El sensacionalismo, las palabras y gestos desmedidos, y hasta las operaciones son prácticas de uso extendido desde el nacimiento del periodismo. Se ubican en el espacio de las malas prácticas, claro. Pero conviven a diario en un ecosistema que demasiado a menudo hace del profesionalismo y la rigurosidad apenas dos palabras que condimentan slogans de ocasión. Esas estrategias se hacen más visibles y recurrentes en televisión. Existe un debate pendiente sobre cómo desalentar estas prácticas que se hace todavía más necesario en tiempos de pandemia.

¿Hasta qué punto es aceptable la búsqueda del rating con cualquier estrategia? ¿Cuál es el límite de la responsabilidad profesional y quién defiende el derecho de los televidentes a recibir información y opiniones responsables? En los últimos días Viviana Canosa tomó dióxido de cloro en cámara, Diego Leuco festejó cuando un columnista anunciaba que se podrían alcanzar los 10 mil casos diarios de coronavirus y Marcelo Longobardi convocó a ignorar normativas legales tendientes a mitigar los contagios de Covid-19. ¿Hasta dónde puede llegar un comunicador en un medio masivo?

El jueves por la noche, en su programa Ya somos grandes (TN, jueves a las 22), el conductor Diego Leuco hizo un gesto de festejo cuando el columnista Santiago Fioriti anunciaba que, de continuar el nivel de contagios de Covid-19, la semana que viene se podrían alcanzar los 10 mil casos diarios. Fue muy fuerte la imagen del puño apretado en señal de victoria en el momento en que su colega daba una estimación de enorme gravedad. Poco después en Twitter y el viernes por diversos medios, Leuco hijo adujo que se trató de un festejo porque le habían avisado por la «cucaracha» que en el minuto a minuto habían superado por 2 décimas a C5N. Creer suele ser un acto de fe. Pero aún adscribiendo a las explicaciones del conductor, parece muy poco feliz festejar granos de arena de rating frente a posibles aluviones de infectados e –inexorablemente– más muertes.

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Lo de Viviana Canosa no deja resquicios para ninguna duda. En la emisión del pasado miércoles de Nada personal (El Nueve, lunes a viernes a las 23), la conductora bebió frente a las cámaras de una botella que –según dijo– tenía dióxido de cloro para oxigenar la sangre. Un «consumo problemático» que ya había insinuado en su cuenta de Twitter. La sustancia que muchos asocian al combate contra el Covid-19 es considerada de alta peligrosidad y el gesto desafiante e irresponsable mereció duros comunicados del ANMAT y el ENACOM. La ingesta de dióxido de cloro  puede dañar la salud de Canosa y provocar un efecto imitación en quienes están desesperados y/o no cuentan con la debida información sobre dicho compuesto químico. La conductora viene apostando al desborde calculado desde hace rato. Hace semanas le arrojó alcohol en gel a Aníbal Fernández y pocos días antes protagonizó un paso de comedia tragicómico al abrir su programa con los ojos vendados y gesto adusto, en una suerte de performance de una Justicia que –según ella– en la Argentina no está presente.

Con una falta de responsabilidad similar –nuevamente– se expresó Marcelo Longobardi el lunes pasado  en el editorial de su programa Cada mañana (AM Mitre, de lunes a viernes, de 6 a 10). Longobardi, que también conduce un programa en la señal de cable CNN en Español, se irritó notablemente cuando se conoció el decreto que prohíbe las reuniones sociales y/o familiares en las zonas del país que ya habían pasado del aislamiento y al distanciamiento social. El periodista exhibió toda su arrogancia al afirmar que no pensaba cumplirlo porque “que un decreto regule lo que pasa dentro de la casa de alguien, cualquiera sea el número de personas, es inaceptable, conmigo no cuenten, aviso desde ya. ¿Qué es esto? ¿Corea del Norte?”. La desobediencia civil no suele ser un camino aceptable en democracia, pero menos invitarla durante una pandemia.

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En rigor, la dirección de estas expresiones por parte de muchos de conductores de programas periodísticos no sorprende. Han estado agitando el incumplimiento de la cuarentena primero, la indignación por la proliferación de casos después, y la desinformación sobre causas, formas de contagio y estrategias para prevenir infectarse con el virus, en todo momento. Pero son cada vez más nocivas y atentan contra la salud de la sociedad.

¿De dónde proviene esta apelación permanente a la provocación? Hasta hace algunos años periodistas autopercibidos como “serios” no se hubieran permitido estas manifestaciones. Para Néstor Ibarra o César Mascetti, más allá de sus intereses y posturas ideológicas, este tipo de conductas estaban vedadas. Pero, por ejemplo, José de Zer, un variopinto cronista de Nuevediario, el muy visto noticiero nocturno de Canal 9 en los años dorados de Alejandro Romay, hizo roncha con una serie de coberturas curiosas que incluían el avistaje de ovnis en descampados de González Catán. Este estilo que acudía a lo bizarro tuvo continuidad en Mauro Viale y Samuel Chiche Gelblung, quien trasladó a la TV su particular manera de construir notas en la gráfica: siempre procurando que la realidad no le impida juntar televidentes y –afortunadamente–, desde el regreso de la democracia, ya sin utilizar esas herramientas para encubrir represores. Ese estilo fue llamado “sensacionalismo” e hizo escuela.

El hito contemporáneo de esa escuela, sobre todo desde su costado más provocador, tiene a su máximo referente en el Jorge Lanata siglo XXI y su habitual tendencia a ponerse por encima (y no detrás) de las noticias. Lo que piensa el periodista, la “sensación” que le da tal o cual hecho, tal o cual expresión, tal o cual medida, es más importante que la medida y cualquier análisis mínimamente informativo. Por eso para muchos ya no importa lo que pasó: importa lo que genera eso que pasó.

La TV ofrece una oferta informativa –entre señales de cable y de aire– día a día más numerosa, pero con recursos cada vez más exiguos. En ese contexto, la sobreactuación y las provocaciones burdas son las herramientas que más de uno abraza para diferenciarse. A pesar que nunca son prácticas recomendables, resulta particularmente peligroso dejar librado a la lógica del entretenimiento y el rating la información durante una pandemia que nadie puede predecir cuándo y cómo terminará. «