Horacio González es, sin duda, uno de los intelectuales más lúcidos, a lo que suma una permanente disposición a la acción. Su gestión al frente de la Biblioteca Nacional durante el gobierno de Cristina Kirchner dejó una huella profunda. Durante ese período la institución abrió sus puertas a un grupo mucho más amplio que el habitual. No sólo se amplió significativamente el horario de atención, sino que se multiplicaron los eventos culturales con un criterio más amplio que el académico. La muestra-homenaje dedicada a Luis Alberto Spinetta fue un ejemplo paradigmático de su apertura. Por otra parte, durante su gestión, la actividad editorial de la Biblioteca se multiplicó, rescatando publicaciones fundamentales de la cultura argentina que ninguna editorial comercial estaría dispuesta a editar. Se rescataron, además, partituras de músicos argentinos que se concretaron en ediciones discográficas. En esta nota, una radiografía cultural de la Argentina actual.

–¿Cómo podría sintetizar lo que nos pasó culturalmente en estos cuatro años de macrismo?

–El macrismo tuvo un gran poder de destrucción en todas las esferas donde colocó su impronta. El desmantelamiento del aparato productivo argentino es notorio. Quizá sea menos notorio o más difícil de percibir, aunque para algunos fue muy evidente, el grado de desfibramiento del mundo cultural e intelectual que produjo. Pero cuando en el mundo cultural se presenta «un abismo profundo y oscuro», como diría Dante Alighieri, ese abismo puede ser un estímulo para la creación.
–¿Y fue así en este caso?
–Sí, de hecho hubo muchas obras y la inquietud crítica de carácter intelectual y moral nunca ha desaparecido. Nadie dejó de pensar y quien tenía cosas para decir desde el punto de vista de su poética, de su escritura o del espectáculo, lo dijo. De todos modos, se extendió por todo el país una atmósfera tenebrosa.
–¿Cuál fue la característica de la cultura macrista?

–El aspecto institucional de la cultura macrista trajo una lógica empresarial al gobierno, un mensaje de disolución de instituciones públicas y presentó como un logro para el país el encadenamiento al mundo de las grandes ficciones financieras. Sin embargo, todo eso tarde o temprano va a ser registrado por el arte y la vida cultural argentina como un modo de respuesta, porque el arte y la vida intelectual tienen en su propia esencia, precisamente, indagar sobre lo lúgubre. Entiendo lo que llamamos macrismo como una especie de danza chistosa sobre una plataforma que parece sustentable pero que, sin embargo, nos induce a pensar en un mundo muy resquebrajado. Lo representa simbólicamente el modo en que Macri bailaba sobre las desgracias que él mismo producía, su tipo de sonrisa, su modo de manejar un cuerpo desencajado danzante sobre las desazones de las desigualdades, de los resultados que afectaban a la vida pública, institucional, cultural.
–¿Con qué concepción de lo que debe ser hoy una biblioteca asumió su cargo al frente de la Biblioteca Nacional?

–En primer lugar, quiero decir que la presencia de Juan Sasturain en la Biblioteca Nacional es la más adecuada para proseguir lo que haya podido tener de bueno la gestión de la que formé parte y de la que participaron muchas personas que hicieron una gran tarea. Muchas de ellas están trabajando hoy con Sasturain. Conozco a Juan y a la gente que trabajó conmigo y ahora con él. Confío mucho en él para proseguir con lo que se hizo en estas nuevas condiciones de escasez, de carencia y de la rareza de esta situación. Creo que con su dirección la Biblioteca va a poder recrearse del mundo macrista que tuvo dos expresiones muy oscuras. Una es la de Alberto Manguel y otra la de la señora que lo siguió en la dirección, Elsa Barber.
–¿Cómo definiría sus gestiones?

–Como gestiones de tipo empresarial basadas en el contacto con empresas privadas, con un estilo privatizador. El estilo de Manguel fue un estilo pomposo y vacío. Él escribió un buen libro sobre la historia del libro, pero su estilo es el del neoliberalismo cultural que ha perdido las aristas de la crítica y la posibilidad de ver las bibliotecas nacionales del mundo, que son viejos artefactos del siglo XIX, en su capacidad de recrearse. Más bien las ve como lugares donde hacer negocios reclinados sobre la posibilidad de que las grandes empresas pongan su óbolo como esponsors. Son lugares de la cultura nacional esponsoreados por grandes empresas que de este modo se convierten en órdenes mendicantes. Eso fue Manguel y eso fue Barber, sin que esto signifique hablar mal de ellos como personas.


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–¿Y cómo considera usted las bibliotecas nacionales?

–Son viejas instituciones, muchas de ellas milenarias, como la biblioteca de Alejandría, que en el mundo tecnológico de hoy sólo parecen lugares obsoletos destinados a guardar libros y archivos. Estos viejos artefactos no tienen que quedar enmohecidos, sino que hay que revivirlos a través de la vida cultural que incluye la vida bibliotecaria, la catalogación de libros y el software. Pero eso no significa que la vida empresarial deba ser trasladada a las bibliotecas. También hay que tomar en cuenta las industrias culturales, siempre y cuando tengan la capacidad de recrearse y de tener la pepita de oro intelectual en su seno. Sin eso la industria cultural también se convierte en una industria apática. No hay industria cultural sin crítica cultural. La película coreana Parásitos se refiere a la industria cultural coreana y muestra lo que puede pasar en un país si se deja el espíritu de la crítica de lado. Me animaría incluso a hablar de la espiritualidad de la crítica, porque sin esa espiritualidad de la crítica no hay industria cultural que pueda salvar a un país. Una biblioteca nacional no puede ser un lugar no espiritualizado, aunque tenga una buena catalogación, una buena digitalización. Y lo que produjo el macrismo fue el fin del espíritu.
–Durante su gestión la Biblioteca estuvo abierta a todo el mundo, se multiplicaron los actos culturales, las exposiciones de todo tipo…

Sí, pero me pueden decir que no me preocupé por la digitalización, lo que no es cierto. Lo que sí hice es tratar de que no tuviera que ver con las grandes empresas como Google. Francia estaba a la cabeza de la discusión de quién digitaliza el patrimonio mundial. España terminó firmando un acuerdo con Google y luego también lo hizo Francia. Argentina siempre estuvo a punto de hacer un acuerdo y en algún momento lo hará. Pero una vez que lo hacés, el control de la cultura mundial queda a cargo de Google. Ese es un problema que el gobierno argentino debe tener en cuenta. La Argentina no puede digitalizar ahora todo su patrimonio, pero podrá en algún momento, pero con un software libre, con la universidad argentina. Creo que la biblioteca estaría en condiciones de hacer digitalizaciones sin someterse al imperio mundial de la globalización que es Google. Durante mi gestión no se pudo hacer porque la subdirectora Barber, que pesó mucho, estaba vinculada a empresas internacionales.
–Usted será el encargado de dar este año el discurso inaugural de la Feria del Libro. Esto viene precedido de la discusión que planteó cuando la abrió Vargas Llosa. Si no recuerdo mal, tenía que ver con el hecho de que era tradición que la Feria fuera inaugurada por un escritor argentino. ¿Eso lo condiciona de alguna manera?
–Quiero aclarar que mi reacción no tuvo que ver con eso. A muchas ferias del libro de otros países las abren escritores que no son de ese país. La Argentina no tendría por qué ser la excepción. Una cosa que me parece central en el caso de Vargas Llosa es que es un gran escritor, a pesar de que ya no escribe como en los tiempos de Conversación en la catedral o La ciudad y los perros. Hoy es un escritor de la globalización que no ha perdido su condición de gran escritor. Yo no me opuse a que abriera la Feria como escritor, pero sí como escritor de la fundación que lo traía, como escritor del neoliberalismo y la globalización. Como joven lector del joven Vargas Llosa lamenté mucho tener que decir lo que dije. El de Vargas Llosa no es un problema fácil y tampoco lo es que este año abra yo la Feria porque alguien puede volver sobre ese tema que señalaste. Los grandes diarios, por su parte, dirán que abrió la Feria alguien que quiso ejercer la censura, lo que no es así porque jamás negué que Vargas Llosa fuera un gran escritor. Hay grandes escritores de derecha a los de izquierda. Es bien conocido que Rodolfo Walsh aprende a escribir con Borges.
–¿Por qué se disolvió Carta Abierta?
–Lo decidimos entre muchos, era un grupo que ya tenía diez años y se repetía. De las 400 personas iniciales quedaron unas 60. No sé si era bien visto por al nuevo gobierno que iba a asumir, pero creo que quedó su espíritu y muchas personas que estarían dispuestas bajo a otras formas a seguir inspiradas en la crítica cultural. Hoy dentro del gobierno hay mucha gente importante de la cultura y creo que de ahí tiene que salir algo. También creo que debe haber algo fuera del gobierno para acompañarlo y para generar un pensamiento innovador que tenga dimensiones filosóficas, metafísicas, culturales destinadas a pensar la industria y pensar la producción, las industrias culturales, el cine como problemas culturales. Es un gobierno que no puede fracasar, pero que tiene que navegar en un mar de tormentas, por lo que, que haya cultura crítica dentro y fuera de él, me parece importante.