En apenas 65 días se organizaron las instancias finales de los Juegos Nacionales Evita de 1973, bajo la supervisión de la secretaría de Deportes de la Nación: la última edición había sido en 1954. La cancelación de los Juegos había sido una de las tantas medidas que se tomaron a partir de la proscripción del peronismo tras el Golpe de Estado de 1955.

“Que se vengan los chicos de todas partes”, arrancaba la canción del grupo folklórico Los Arroyeños, que bien podría haberse utilizado como himno de las Competencias Nacionales Infantiles “Evita” y Juveniles “Argentina Potencia” –así era el nombre oficial–. En su reaparición, en diciembre de 1973, los Juegos convocaron a 1600 pibes y pibas de todos los rincones del país en la Unidad Turística Embalse, Córdoba, que sería el escenario de una de las fotografías más emblemáticas de la mitología maradoniana.

Un adolescente en cuero, camiseta en mano, sentado en el pasto con la espalda sobre listones de madera, la comisura de los labios y las cejas parecen perder la batalla contra la gravedad y se traducen en un rostro que se derrite. Un pibe, que hasta hace unos instantes era parte del público, comprende ese dolor y decide acompañarlo. Se acuclilla a su lado, lo abraza y  acaricia la mejilla del desconsolado jugador. En la mirada del más chico se nota compasión y ternura, se identifica con el dolor de su par. Los protagonistas de esta escena fueron el correntino Alberto Pacheco, que acababa de perder la final juvenil, y Diego Armando Maradona, que había quedado en el camino en la semifinal del torneo infantil. Pichón y Pelusa.

Golpe mileísta al complejo de Embalse, sede del nacimiento futbolístico de Maradona en los Juegos Evita

Diego y sus compañeros de Los Cebollitas llegaron al complejo cordobés, creado durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1952), luego de haber ganado la fase zonal de Buenos Aires. Para el equipo dirigido por Francis Cornejo, y que ostentaba un récord de más de 100 partidos invicto, fue el primer viaje de muchos que harían gracias al fútbol. El rendimiento deportivo no es el eje de esta historia, Los Cebollitas fueron eliminados por sus tocayos de Pinto, Santiago del Estero, en semifinales, luego de empatar 2-2.

Los 740 kilómetros que separaban a Villa Fiorito de la ciudad cordobesa fueron la mayor distancia, hasta entonces, de la que Diego había estado de su casa natal. Este viaje fue el bautismo en muchos aspectos para estos pibes que provenían de barrios carenciados y familias de bajos recursos económicos del conurbano bonaerense y la Capital Federal. Rudy Escobar, integrante de esa camada de Argentinos Juniors, justificó aquella eliminación con el cansancio que les produjo estar todo el día previo al partido jugando en un arroyo de “agua limpia y transparente”, algo nunca visto por ellos. Toda la delegación se hospedaba en habitaciones de cuatro, cinco o seis camas, en uno de los siete hoteles del complejo turístico.

Según Rubén Dalla Buona, quien junto a Jorge Cyterszpiler eran los “hermanos mayores” de Los Cebollitas y los acompañaron durante toda la estadía, esos siete días en Embalse “fueron como un viaje de egresados” para esos pibes de 13 años. Desde la butaca de conductor del taxi que maneja todos los días, recuerda ante Tiempo que los trabajadores del lugar y la organización los trataron “como a reyes”. Tenían todo, no les faltaba nada.

Golpe mileísta al complejo de Embalse, sede del nacimiento futbolístico de Maradona en los Juegos Evita

Si años más tarde Maradona revelaría que su madre, Doña Tota, fingía el dolor de panza para que alcanzara la comida que escaseaba, las casi 2000 personas que integraban las delegaciones de las distintas provincias en Embalse tenían cubiertas las cuatro comidas diarias (desayuno, almuerzo, merienda y cena), las cuales llegaban a sus mesas gracias a la cuadrilla de mozos que trabajaban todo el año en el complejo recibiendo a los turistas y veraneantes.

En los momentos que no competían, optaban por andar a caballo, que estaban a disposición de todos los contingentes, para que pudieran recorrer y apreciar las sierras y el lago, paisajes bastante disímiles a los cotidianos en Lomas de Zamora. Más de 190 jóvenes deportistas aprovecharon las piletas del lugar y las enseñanzas del profesor Heraldo Plano para aprender a nadar, según relató Horacio del Prado en su artículo para El Gráfico en diciembre de 1973.

A 52 años del primer regreso de los Juegos Evita, la Unidad Turística de Embalse y la de Chapadmalal (Buenos Aires) corren riesgo de ser privatizadas. Ambos complejos fueron construidos por orden del Ministro de Obras Públicas de la Nación Juan Pistarini, con el fin de que la clase obrera pudiera acceder a las vacaciones y los “lujos” que hasta pocos años antes eran exclusividad de la elite.

Con la precisión de un cirujano sádico, Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación y Transformación del Estado, celebró en su cuenta personal de X, durante el 1° de mayo (Día del Trabajador) que tanto las instalaciones de Embalse como Chapadmalal pasen bajo la órbita de la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE) para su posterior traspaso a un operador (privado) idóneo porque “el Estado no debe proveer servicio de hotelería”.

Durante décadas ambos complejos significaron para miles de personas la posibilidad de conocer las sierras, el mar, las vacaciones o, simplemente, otra realidad. Una de ellas fue Maradona.