Los partidos están poniendo toda la carne en el asador para la elección de este martes en Estados Unidos. Los demócratas, porque esperan limar el control del oficialismo en ambas cámaras para que Donald Trump no pueda tener la manos libres en la segunda mitad de su mandato. Los republicanos, porque están en condiciones de profundizar su modelo conservador como pocas veces. Según el CPF (Centre for Responsive Politics, que podría traducirse cono Centro para unas Políticas Sensibles), una ONG que estudia el uso del dinero en la política de ese país, en esta campaña de medio término se gastarán unos 5200 millones de dólares, un récord en la historia política de EE UU. Los demócratas pondrán en la parrilla U$S 2553 mil millones y los republicanos 2190 millones, mientras que candidatos independientes no llegarán a los 500 millones.

La diferencia está en que el presidente no tiene prurito en ponerse la campaña al hombro y aprovechar cualquier ocasión para estar en el candelero. Es así que aprovechó la caravana que atraviesa en estos momentos México para anunciar un endurecimiento de las políticas migratorias, mientras refuerza sanciones contra Venezuela, Nicaragua y Cuba y proclama que desde mañana se efectivizarán las sanciones para quienes compren petróleo a Irán (ver aparte).

El discurso racista, uno de los ejes principales de Trump, se topó el sábado pasado con un fanático que ingresó a la sinagoga Árbol de Vida, de Pittsburgh, armado hasta los dientes y mató a once personas que participaban de un bautismo. La masacre puso en el centro del debate la libre portación de armas pero fundamentalmente el odio racial.

La condena llegó incluso desde Israel, pero Trump rechazó los cargos alegando que tiene una hija, Ivanka, que se hizo judía para casarse con Jared Kushner y que por lo tanto sus nietos también son judíos. No escapó a los analistas que Robert Bowers, el atacante, es admirador de Trump y que en ese templo actúan grupos de apoyo a la inmigración bajo el concepto de que los judíos de EE UU también fueron emigrantes y refugiados de persecuciones en el centro de Europa.

El presidente logró destacarse ya en 2016 por su feroz rechazo a la inmigración centroamericana, enfocada en un principio en los mexicanos. Si eso le dio resultado para llegar a la Casa Blanca, era previsible que ahora que se juega la renovación del Congreso también apelara a ese mensaje.

Por eso, a medida que se iban sumando desesperados a la caravana que partió de San Pedro Sula, Honduras, también Trump fue doblando la apuesta. El viernes, cerca de 2000 salvadoreños cruzaron la frontera de México con Guatemala atravesando el caudaloso río Suchiate, informó la agencia AFP. El lunes otros dos millares de hondureños cruzaron desde su país y están atravesando Oaxaca. Imposible saber cuántos son los que van en busca de la meca de oportunidades que se les pinta en Estados Unidos, aunque no bajarían de 15 mil.

Trump, sin embargo, no les tiene buenas noticias y ordenó el despliegue de tropas del Ejército a la frontera del río Bravo para impedirles el ingreso. Además, avisó que si arrojaran piedras a los uniformados, como le llegó la información de que había sucedido con policías mexicanos, los soldados abrirán fuego. «Si ellos quieren tirar piedras a nuestros militares, nuestros militares van a responder», dijo Trump, señalando que para él una piedra es comparable a un ataque con fusil y por lo tanto serán repelidos con plomo. «Tenemos que estar preparados ante la caravana (de inmigrantes)», ya que en ella hay «mala gente», escribió en una serie de tuits.

Al mismo tiempo, abrió otro frente de combate al sostener que piensa en una reforma legislativa para negar el derecho a la ciudadanía a los hijos de inmigrantes ilegales. Hasta ahora, por el solo hecho de nacer en suelo estadounidense, cualquier niño obtiene automáticamente la nacionalidad. El argumento es elemental: el bebé contará con derechos a la salud y la educación sin que sus padres hubieran hecho nada para ganárselo o incluso podrían no haber sido bienvenidos. Lo dijo más claramente en un acto de campaña en Misuri. «¿Qué deberíamos hacer con un dictador a quien odiamos y que está en contra de nuestro país y que viene con su esposa para tener un bebé en suelo estadounidense?».

A pesar de que la campaña de Trump se basa en el odio y el miedo al forastero o al diferente –una de las otras razones es que necesita mantener su caudal dentro de los que ya lo votaron–, entre los candidatos a casi mil cargos que se juegan este martes hay mayor diversidad que en anteriores contiendas. Es así que hay 410 aspirantes, casi la mitad, entre mujeres, personas LGBT y miembros de comunidades negras, asiáticas o hispanas. En este componente hay que buscar el cantero donde cala el discurso de Trump.

Desde 2013 nacen más niños de pueblos no WASP (por las siglas de Blanco, Estadounidense, Sajón y Protestante, la «raza» de los «padres fundadores») y en esta ocasión el 58% de los candidatos son blancos, la menor relación en las últimas cuatro elecciones, de acuerdo a un estudio del New York Times.

Para seducir a trabajadores y clases medias, en tanto, Trump presenta como gran logro de su gestión los datos de la economía. Este viernes la oficina de estadísticas anunció que durante el trimestre que finalizó en setiembre el PBI creció un 3,5%, menos que el 4,2% que había dejado junio, pero más que lo que pronosticaban los gurúes. En su medio de comunicación favorito, Twitter, el presidente destacó: «Wow! se sumaron 250.000 empleos en octubre, a pesar de los huracanes. El empleo es de 3,7% y los salarios crecen. Son números increíbles. Que sigan así, voten republicanos».

De acuerdo a las encuestas, los demócratas están en condiciones de ganar los comicios, aunque habrá que ver si alcanza para obtener la mayoría. Para ellos, el mensaje es recuperar «valores» perdidos en estos dos años. «Tenemos una oportunidad para restaurar cierta cordura en nuestro sistema político», alentó el expresidente Barack Obama en un discurso en California. «