Ahora, al borde del precipicio, al asomarse y mirar hacia abajo aparece el abismo. La luz se diluye a medida que la vista avanza y se vuelve totalmente oscuro. Parece no tener un final. Quizás, sólo quizás, este riesgo de trastabillar y caer girando sin divisar un final pueda abrir la oportunidad para refundar el pacto democrático argentino que está cerca de quebrarse por completo. 

No es fácil definir el punto de partida de su resquebrajamiento. La llegada al poder de Mauricio Macri fue un punto de inflexión. Volvieron los presos políticos con la excusa de la supuesta lucha contra la corrupción. Las prisiones preventivas repartidas a granel entre los adversarios del expresidente comenzaron a resquebrajar las bases de convivencia política. El 1 de septiembre de 2022 llegó el momento más dramático, el intento de asesinato de Cristina en la puerta de su casa.

El posible triunfo de Javier Milei sería la consagración de este proceso. La consolidación de la idea de que la supresión del diferente es la forma de resolver los conflictos políticos. Para Milei, los que piensan distinto son «ratas, gusanos, inferiores estéticamente, deshechos, virus». Son las palabras que el candidato viene usando hace por lo menos dos años. Y que no se pueden borrar con un spot de tres minutos a 48 horas de la elección.  

Lo que pareció emerger en las últimas semanas –y ojalá logre la victoria– es que millones de ciudadanos que llevan años en veredas distintas de la política, que han confrontado de modo vehemente, ahora, al borde del principio del fascismo, se miran unos a otros con las pupilas temblorosas por el temor y redescubren sus lazos comunes. ¿Esto es algo nuevo? Claro que no. Ocurrió con la multipartidaria que en 1981 reunió a casi todos los partidos, pero en especial a la UCR y el peronismo, para presionar a la dictadura para que llame a elecciones. Se repitió con Antonio Cafiero al lado de Raúl Alfonsín en el balcón de la Casa Rosada para resistir el alzamiento carapintada en la Semana Santa de 1987, dejando de lado las peleas ancestrales para defender ese piso común, esa casa que intenta contenernos  y a la que llamamos democracia argentina.

Este domingo, si el fascismo es derrotado, puede ser el inicio de la refundación del pacto democrático. Las miradas se relajarán y a lo mejor habrá un momento de júbilo por haber podido cruzar el desfiladero sin caer al precipicio. Luego volverán las disputas y discusiones, pero se sabrá que hubo reflejos para reaccionar frente a esta nueva advertencia y que las batallas democráticas tienen un piso, un límite que no se puede romper: el adversario no es un virus que debe ser exterminado de la sociedad y las elecciones a veces se ganan y otras se pierden.

El respeto a la política de Memoria, Verdad y Justicia, la educación pública, la salud pública, la jubilación universal, el desarrollo de la ciencia y de las artes son las cosas que hacen grande a este país y no el nivel de exportaciones del siglo XIX. ¿Cuándo una civilización se midió por su nivel de exportaciones? ¿Los griegos fueron gigantes porque seguían las leyes del mercado por mejor precio y calidad o porque crearon el pensamiento que moldeó la civilización occidental?

Al borde del precipicio es posible imaginar a nuestros hijos cayendo por el abismo, perseguidos, reprimidos, presos, incluso asesinados. También es posible imaginar que caminamos despacio hacia ese lugar en que el abismo desaparece y hay un piso mínimo que cuida la vida de todos: la democracia.