La narración se extiende sólo unas pocas líneas. La perplejidad que produce, en cambio, perdura durante mucho tiempo. Esta parece ser la secreta fórmula alquímica que Ana María Shua aplica en sus microrrelatos, género en el que es reconocida internacionalmente como una verdadera maestra. Hasta hace poco eran cinco los libros que probaban su maestría en el género: La sueñera, Casa de geishas, Botánica del caos, Temporada de fantasmas y Fenómenos de circo. Se agrega ahora La guerra, que acaba de aparecer por Emecé.

En este libro pasa revista a los avatares de esa dolorosa actividad humana, casi tan vieja como el mundo, que consiste en señalar un enemigo y tratar de derrotarlo a cualquier precio. En él confluyen guerras antiguas y futuras, desde la narrada por Homero en la Ilíada a las guerras de trinchera del siglo XX. Los puntos de vista son muy variados. A veces quien cuenta es un perro, otras, un gato o un nostálgico que embellece el combate en el recuerdo y suspira por las guerras de antaño.

Según Sun Tzu, quien no sea capaz de engañar y, por lo tanto, de sorprender, jamás se destacará en el arte de la guerra ni en el de la escritura. Los microrrelatos de Shua sorprenden precisamente porque apunta con palabras y siempre da en el blanco.

¿Estos microrrelatos surgieron de algo que comenzaste a escribir o hubo alguna razón que te instara a escribir sobre la guerra?

–La verdad es que no lo sé, porque si hay algo misterioso en el mundo de la literatura son precisamente los temas. Se pueden explicar mejor otras cosas que por qué surge un tema. Lo demuestra el famoso trabajo de Poe sobre la composición donde explica con tanta racionalidad la construcción de su poema El cuervo y, sin embargo, no puede explicar racionalmente el tema. No sé por qué elegía la guerra, sólo puedo decir algunas cosas alrededor de él.

–¿Cuáles?

–Que es un tema intensamente humano, que define en cierta manera a la humanidad y que la ha acompañado desde el comienzo de su historia. También hay razones literarias: es un tema lo bastante amplio y variado como para escribir todo un libro sin salir de él porque tiene infinitas posibilidades. Muchas veces busqué temas generales para mis microrrelatos y no me resultaba fácil encontrar algo que me sirviera para todo un libro. Creo que lo encontré con el circo cuando escribí Fenómenos de circo, y con la guerra que me permitía hablar de las armas, las víctimas, la historia de la guerra, la medicina militar, las secuelas, los prolegómenos. Todo lo que se juega alrededor de la guerra es infinito.

–Además, abarca desde guerras antiguas a guerras del futuro.

–En la historia llego nada más que hasta el ’45 porque no quería meterme con la política, por eso llego hasta la Segunda Guerra Mundial.

–Pero también aparecen personajes que hablan de los humanos como de algo arqueológico, que hablan desde el futuro.

–Sí, eso sí, en ese sentido hay guerras del futuro.

En tu libro decís que el arte de la guerra y el arte de la literatura buscan lo mismo: sorprender. ¿Qué similitudes y diferencias encontrás entre una cosa y otra?

–Bueno, partamos de que en la realidad las cosas no son tan así… (risas).

Pero no estamos hablando de la realidad, sino de la literatura.

–Una similitud es esa, la necesidad de sorprender, de tomar desprevenido en un caso al enemigo y en otro, al lector. El lector, en cierto modo, es una especie de enemigo.

–¿Por qué?

–Porque hay que conquistarlo, hay que tomar su territorio. Todas las actividades humanas están relacionadas de una manera o de otra. La literatura se propone tener una influencia importante sobre el lector, afectar de alguna manera su pensamiento, su mente. Quizá la palabra no sea derrotarlo, pero sí hacerle pagar un tributo.

¿Fuiste escribiendo los microrrelatos mientras estabas en otro proyecto o te sentaste a escribir un libro de microrrelatos?

–Me senté a escribir un libro de microrrelatos. Fue una decisión previa y, en general, trabajo así porque mi mente funciona de esa forma. No es que de pronto me sale, me brota un microrrelato, sino que tengo que pensar en ese sentido, usar esa parte del cerebro de donde salen los microrrelatos. Alguna vez pude escribir una novela y, simultáneamente, microrrelatos. Son trabajos que no chocan, pero, por supuesto, prefiero concentrarme en un libro. Siempre tengo una decisión previa respecto de qué género voy a trabajar. Una vez que pienso el género, determino el tema y comienzo a investigar. En este libro hay mucha investigación.

Sí, eso se nota, aunque a veces no es posible distinguir lo que es histórico y lo que es fantasía, por ejemplo, en el caso del portaaviones de hielo. ¿Eso existió o se te ocurrió?

–Existió y se hundió en un lago de Canadá. Es una cosa rarísima. Dicen que a veces la realidad supera la ficción y es así. Hay muchas cosas que jamás se me podrían haber ocurrido. Por ejemplo, que los norteamericanos tiraran desde los aviones murciélagos vivos con bombas incendiarias. Es un disparate de tal calibre que parece un invento más que un hecho real. Lo que hice fue elegir algunas historias reales que por algún motivo me disparaban textos propios que se montaban sobre los hechos . Muchos de los relatos son así: están basados en una historia real que yo cuento porque no doy por sentado que el lector la conozca y sobre esa historia real construyo mi propia historia ficticia, muchas veces fantástica o disparatada.

–Es que la realidad a veces es tan disparatada que dispara ideas de todo tipo.

–Exacto. Cuando yo era bastante chica y estaba comenzando a escribir pensaba que tomar cosas de la realidad era hacer trampa, incluso si uno contaba experiencias propias. Tenía la fantasía de que los escritores inventaban todo lo que escribían. Pero cuando yo trataba de inventarlo todo, el resultado era convencional, aburrido y no estaba escribiendo acerca de nada nuevo. En cambio, cuando empecé a tomar elementos de la realidad y a describir personajes, a convertir en personajes a gente que conocía, ahí descubrí de qué se trataba en realidad la literatura y dónde estaba la originalidad.

–¿Y es cierto que se leía mucho en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial por lo que los gobiernos mandaban grandes cantidades de libros a los frentes de batalla?

–Sí, todos los países que participaban de la guerra buscaban desesperadamente cómo entretener a sus soldados en las trincheras para que no se volvieran locos. Hubo una organización de bibliotecas rodantes que les hicieron llegar una enorme cantidad de libros a los soldados. Incluso el zar de Rusia, que debía tener una gran cantidad de soldados analfabetos, mandó a las trincheras una cantidad de libros inmensa para la época. A partir de eso se me ocurrió que uno de esos libros podía ser, precisamente, La guerra, el que está leyendo el lector. Quien cuenta esa historia tiene un nombre que parece un seudónimo y que en realidad es mi traductor al inglés que está contentísimo de que lo haya transformado en un personaje.

Hay un relato en que hablás de Lisístrata. Allí decís que las mujeres luchamos por la igualdad (ver recuadro), ya estamos en el ejército y queremos llegar a los puestos de combate. Es decir, buscamos la igualdad no importa en qué. Creo que eso se te podría criticar desde cierto tipo de feminismo.

–Sí, yo también lo pensé. Es un tema complicado. Creo que ahora estamos concentradas en alcanzar lo que los hombres ya tienen, básicamente, el poder. Luego, quizá, si tenemos suerte, venga la otra lucha, la de tratar de cambiar la sociedad, la de pensar cómo sería un mundo más femenino. Me pasó con Los amores de Laurita, que a un tipo de feminismo le pareció bárbaro y otro estuvo en feroz desacuerdo porque le pareció que Laurita era un personaje entregado a la hegemonía masculina. Lo que pasa es que hay mil feminismos. Curiosamente, cuando salió aquí, se la consideró una novela erótica. Cuando salió en Alemania, en cambio, se la consideró una sátira de la sociedad machista.

La guerra tiene también una ironía muy fina.

–Sí, es que es un tema muy delicado. A mí me gustaría mostrar todo lo que pienso acerca de la guerra.

–¿Y qué pensás?

–Por un lado, que me parece disparatada, monstruosa y absurda. Y, por otro, que no soy una pacifista a ultranza, que creo que hay guerras justas, guerras necesarias, guerras de supervivencia.

–¿Hay guerras justas?

–De hecho, si los aliados no hubieran ganado la guerra, yo no estaría acá sentada charlando con vos, porque soy judía. «


La guerra como arte

Si la guerra es un arte comparable a la literatura, ¿las estadísticas son el relato?, ¿las explosiones esconden el ritmo de la prosa?, ¿la muerte es poesía? Si se la compara con la música, ¿es percusión el tableteo de las ametralladoras?, ¿componen la melodía los gritos de dolor y de muerte? Si se la compara con la pintura de caballete, ¿son los generales los artistas y los soldados sus involuntarios discípulos?, ¿son las ciudades el lienzo donde se pinta la destrucción?, ¿las armas son los pinceles?, ¿los muertos son los colores?

De La Guerra,
Ana María Shua,
Emecé, 2019.

El llanto de Lisístrata
Lisístrita es una comedia musical de Aristófanes, estrenada en Atenas en el año 411 A.C. Su protagonista organiza una gran huelga sexual. Comandadas por Lisístrata, las mujeres de los dos bandos se niegan a tener sexo con sus hombres a menos que desistan de la guerra. Casi 2500 años después, las mujeres ya formamos parte del ejército. En defensa de nuestros derechos, nos negamos a ser relegadas a tareas de enfermería o de oficina y queremos combatir a la par de los varones. Lisístrata llora. Y quizás Artistófanes, su padre.

De La Guerra, Ana María Shua, Emecé, 2019.