El extravagante Donald Trump finalmente está a las puertas de la nominación a la presidencia de EE UU por el Partido Republicano. Una campaña sazonada con todos los condimentos que cualquier experto en marketing político hubiese impugnado le dieron suficiente peso específico en las primarias como para imponerse contra todos los precandidatos e incluso contra el establishment partidario. Pero ahora deberá enfrentar no solo a su contrincante demócrata –todo señala a la ex primera dama Hillary Clinton- sino a los rebeldes republicanos que no confían en el magnate inmobiliario. Pero también al poderoso lobby militar-industrial, que teme que sus primeros esbozos en política exterior le quiten su principal sustento, que es la agresiva expansión de los antecesores en la casa Blanca, como George W. Bush y el Nobel de la Paz Barack Obama.

Así podría explicarse la animadversión que despertó en las principales espadas republicanas, que primero intentaron reforzar la candidatura de Marco Rubio o Ted Cruz. Ante el fracaso de esas opciones, ahora aparecen voces que proclaman alguna candidatura salvadora por fuera de la estructura partidaria. Por lo pronto, ya varios altos dirigentes del PR anunciaron que no piensan apoyar la candidatura de Trump.
Es lo que informaron los voceros de la familia Bush, una de las aristocracias republicanas, quienes desde las páginas de un diario tejano dijeron que no participarán en la campaña. El líder republicano en el Capitolio y ex candidato a vicepresidente, Paul Ryan, miembro del ala derechista, también tomó distancia, lo que motivó una réplica feroz del polémico empresario.

«No estoy preparado para  sostener esa candidatura, es necesario unificar al partido», dijo Ryan. «Yo no estoy preparado para apoyar la agenda de Ryan», respondió Trump. Quien fuera el aspirante a la presidencia por esa fórmula en 2012, Mitt Romney, fue aún más lapidario: «Es un embustero, un fraude.»

Pero también hay rechazo desde los think tanks estratégicos ligados al PR. «Trump sigue siendo radiactivo de los principales estrategas de seguridad nacional del partido, que advierten que su enfoque «incoherente» de los asuntos del mundo y podría resultar peligroso para EE UU», detallan  Hannah Allam y Nicholas Zazulia, sobre un análisis realizado por 121 miembros del equipo de expertos en seguridad nacional del PR.
Thierry Meissan, el fundador de la Red Voltaire, acota en tal sentido que en un discurso ante el The National Interest, una revista nacida del riñón del Nixon Center que alberga a sobrevivientes del equipo de Henry Kissinger, Trump deslizó su planteo sobre la política exterior estadounidense. «Haber tratado de exportar por la fuerza el modelo democrático occidental y haber querido imponerlo a pueblos que no están interesados en ese modelo ha sido un error fundamental», declaró entonces, para alarma de los belicistas que pululan en los despachos de la secretaría de Estado. Es para Meissan el ataque más duro desde los tiempos de John Kennedy a las apetencias del complejo militar industrial.

El dato es que Clinton, que fuera titular de esa cartera en el primer gobierno de Obama y parte del segundo, no sólo obedece –al decir de Bernie Sanders, su rival demócrata – a las necesidades de Wall Street sino a los deseos de la industria bélica de su país. Ávida de dinero y a la vez creadora de mano de obra.

En ese contexto se puede entender que Trump, empresario mediático al fin y alejado de los circuitos de la política tradicional, sea una amenaza para esos sectores por su concepción radicalmente diferente de los manejos de la cosa pública. Hay quienes lo comparan con Silvio Berlusconi y  Nicolas Sarkozy por su carácter de outsider del mundo político. La pregunta es, teniendo en cuenta los conflictos bélicos en que incursionaron los Clinton, tanto Bill en la presidencia como Hillary en el ministerio, quién es el candidato más conveniente para las necesidades de los países al sur del río Bravo. Y quizás la promesa de Trump de construir un muro en la frontera con México sea la mejor noticia para los latinoamericanos, a pesar del discurso xenófobo del candidato. «