Uno debería acostumbrarse a pensar en qué se beneficia el pueblo argentino ante cualquier acontecimiento exterior. Y en relación con la guerra en Ucrania -de la que este viernes se cumple un año- es bueno pensar cómo pararse frente a este hecho de una trascendencia fundamental, partiendo del principio de que la Argentina es un pueblo de paz.

El discurso occidental se centra en señalar como culpable del conflicto a Vladimir Putin y su ansia imperial. Lo califican de dictador que busca someter a los ucranianos y luego al resto de Europa a sus designios. Es una guerra de la libertad y la democracia contra la autocracia.

Para Putin, en cambio, todo se reduce a la violación de acuerdos con la OTAN tras la disolución de la Unión Soviética para respetar las fronteras establecidas al fin de la Segunda Guerra Mundial.

Estados Unidos y Europa arguyen que Rusia y China pretenden cambiar «el orden mundial basado en reglas». Tanto Moscú como Beijing sostienen la necesidad de establecer un mundo multipolar donde se respeten las normativas de la Organización de Naciones Unidas de 1945.

El gobierno de Cristina Fernández hizo hincapié entre 2007 y 2015 en la necesidad de que en la ONU se diriman las diferencias entre los estados y no la fuerza del más poderoso. Como quien diría, «minga de mundo basado en reglas que dicten los poderosos». Argentina tiene buenas razones para reclamar entre iguales, por ejemplo, la soberanía de Malvinas y la deuda odiosa.

De eso partió la Casa Rosada en 2014 para no avalar la incorporación de Crimea a la Federación Rusa y mantener su apoyo a Ucrania, a pesar del golpe contra Viktor Yanukovich. Argentina, recordó CFK hace justo un año, salió en defensa del principio de integridad territorial.

Cuando para muchos que rechazan el imperialismo anglosajón, Putin es un personaje hasta romántico, ella –que siempre tuvo buenas relaciones personales con el líder ruso– explicó en una cadena de tuits el sentido de esa posición que mantiene ahora Alberto Fernández. Reconocer el referéndum en Crimea entonces y en el Donbass luego, implicaría también aceptar una consulta similar en las islas del Atlántico sur que legitimaría el despojo británico. China, de hecho, tampoco reconoce abiertamente esa forma de resolver entuertos. ¿Qué debería esperar de un plebiscito en Taiwán? Tanto Rusia como China por cierto reconocen la soberanía argentina en Malvinas.

Un mundo multipolar sería la mejor noticia para los intereses del pueblo argentino y de la región latinoamericana. En base a esta estrategia, sería conveniente consolidar la relación con todas las potencias y no comprar el discurso «democrático» de Occidente. No es eso lo que se discute a sangre y fuego en Ucrania. Hace unas semanas, en estas páginas, el embajador argentino en la OEA, Carlos Raimundi, propuso reflotar y adecuar aquella «tercera posición» de los gobiernos de Juan Perón a los tiempos que corren. De eso se trata.

Por otro lado, los países del sur global se muestran razonablemente esquivos en apoyar a la OTAN y EE UU. El bloque que está llamado a liderar el resto de este siglo, BRICS, tiene como socio al principal aliado de Argentina, Brasil. Con todo lo pro EE UU que es Jair Bolsonaro viajó a Moscú poco antes del 24F y celebró su amistad con Putin. La semana pasada, Lula da Silva le dijo a Joe Biden en sus narices que iba a mantener la neutralidad y esperaba convertirse en una suerte de arquitecto para una salida pacífica en Ucrania.