La nota es el «boom» de los microdepartamentos. El móvil en vivo de la televisión recorre (aunque bastaría con quedarse parado) el escaso monoambiente inaugurado en Almagro. El periodista habla de una tendencia que se da en las principales capitales del mundo y que se empieza a aplicar en Buenos Aires con «muchísimo» éxito. Al lado de él se encuentra el constructor, quien después de extenderse sobre la «conveniencia» de tener todo cerca, entrega una definición sin ruborizarse: «En este espacio tenemos una sensación térmica de 30 metros cuadrados en sólo 18».

Un informe del Observatorio del Derecho a la Ciudad explica que los nuevos Códigos de Planeamiento Urbano y de Edificación «no garantizan cómo compensar las necesidades de espacios alternativos para desplegar todas las necesidades de la vida doméstica», y destaca que «en las nuevas formas de habitar que se presentan con los microdepartamentos de superficie extremadamente reducida, bajo los slogans del co-working y el co-living, se encarna una solución mágica a la necesidad imperiosa de espacios de descongestionamiento del hacinamiento. Pero no existe una normativa que regule estas cuestiones, que quedan en el ámbito de la discrecionalidad de los desarrolladores».

En diciembre del año pasado, la Legislatura porteña aprobó los nuevos códigos, habilitando la construcción de microambientes mínimos, de hasta 18 metros cuadrados, sin contar el baño. Hasta la reforma, impulsada por la gestión de Horacio Rodríguez Larreta, el tipo de unidad con sólo un ambiente debía tener por lo menos 29,30 metros cuadrados cubiertos.

Ante las muchas críticas que generó la ley, destaca la de las personas con discapacidad o movilidad reducida, que provocó que sólo la mitad de las unidades de un mismo edificio queden autorizadas a tener esas medidas.

El documento del Observatorio, que lleva las firmas de Federico Kulekdjian, Sandra Sánchez y Jonatan Baldiviezo, advierte que en México, por ejemplo, la tendencia a construir viviendas mínimas persiste «a pesar de los riesgos que representa para la salud de los habitantes».

«El hacinamiento –detalla el informe– es uno de los factores que más influye a nivel psicológico. Cuando alguien quiere estar solo y no tiene dónde, representa una presión muy seria. En espacios reducidos, la convivencia se vuelve hostil ante la falta de privacidad, y los habitantes de estas pequeñas viviendas pierden los límites de interacción con los demás en un intento por evitar alteraciones, con lo cual se vuelve, entonces, una pelea por el espacio».

En el mismo sentido, el documento titulado «Hacia una vivienda saludable», de la Organización Panamericana de la Salud, describe a la vivienda como «el lugar donde pasamos la gran mayoría de nuestra vidas» y recomienda que «las cocinas deben estar bien ventiladas y los lugares de preparación de alimentos no deben estar cerca de los lugares de dormir, ya que contar con espacios separados genera bienestar y seguridad a los integrantes de la familia».

Para Baldiviezo, tanto el Código Urbanístico como el de Edificación «fueron formulados con y para los desarrolladores, para su seguridad jurídica y para garantizar futuros negocios inmobiliarios».

Inhabitables

A través de la muestra «Diseño en Acción, Intersecciones contemporáneas», que se exhibe en la Fundación Proa, un grupo de arquitectos y arquitectas se propuso mostrar cómo la nueva normativa impacta no sólo en la manera de diseñar, sino, sobre todo, en la forma de vivir. El resultado sumó una mirada crítica.

«Te muestran que la vida en estos espacios es más sencilla, despojada, pero no te dicen lo que se pierde en el camino; en primer lugar, la capacidad de ocupar el espacio como a uno le gustaría en realidad. Nosotros planteamos que la vivienda propia no es sólo para uno, sino un espacio social: la persona interactúa con su círculo más cercano. Lo que te venden es cumplir las funciones mínimas del ser humano: comer, dormir e ir a trabajar. El ocio no existe, el vínculo social tampoco, quedan anulados en esta concepción», dice a Tiempo María Zamtlejfer, fundadora junto con Nina Carrara de Caza Estudio. Ellas, junto con la renderista Inés Molinari, crearon cuatro ejemplos de viviendas a partir del «desarrollo de una nueva tipología mínima habitable».

«Sólo técnicamente son habitables –remarca Carrara–, porque un humano puede adaptarse si es a lo único a lo que puede acceder, pero el tema es bastante más complejo: te obliga a hacer un montón de actividades fuera de tu casa. Para comer o juntarte con otras personas, tenés que salir, y eso termina siendo más costoso. Por eso decimos que son unidades inhabitables».

Ambas explican que quisieron evitar una crítica basada en la subjetividad, y para eso se valieron de una recopilación de notas periodísticas, publicidades de inmobiliarias y todo lo «que se estaba produciendo en relación al tema».

«Nos encontramos con un montón de material que sólo hablaba de la potencialidad de esos espacios, notas esponsoreadas, de gran alcance, como las que aparecieron en Clarín o La Nación, que enaltecían algunas virtudes, pero si las leías fuera de ese contexto que buscaba reforzar lo positivo, el contenido se volvía negativo», explica Zamtlejfer.

«Parece una navaja suiza hecha inmueble», «Si cocinas, el olor dura días» y «No queríamos la rigidez de un comedor, aunque a veces se extrañe», son apenas tres comentarios que pretenden ser favorables y que influyeron en el armado de la muestra. Para las arquitectas, «no son espacios habitables, no existe el equipamiento permanente, no hay una mesa, una silla, eso es imposible de sostener en el tiempo».

«Cuando uno plantea el problema de la vivienda social –concluye Zamtlejfer–, se dice que lo único que se necesita es un techo. En la teoría puede ser así, pero en la realidad, ¿cuántas cosas perdiste en 18 metros cuadrados? Esta normativa no mejora la calidad de vida de las personas. Simplemente está planteada para favorecer el negocio inmobiliario». «

Casas más chicas que celdas

Con el nuevo Código de Edificación sancionado por la Legislatura, el bidet y la bañera, clásicos de la arquitectura sanitaria porteña, dejaron de ser obligatorios. La culpa tal vez sea de la arquitectura oriental.
Tal como destaca el informe del Observatorio del Derecho de la Ciudad, la corriente «metabolista» tiene una larga tradición en experimentaciones de superficies mínimas. «Actualmente, en Hong Kong vivir en departamentos de 5 metros cuadrados empezó a surgir como solución ante las dificultades de acceso al mercado –explica Jonatan Baldiviezo–. Estas unidades habitacionales tienen superficies más pequeñas que las asignadas a un presidiario en una cárcel de la misma ciudad, y apenas cuentan con cocina, un baño y una cápsula para dormir. El Consejo de Servicios Sociales de Hong Kong está estudiando la posibilidad de convertir contenedores en viviendas temporales.»
La reforma en la Ciudad de Buenos Aires también permite que la vivienda para el encargado sea optativa en edificios de menos de 15 departamentos, donde podrá ser reemplazada por un vestuario. Esta medida, según los promotores de estos ínfimos espacios, provocará una reducción de los gastos comunes del consorcio.
«Un monoambiente en Almagro, por ejemplo, cuesta entre 75 y 80 mil dólares. Y un microdepartamento está en 55 mil dólares y viene totalmente equipado, con cama, muebles de cocina y sillón incorporado», explicó Pablo Brodsky, director comercial de Predial Propiedades, la desarrolladora que proyecta construir 13 edificios sólo de este tipo de unidades.