Uno lleva su vida normal, con felicidad, alegría, esfuerzo y siempre algo de idiotez, hasta que pasa algo feo, triste, y entonces adquiere cierta lucidez. Porque algo feo pasó: ahora resulta que después de cuarenta y cuatro años desde su debut en Primera, la realidad y el universo, carecen de Maradona. Veníamos acostumbrados a que el mundo era de una manera. Y ahora nos meten este problema.

Porque es como si un día saliéramos a la calle y no hubiera más árboles, no hubiera más luna, en Bariloche no estuviera más el Cerro Otto o dejaran de existir los sifones o las sandías. Cosas que siempre estuvieron, ya no están. Esa sensación de asombro, de lo inaudito, lo imposible a la que nos acerca la ciencia-ficción. Eso por lo cual decimos “no lo puedo creer”. Porque más raro que creer en algo que por ahí no existe, es no poder creer en algo que es real, como la muerte. 

Porque cuando muere alguien que queremos siempre es como de ciencia ficción: ¿cómo puede ser que no esté más? El universo se convierte en otro para nosotros. Una persona menos no parece modificar mucho el universo. Pero si la queremos, lo cambia totalmente.Entonces, después de vivir la aventura de Maradona viviremos la aventura de una realidad que ya no lo tiene. Una forma de soportarlo sería quizá alguno de esos métodos que uno puede encontrar, por ejemplo, en cuentos de Cortázar: simular que sigue vivo.

 Sin ningún patetismo de maniquíes ni dobles de Diego. Armar un entorno de muchachones que esté de joda de acá para allá haciendo como que Diego está entre ellos. Hablar con Gimnasia de La Plata y con sus hinchas, que por favor hagan como que festejan la más gloriosa salvada del descenso, porque lo hicieron con Diego. O que sufran el dulce y extraño placer de acompañar a Maradona yéndose a la B, que es algo que le faltó en su vida.

Maradona siempre fue un montón de sucesos invadiendo nuestra realidad. Maradona está hecho en el conurbano, y lo representa: formas, paisajes, poderes adquisitivos y países amontonados y comprimidos en un solo territorio y en una sola persona. Seguramente por tanta presión, por tantos Maradonas metidos en uno solo, es que fueron saliendo distintos Maradonas a lo largo del tiempo. Un big bang de Maradonas repartiéndose en el espacio:  Maradonas geniales, patéticos, buenos, malditos, gloriosos, humillados, con tatuaje, barba candado,  atléticos, pelo teñido, gordos, en la lona o recuperados. Una batalla entre todos los Maradonas adentro de un solo Maradona. Los que fueron y los que son y los que serán. De Maradona solo se supo de donde vino, de Lanús y de Lomas. Pero nunca se supo para donde iba.

Esperemos encontrar a los guionistas apropiados para que sigan inventando nuevas anécdotas, triunfos y quilombos de su vida y nosotros podamos volver tranquilos a la nuestra. Esa vida más tranquila, cariñosa y hasta a veces con toques de confortable idiotez. Esa vida en la que transcurrimos entre velorio y velorio.