en el Reino Unido.

Olor nauseabundo, comida podrida diseminada por el piso, ratas muertas a pocos metros, bolsas y colchones sucios, orina en las paredes y gente caminando alrededor casi sin mirar lo que sucede. En medio de este basural, viven unos 200 refugiados en París, que acampan como pueden y con lo que llevan puesto, esperando ser atendidos por la Dirección Regional del Empleo para obtener los papeles que necesitan de forma imprescindible para poder comenzar una nueva vida.

Jóvenes, niños y adultos acampan bajo un puente durante semanas e incluso meses, bajo la severa mirada de la policía que merodea la zona y que se encarga de cerrar con llaves los baños públicos que están allí mismo, como para empeorar aún más las degradante condición de vida que llevan los refigiados.

Nueve países y ningún final

Sami Achakzai es afgano, tiene 23 y llegó hace dos semanas a París. «Crucé nueve países para estar aquí», dice. Cuenta que lo hizo viviendo bajo las peores condiciones y en la calle. No obstante, se siente más seguro que en su país, donde «la guerra nunca acaba y los talibanes matan y persiguen» a todo aquel que se atreva a tener alguna relación política o laboral con el Estado. A pie, en barco, en tren y en camiones se transportó este joven desde Afganistán hasta Francia. «Atravesé Pakistán, Irán, Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría y Alemania», resalta. Una verdadera travesía donde puso en riesgo su vida y para la cual sus padres pagaron casi 10 mil dólares a los traficantes para transportarlo a Sami y a otros como él, que preferían morir en el intento antes que vivir perseguidos y amenazados de muerte durante el resto de su vida.

Ese puñado de refugiados no se conoce entre sí. Algunos, como Sami, viajaron solos, otros lograron llegar con sus niños o apenas uno de ellos. Hay mujeres con bebés sentadas a un costado, aferradas a lo único que tienen. Ahora todos ellos se unen bajo un mismo sentimiento y esperanza, protegiéndose entre sí porque todos se encuentran en la misma situación desoladora. Saben que deben aprender el francés y adaptarse a la vida occidental, pero para ellos se abre ahora «una nueva oportunidad, con libertad y seguridad», según afirman.

Un francés conversaba con algunos refugiados sobre la manera en que algunos civiles y ONG los ayudan con agua y alimentos. Comentan con tristeza, uno y otros, sobre el maltrato de la policía y la falta de limpieza del lugar, que empeora las condiciones de vida de gente que también acampa allí con niños que corretean sin tener demasiada conciencia de lo que están viviendo. Sorprendentemente allí no hay sirios, cuyas historias y dramas abundan hoy día. Es que la guerra no está sólo ahí, ni tampoco están los jihadistas. Medio Oriente vive hace tiempo bajo la guerra y la pobreza, empeorada por la invasión a Irak y Afganistán a principios de este siglo, a cuyas contiendas se sumaron luego las revueltas en Libia y ahora el complejo conflicto en Siria. Se trata de países saqueados y destruidos, sumergidos en la pobreza y la desigualdad y luego abandonados, por lo que millones de personas emigran y otras miles se unen a tropas extremistas cargadas de un odio impuesto por la violencia de intereses políticos y económicos que ellos no desplegaron.

Xenofobia y responsabilidades

Mientras tanto Europa, que junto a Estados Unidos, es el principal responsable de estas guerras y miseria que sufre Medio Oriente, se debate sobre cuántos refugiados debe recibir cada país, repartiéndoselos como si fueran ganado y sin garantizarles una vida digna. Sólo se toman su tiempo para definir si los dejan entrar o no.

Sin embargo, tras el referéndum, el Reino Unido quedará excluido de estas reglas comunes a todos los miembros y podrá, entonces, frenar el ingreso de inmigrantes, como ya lo manifestaron varios dirigentes políticos que hicieron campaña a favor del Brexit. El discurso vacío y racista que señala al extranjero negro o árabe como culpable de todos los males de la economía, tiende sobre el Viejo Continente una oleada ultranacionalista que recuerda a épocas oscuras.

El libre mercado, los ajustes, el lavado de dinero, los monopolios y el lobby empresarial no son los que generan desempleo, desigualdad y pobreza, sostienen, sino los que vienen de afuera a «robarle el trabajo» a sus ciudadanos.

La ultraderecha genera más de un dolor de cabeza en Bruselas, sede de la UE. Además de ser euroescépticos, los líderes de esos grupos son abiertamente xenófobos. En el Reino Unido el principal partido de este tipo es el UKIP, que desarrolló una muy fuerte campaña en favor del Brexit, en la que hizo hincapié en la necesidad de poder controlar sus propias fronteras para evitar el ingreso masivo de inmigrantes. En Francia, por su parte, la carismática Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, se subió a la oleada para pedir a gritos un Frexit. Pero la extrema derecha no es propiedad del Reino Unido y Francia. Justamente tras el Brexit, varios líderes nacionalistas se vieron fortalecidos y exigen el mismo referéndum. Geert Wilders en Holanda, Matteo Salvini en Italia, Heinz Strache en Austria y Joerg Meuthen en Alemania son solamente algunos de los ejemplos de cómo el viento de cola es aprovechado por algunos para exigir la salida de la UE, una comunidad creada en pos de la cooperación común de todos sus miembros para evitar, justamente, que todas las diferencias políticas y culturales vuelvan a desembocar en una guerra como las dos del siglo XX. Los valores fraternales entre europeos parecen haber sido olvidados para estos dirigentes que sólo hablan de “independizarse” y frenar la libre circulación en el espacio Schengen, sin dar demasiadas explicaciones sobre qué hacer después.

Gente como Sami dejan su país y su familia en busca de una vida más digna. Sólo desean tener un lugar donde dormir y conseguir un trabajo en un mundo totalmente nuevo y distinto para ellos, pero mejor que aquel que dejan, donde la guerra parece no tener fin y la inseguridad es una cuestión diaria. “No podemos hacer nada”, asegura este muchacho afgano que en su país estudiaba matemática y trabajaba en la aduana. Y que ahora, en Francia, durmiendo en la calle, a la intemperie, sólo espera un permiso para poder buscar cualquier empleo y así comenzar de cero, con el riesgo que ello conlleva pero con la convicción de que es preferible afrontar la soledad y los obstáculos lingüísticos y culturales europeos antes que caer en manos de talibanes o ser alcanzados por una bomba, hechos corrientes en su tierra desde antes de que él naciera. «

65,3 millones de desplazados

Según define la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), creada tras la Convención firmada en 1951, son personas que “debido a fundados temores de ser perseguidos por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país”. Bajo este concepto, los datos oficiales arrojan que el 2015 registró un récord de personas desplazadas forzosamente en todo el mundo, con un total de 65,3 millones. De ese total, 21,3 millones son refugiados y 3,2 solicitantes de asilo.

El 54% de los refugiados provienen de Siria (4,9 millones), Afganistán (2,7) y Somalia (1,1). Aun siendo países no desarrollados, de ingresos medios o bajos, y varios de ellos también bajo conflictos armados, los principales países que albergaron personas son Turquía, Pakistán, Líbano, Irán, Etiopía y Jordania. Es decir, el 86% de los refugiados fueron recibidos por regiones en desarrollo. Este dato que demuestra que la UE y EE UU, partícipes activos de guerras que generaron estos desplazamientos, no reciben gran cantidad de gente, contrariamente al discurso xenófobo de la ultraderecha. Los datos muestran también que 2011 reflejó una cifra récord de 42,5 millones de desplazados, pero luego los números crecen: 45,2 millones en 2012, 51,2 en 2013 y 59,5 en 2014. Si los refugiados registrados en 2015 formaran un país, serían la 21ª nación más habitada del mundo o la población entera del Reino Unido.

El último año Siria registró el mayor número de refugiados a nivel mundial con un millón de nuevos desplazados, alcanzando un total de 5 millones sobre 22 de población total. Turquía, con 2,5 millones, y Líbano, con 1,1, son los países que más sirios acogen, seguidos de Jordania, Irak y Egipto. Fuera de Oriente Medio, Alemania y Suecia lideran con 115 mil y 52 mil respectivamente. Estos números reflejan por un lado que los desplazados eligen mayoritariamente buscar refugio en países vecinos.