La idea de integración regional nos habita desde los principios de la vida independiente. Cuántas veces hemos leído acerca de la separación en estados distintos de lo que debía ser una gran unión, algo como una confederación, al menos un solo espacio político.

«He arado en el mar, he sembrado en el viento» diría Bolívar frente al fracaso de unirse. Desde entonces escuchamos el lugar común acerca de América Latina como hermanos que viven en la misma casa, mirando hacia afuera por distintas ventanas. Ha pasado mucha agua bajo el puente, desde las Uniones Centroamericanas y las Grandes Colombias hasta el ABC (por Argentina, Brasil y Chile) de Perón o la construcción del Mercosur. Uno nunca se baña dos veces en la misma integración.

De hecho, la institución que más ha durado es la Organización de Estados Americanos, creada en 1948, heredera de las conferencias panamericanas del siglo XIX instigadas por Estados Unidos. Supo contar con todos los países que los norteamericanos llaman «el hemisferio occidental», aunque con las expulsiones de Nicaragua, Venezuela y Cuba a lo largo del tiempo. El 4 de Febrero de 1962, justo en La Habana, Fidel Castro afirmó que «la OEA no es más que un ministerio de colonias» de los Estados Unidos. Lograba decir al mismo tiempo qué es la OEA y para qué funciona. 

La Organización de Estados Americanos convive con la dimensión financiera del el Banco Interamericano de Desarrollo, y el aspecto militar queda cubierto con las bases norteamericanas establecidas en América Latina, así como el Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR), que desde 1982 los argentinos sabemos cuánto vale. En lo económico la OEA sufrió un traspié en Mar del Plata en 2005, al fracasar la iniciativa del Área de Libre Comercio de las Américas. Pero tal proyecto jamás está olvidado: el precio de nuestra libertad es la eterna vigilancia.

Este 24 de enero tendremos la séptima reunión de las jefes y jefes de Estado de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe en nuestro país. Nacida en 2011, la CELAC tiene por vocación el dialogo intergubernamental de las naciones participantes; la originalidad radica en que ni Estados Unidos ni Canadá son parte. Hasta ahora carece de institucionalidad, y es presentada como un foro de discusión política y coordinación regional. Parece bastante inofensiva: no es el Mercosur, pero tampoco la OEA. Presencias y ausencias serán notadas y catalogadas. Sin embargo, aún este tipo de reuniones puede ser demasiado para las estructuras interamericanas regidas por Estados Unidos.

Es que en estos momentos la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) utiliza a Ucrania como campo de batalla contra Rusia; Europa recae en un destino de península; China crece y suma; la India no cesa. Reactuar la Guerra Fría implica adoptar mecanismos antiguos frente a realidades nuevas. No parece ser una buena solución, sino que es más peligrosa para nuestra América y nuestras democracias que para los enemigos que el occidente colectivo pretende combatir, en nombre de valores que predica, pero no cumple ni practica.

En el activismo contra la CELAC encontramos a la derecha insurreccional que mata en Perú, cunde en Bolivia, amenaza Brasil. Tiene sus terminales locales, que coordinarán protestas contra países hermanos. Esa exhibición extremista nos permitirá considerar lo que nos espera si llegan al poder.

Y también recordar que según Perón, «la verdadera política es la política internacional». Es tiempo de arar y sembrar. Otra vez. Siempre. «