-En tu último libro, No es un río, aparece la violencia muy naturalizada, no hay comentarios sobre ella, sencillamente se presenta y ni siquiera es reconocida como tal. Me refiero, por ejemplo, a la escena de la pesca de la raya que en realidad también es una caza, porque la ultiman con tres tiros. La pesca y la caza son, quizá, las actividades más antiguas, más primitivas y también más propia de los varones. Hoy las mujeres juegan al fútbol, pero al menos yo no tengo noticias de que haya mujeres que se reivindiquen como pescadoras o cazadoras. ¿Cómo concebiste esta violencia de Enero Rey, el Negro y Tilo, el hijo del amigo muerto?

-Sí, tanto en No es un río como en los dos anteriores, El viento que arrasa y Ladrilleros, esa violencia masculina está muy naturalizada, forma parte de la vida cotidiana. Creo que por eso conforman una trilogía. No hay ninguna sorpresa cuando aparece la violencia, es algo que está ahí, siempre latente y aflora en algún momento del relato, pero no es tomada ni con condena ni con sorpresa. Tanto la pesca como la caza son rituales masculinos, grupales. Nadie va a cazar solo y, aunque se pesca en silencio, por lo general, se hace en grupo. Las dos implican un acto violento como es matar a un ser. Daría la impresión de que, porque no hay armas de fuego la pesca es una matanza menos tremenda porque, claro, no somos peces. Pero también es una actividad cruenta como la caza.

-La pesca es una matanza con sordina.

-Sí, es verdad, es una matanza más silenciosa. En la novela aparecen dos grupos, los que pescan porque sí y desechan lo pescado, Enero, el Negro y Tilo, y los que pescan para vivir.


...

-Los últimos son los que viven en la isla.

-Claro, y son idiosincrasias diferentes. Son maneras de entender el mundo muy distintas y esto es lo que los enfrenta y los pone en conflicto. Lo que para los forasteros en muy natural, no saber qué hacer con el bicho que pescaron porque se está pudriendo y lo devuelven al río, para los otros es una afrenta tremenda: fueron, mataron y aquello que mataron vuelven a arrojarlo al río. Es como si hubiera un doble abuso, primero la muerte inútil y luego el deshacerse de esa “presa”.

-Creo que tampoco hay mujeres que se agrupen con estos fines.

-Sí, comparto la idea. Creo que hay una inclinación a la violencia grupal que aparece en lo masculino que no aparece en lo femenino. Hay una alianza entre los varones que se teje para violentar que no es algo que yo pueda decir desde lo experiencial que ocurra entre las mujeres.

-Tampoco yo, lo que no quiere decir que individualmente no haya mujeres violentas.

-Estamos hablando de una cierta “predisposición a” y lamentablemente tenemos montones de ejemplos en estos días de varones que se agrupan para violar, matar y también para encubrir el crimen de otro. Esas son alianzas muy masculinas.  Por supuesto, siempre existen excepciones, pero hay que buscar mucho para encontrar ejemplos de violencia grupal de mujeres.

-Uno de los personajes se llama Enero y otro se llama Tilo. De alguna manera ambos aluden a la naturaleza. Enero es el nombre de un mes, es cierto, pero también es el verano. ¿Cómo surgen los nombres de estos personajes?

-Enero surge de una anécdota de un amigo que es de la provincia de Buenos Aires. En su pueblo había un hombre que a sus hijos les ponía el nombre del mes en que nacían. La idea me pareció original y graciosa. Cuando apareció el personaje lo llamé Enero Rey.  Enero, es cierto, tiene que ver con el verano y todo lo que escribo sucede en verano. Enero tiene que ver también con los Reyes Magos, por eso el personaje se llama Enero Rey. Al principio, ese personaje era mucho más extrovertido, más gracioso, pero en las reescrituras se fue metiendo más para adentro, pero el nombre ya le había quedado. Antes era un poco como el alma de la fiesta, era expansivo como lo es el verano. Luego lo fui trabajando, recortando y cambió. El nombre de Tilo tiene que ver con que me gusta mucho el árbol de tilo que también florece en el verano. Me pareció un nombre para ese adolescente que era un poco el hijo de los otros dos personajes.

-Al referirte a Tilo decís una palabra que creo que es clave: poético. La narración tiene una síntesis y una forma de contar que es absolutamente poética. Es como un “concentrado” como lo es la poesía. Es austera en palabras, pero de una gran densidad.

-Sí, pensé la novela en ese sentido. No lo hice desde el principio porque la novela tiene muchos años de idas y vueltas, pero cuando finalmente sentí que encontraba un tono, me di cuenta de que el procedimiento se iba a acercar más a la poesía que a la narrativa. Por eso a lo largo de toda la escritura hice un trabajo muy constante de recorte. Por momentos no podía parar a la narradora que me sale de manera más espontánea, por eso hay escenas que escribí de manera muy narrativa y luego las fui recortando hasta dejarlas lo más breves posible. Si mirás la forma en que quedó impresa, ves que también se acerca a la poesía. Hay páginas enteras que hacen pensar más en un poema que en una novela. Además, no tiene capítulos, sino que es un texto continuo con pequeños espacios que aparecen de vez en cuando. Desde el ritmo interno del poema hasta la disposición gráfica del texto la idea era que la  novela siguiera el curso del agua.

-Claro, el río tiene un papel muy protagónico en la novela. ¿Cuál es el lugar que tiene en tu vida como autora de Entre Ríos?

-Donde nací y crecí el río no estaba cerca. Mi experiencia con él se dio cuando a los 17 años me fui a vivir a Paraná. Ese fue mi primer encuentro real con el río y nada menos que con el Paraná, que creo que debe ser uno de los más impresionantes que existen. Mi relación con él es, sobre todo, de observación, porque no soy una persona acuática, no sé nadar, no me gusta pescar. Pero en Paraná el río domina completamente el paisaje de la ciudad y, además, está en toda la literatura litoraleña. El tono poético creo que también tiene que ver con esos poetas que resonaban en mí o me acompañaban mientras escribía. Aunque suene muy pomposo, esta novela es también un homenaje, es algo que yo quería escribir sobre Entre Ríos y por eso el río está tan presente.

-Los personajes, es cierto, son hombres que ejercen una violencia naturalizada. Pero también son tiernos en su aspereza, no son personajes planos, tienen muchas aristas, son complejos. ¿Acordás con esto?

-Sí. Me gusta encontrar personajes que no sean lineales, que le generan contradicciones a quien lee, personajes que no son fácilmente detestables o queribles. Todos tienen una gama, una complejidad. En este caso también se puede ver esto en el grupo de lugareños, en Aguirre que cuida a su hermana, en César…Hay toda una serie de matices que hace que estos personaje que pueden ser muy violentos, también pueden ser otra cosa. No están solo determinados por la violencia.  Pensar que la masculinidad es tan simplona es una idea equivocada. Solemos pensar que las masculinidades son básicas y simples. Es cierto que los hombres se agrupan para violentar, pero esos tipos que se agrupan para violentar también pueden tener otros matices, otras salidas que los sorprendan a sí mismos, que sorprendan a sus pares. Por lo menos en la ficción.