Febrero de 2022 podría ser uno de los meses más intensos de la presidencia de Alberto Fernández. Va a visitar Beijing y Moscú, justo en el momento de mayor tensión en las relaciones entre Estados Unidos y sus dos grandes contendientes geoestratégicos. En China asistirá a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno. Este evento no es, digamos, muy cercano al corazón deportivo argentino, pero esta vez tiene un significado especial, porque ocurre en medio del boicot diplomático angloamericano a China: Estados Unidos, Gran Betaña, Canadá y Australia acusan al gigante asiático de violar los derechos humanos en Xinjiang y ocultar la verdad sobre el origen del coronavirus.

La visita del mandatario argentino es un gesto inequívoco de amistad política hacia Xi Jinping en este contexto. Asimismo, según trascendió, el gobierno argentino utilizará el viaje para firmar su adhesión a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), el plan chino de conectividad global. E iría, también, con la presidencia pro témpore de la CELAC en la agenda, lo que no es menor si consideramos que esta iniciativa regional es la que eligió China para vincularse con nuestra región como un todo. Con ese paquete, el viaje de la comitiva argentina tiene todos los ingredientes para convertirse en un “salto hacia adelante” en la relación bilateral sino-argentina.

¿Esto es un desafío a la geopolítica de Estados Unidos en la región? Es una movida audaz, ya que son muy pocos los jefes de estado que estarán en Beijing en la ceremonia de apertura -por ahora, sería el único latinoamericano. Pero en perspectiva, la cuestión china no es un asunto en blanco o negro en nuestra región. Otros países con fluidas relaciones con Washington como Chile, Uruguay o Perú ya se sumaron a la IFR y, además, tienen tratados bilaterales de comercio con China desde hace años. Y, por supuesto, mejores balanzas comerciales con China que Argentina.

Pese al clima retórico de “guerra fría global” que se respira desde Trump, la visión de Washington sobre las relaciones sino-latinoamericanas siempre fue de “entender y dejar hacer”, bajo la premisa de que más comercio e inversiones chinas es, a la larga, beneficioso para todos.

Es cierto que hay indicadores más que sugerentes de que esto va cambiando, y que Estados Unidos empieza a poner reparos a la influencia china -en algún que otro tema ya se ha estado moviendo-, pero no es un asunto tan simple ni automático. Washington no puede “pegarse el tiro en el pie” de pedir a países que tienen a China como primer socio comercial, que se alejen de ella sin más. En suma: todos los países latinoamericanos, sea cual fuere la orientación ideológica de sus gobiernos, avanzan todo lo que pueden en sus relaciones con el gigante chino, nadie se ataja de antemano, y solo cuando ven que Estados Unidos objeta se ponen cautelosos.

Lo que pareciera hacer el gobierno argentino en este marco, no sería poner a la Argentina a la vanguardia de las relaciones sino-latinoamericanas. Más bien, luce como un aprovechamiento del contexto para ponerse al día en la materia. Es decir, lograr lo que  ya habían logrado otros países de la región. Veníamos rezagados, tenemos que apuntalar la recuperación económica post-2020, y estamos dispuestos a utilizar todo lo que pueda ofrecer la política para alcanzar los objetivos.

Así visto, la movida presidencial argentina es respetable. Pero como dice el refrán, una vez que se desenfunda la pistola, hay que estar dispuesto a disparar. El presidente no puede viajar al ojo de la tormenta confiado en que su sola presencia allí habrá hecho todo el trabajo necesario. Tiene que saber qué quiere lograr, qué pedir y cómo hacerlo. Después de España, Gran Bretaña y Estados Unidos, China es la cuarta potencia extrarregional de nuestra historia territorial que tiene influencia real en Argentina. Pero a diferencia de los tres casos anteriores, sabemos muy poco de China y sabemos aún menos qué queremos de ellos. Beijing sabe qué necesita de Argentina, para qué y durante cuánto tiempo; Argentina va detrás de la demanda china sin una visión consistente. Tenemos economías complementarias y la asociación con China es una de las mejores herramientas de desarrollo con que contamos: solo necesitamos una estrategia.