Una ucronía de las elecciones de 2015 se revitalizó con el avance del año electoral: ¿Mauricio Macri hubiera ganado las elecciones presidenciales si Horacio Rodríguez Larreta perdía en la Ciudad? Nadie lo sabe, pero en la fragmentada oposición porteña hay quienes creen que ese triunfo –ocurrido a tres meses de las presidenciales de octubre– alfombró el camino de María Eugenia Vidal en Buenos Aires y, ambos, terminaron empujando a Macri hacia la Casa Rosada.

La secuencia es indulgente con los errores propios del kirchner-peronismo –cuyo involuntario aporte fue más determinante en el caso de Vidal–, pero tiene cierta solvencia: una derrota de Larreta hubiera puesto a Macri en la incómoda tarea de hacer campaña habiendo perdido en el distrito que lo vio nacer.

¿El peronismo cometió un error al declararse prescindente en el balotaje que, por escasísimo margen, Larreta le ganó a Martín Lousteau? Más que para llorar sobre la leche derramada, la pregunta vale para trazar una estrategia frente a lo que vendrá. Y lo que viene, para la oposición porteña, es un desafío capital: desde que llegó a la jefatura de Gobierno, el PRO acumula once años sin perder una elección en la Ciudad.

La sucesión de victorias otorgó al partido amarillo una pátina de invencibilidad que, sin embargo, este año ofrecerá varias fisuras. La principal: el desastre económico provocado por la administración Macri recayó con mayor peso sobre los sectores medios, que constituyen la mayoría absoluta del electorado porteño.

El propio oficialismo se colgó ese collar de plomo al atar la elección comunal a la nacional. La decisión de unir ambos comicios se tomó luego de las elecciones de medio término, donde Cambiemos cosechó el 50% de los votos porteños. Enviagrado, el macrismo modificó la ley bajo la premisa de que la estrella de Macri potenciaría al jefe de Gobierno. Pero hoy la situación es al revés: en la Casa Rosada rezan para que una buena elección de Larreta empuje a su mentor, mientras que el intendente implora para que Macri no hunda sus aspiraciones.

La debacle del modelo macrista ilusiona a la oposición, que por primera vez en años se ve en situación de merecer. Pero del deseo al hecho hay un trecho que el peronismo –la segunda fuerza del distrito– casi nunca pudo recorrer con éxito: la Ciudad fue esquiva a las distintas versiones del justicialismo desde los tiempos de Juan Perón.

«Acá se vota a personas más que a ideas», admitió a este cronista un dirigente peronista con cuatro décadas de campañas fallidas en el distrito. El comportamiento, si así fuera, no sería muy distinto a lo que ocurre en buena parte de occidente. El problema del peronismo, en tal caso, parece ser la oferta más que la demanda: el corte de candidato que parece gustar a los porteños tiene rasgos poco compatibles con la dirigencia peronista tradicional.

«Jóvenes, modernos, mundanos, despartidizados y liberales progresistas», enumera el dirigente. La perfilación –no exenta de prejuicios– explica por qué desde hace años la oferta del peronismo porteño se reduce a un menú corto: Daniel Filmus, Juan Cabandié y Mariano Recalde. Esos nombres se repiten en las mesas de arena donde se bosqueja la estrategia de la «unidad». A ellos se suman otros, como el de Fernando «Pino» Solanas –con más lustre que presente– y el de Emanuel Álvarez Agis, un joven economista surgido de la escudería Kicillof. Pero en esos cónclaves ningún nombre entusiasma más que el de un «outsider» que ya tiene decidido «jugar»: el presidente de San Lorenzo, Matías Lammens.

Empresario, 38 años, oriundo del Colegio Nacional Buenos Aires, vecino de Palermo, impronta de gestor y lenguaje al tono. Las características de Lammens encajan con el perfil del «candidato ideal» trazado por el experimentado dirigente peronista, salvo por un detalle: a Lammens no le interesa ceñirse a una estructura partidaria a la que no pertenece, y a la que imagina más como un lastre que como un tractor.

Sus ideas para la Ciudad están en línea con un programa «nac & pop»: más y mejor transporte público, más presencia estatal en el estímulo de la cultura y el deporte, menos concesiones al negocio inmobiliario –un símbolo de la gestión Larreta– y policías formados en el respeto a los Derechos Humanos, incluido el derecho a protestar sin ser apaleado. Pero aun así preferiría tomar distancia táctica de las distintas versiones del peronismo porteño, que a grandes rasgos se dividen en dos: el kirchnerismo –nutrido por transversales no peronistas– y el PJ tradicional, que en la última década alternó entre el cogobierno y la crítica testimonial.

Con números a la vista, Lammens escogería pegar su boleta a la de Roberto Lavagna más que a la de CFK. Lógico: Buenos Aires es la capital nacional del proceso de demolición mediático y judicial del kirchnerismo. La feroz campaña de estigmatización –adobada con pinceladas del más rancio antiperonismo– mantiene a Cristina entre los dirigentes con peor imagen en el distrito. Lavagna, en cambio, cuenta con sus antecedentes como ministro de la poscrisis y el respaldo de buena parte del establishment –multimedios incluidos–, cuya opinión suele gravitar entre los electores porteños incluso más que su propia realidad. 

Lammens le hizo saber su deseo a Lavagna, pero el economista aún no formalizó su postulación. De modo que el dirigente tiene en diseño un plan B: presentarse con una lista corta, es decir, sin candidato a presidente. La apuesta tiene sus riesgos. Si la contienda presidencial se polariza, como se cree que ocurrirá, Lammens debería obtener un corte de boleta histórico para acceder a un balotaje. «En el mano a mano a Larreta le gano, pero el problema es pasar la fase de grupos» suele decir, con espíritu futbolero.

En el PRODE de las encuestas, Larreta arranca con un piso de 30 puntos. El resto se distribuye entre el peronismo, la izquierda del FIT –que aún no definió candidatos, pero aspira a superar los dos dígitos– y opciones vecinalistas variadas, como la que suscribiría Lammens.

Aun así, el dirigente se muestra confiado para el balotaje. Su confianza se basa en lo que llama «la experiencia Lousteau»: «En 2015 la historia podría haber sido otra si la oposición hubiese llamado a votar contra Larreta en el balotaje». Esa esperanza contrafactual ilusiona a la oposición en la capital del PRO. Quizá esta año haya oportunidad de poner a prueba esa teoría. «