El protagonista es Horacio Fontova y la cita, todos los jueves de mayo en el Club Atlético Fernández Fierro. ¿La idea? Repasar en cuotas una selección de gran parte de las canciones que conforman el universo musical del Negro, un recorrido por múltiples géneros y estilos abordados con la naturalidad, convicción y espíritu lúdico tan afín a Fontova. El nombre del ciclo, muy a su estilo, es Variaciones Nigger.

«Me gusta laburar con una actitud lo más lúdica posible. Es una forma de conectar con la niñez. Hace varios años que toco en el CAFF, armando ciclos en solitario y alguna vez con el bajista Daniel Maza. Me siento familia con los chicos de la Orquesta Típica Fernández Fierro –cooperativa tanguera y propietaria del CAFF–. Por eso creo que no hay mejor lugar para mí y mis canciones», subraya Fontova.

Y agrega: «En las diferentes fechas habrá sorpresas y amigos que me acompañarán. Tengo un show que se llama El color de mi tierra y es netamente folklórico. Otro que se llama El affaire Luciana y está armado a partir de supuestos recuerdos de aventuras y desventuras amorosas con mujeres de todo el mundo. Ahí me doy el gusto de despacharme con las músicas que más me gustaron desde siempre: a una supuesta amante brasileña le canto una canción de João Gilberto; a una peruana, unos valsecitos; a una gringa, jazz; a una tana, unas canzonettas; a una española, unas coplas de García Lorca, y así. También tengo un repertorio de tango. Esta vez hice una ensalada de todo eso y salió Variaciones Nigger», detalla el Negro.

Artista multifacético, Fontova ha hecho de todo: televisión, cine, teatro, pintura, publicó un libro de cuentos (Tempera mental, editorial Sudamericana) y tiene otro en las gateras que se llamará Humano cero humano. Pero sus intereses y recorrido también llegan al cine. «Terminé de filmar otra peli. Es de ciencia ficción, muy violenta, bien apocalíptica, donde hago de un cura malvado. Fue bárbaro. Pero mi esencia es musical, vengo de familia de músicos y es la base de todo. Actuar es un placer, un juego fantástico que me encanta, pero en la música es donde soy yo. Es la mayor de las responsabilidades. El cagazo me dura hasta que arranca, pero  en la previa siempre  estoy sufriendo. Lo más difícil es lo que más me gusta: la música», confiesa. 

Fontova considera que el rol de la canción va cambiando según las circunstancias: «En 12 años no sentí la necesidad de hacer una letra de protesta porque había una idea clara y justa de hacia dónde ir. Durante el Proceso o en los ’90, cuando uno estaba con mucho desagrado por la situación social, hice muchas letras para putear un poquito, siempre musicalmente, claro. Pero hay que ir desempolvando aquellas canciones para plantear que estamos en desacuerdo. Ahora reedité un viejo tema que se llama ‘Me tenés podrido’ y lo canto en todos lados. Pero obvio que alterno. No me van a volver un maniático que esté todo el tiempo diciendo ‘estos gorilas no me gustan’. Me encantan los temas de amor, por eso también busco ir por ese lado».

Fontova se enteró hace años que Perón tenía un anotador y una lapicera en la mesa de luz y decidió imitarlo. «A veces en sueños se juntan criterios que de otra forma hubiera sido muy difíciles de unir. Por eso hay que anotarlos inmediatamente, antes que se escapen. Esa idea puede terminar en una canción. Lo más difícil es encarar un tema y decir ‘voy a hacer una canción sobre esto’. Es muy raro que funcione. Lo más efectivo es agarrar alguna de esas ideas que aparecen de la nada y desarrollarlas, así suelen aparecer letra y música», cuenta.

Con respecto a su carrera y su relación con la gente, dice: «Soy medio pudoroso. Pero me gusta que me quieran, que me saluden y tener 60 mil seguidores en las redes. Me tiran buena onda en lo virtual y en la calle. Tengo un blog, que se llama Comando Amelia, el año que viene cumple diez años y tiene muy buena recepción. Pero aquí y allá se destapan los trolls, que son como yararás. El resto me hace sentir agradecido de la vida que me tocó».

De tradición familiar peronista, Fontova no tuvo un desarrollo como militante, pero siempre tuvo sus ideas claras. «La verdad que no le di mucha bola, me hice hippie, y sigo siendo un viejo hippie, siempre tendencioso hacia la izquierda. En algún momento me sentí por fuera de la política. Hasta que apareció este chabón que se llamó y se sigue llamando Néstor Kirchner. A mí y a muchos más nos cambió la mirada. Para mí este tipo empezó a brillar cuando asumió, y el día que bajó los cuadros de los hijos de puta, me dije: ‘a este le pertenezco’. No es momento de disimular si algo no nos gusta. Entre todos tenemos que intentar modificar las cosas. No es hora de resignarse y seguir tirando. La medias tintas son lo peor, hay que jugársela», dice Fontova.  «

Recuerdos de un Negro en Les Luthiers 

En aquel momento, en 1995, fueron tres meses de vivir en un dulce de leche, según él. Fontova había escrito junto con Pedro Saborido y Coco Sily una obra de teatro que se llamaba Trip. Era una obra alocada en la que estaba también la mano Pichón Baldinu, uno de los creadores de De La Guarda, que se iba a presentar en el Paseo la Plaza y que iba a estar dirigida por Hugo Midón –que tenía la idea de alejarse de lo infantil para meterse en esta obra psicodélica–. «Estábamos en casa ultimando detalles y suena el teléfono. Al atender escuché una voz grave que me pedía que le diera una mano. Era Marcos Mundstock, que me contó que le dio un bobazo a Daniel Rabinovich, y me pidió que lo reemplazara. Casi me caigo de ojete. Le dije esperame, dejame ver. Corté, le conté a Midón y a Pedro y me dijeron: ‘Después lo hacemos’. No lo pudimos hacer nunca porque murió Midón. Pero fue una gran experiencia. Era laburar al milímetro. Todo parecía improvisado, pero nada lo era. Todo estaba calculado a la perfección. Hasta pude meter un poco de mi escatología, una locura. Además todo era un lujo: ir en primera, comer en los mejores lugares e ir a parques de diversiones durante el día, a boludear todos juntos. La pasé de puta madre», recuerda el Negro.