Entre el domingo de las elecciones generales y el miércoles siguiente pareció haber transcurrido un siglo. Fue cuando Patricia Bullrich, secundada por su excompañero de fórmula, Luis Petri, dio una conferencia de prensa televisada en vivo por todas las señales de noticias. Y con su típica gestualidad –mandíbula apretada, labios casi inmóviles y mirada esquiva–, su voz sonaba monocorde y sin ninguna clase de matices.

Quizás entonces su mente haya retrocedido al ya remoto anochecer del 24 de agosto de 1984, durante el lanzamiento en el Luna Park de la Juventud Peronista Unificada (JP-U), una criatura concebida por su célebre cuñado, el exdirigente montonero Rodolfo Galimberti.

Fue cuando, de repente, escuchó que el presentador la nombraba. Era la hora de su cita con la gloria.

Durante los cuatro o cinco segundos que demoró en arribar al escenario –relataría luego– sintió que todo a su alrededor quedaba como paralizado y en silencio, con la única excepción de sus latidos.

Y recién al bramar «¡Compañeros!» –estirando la primera «o»en forma exagerada–, el bullicioso oleaje de la multitud volvió a la normalidad.

Ya esa vez su voz sonó monocorde y sin matices. Galimberti la miraba desde el fondo del estadio. A lo lejos, ella parecía una estatua parlante.

Al concluir el acto, mientras se alejaban del estadio en un Peugeot 404, Patricia, sin abrir la boca, digería la dimensión de lo acontecido. Y Galimberti, que la escrutaba de reojo, quiso saber:

–¿Y? ¿Qué sentiste al hablar?

No sin una pizca re rubor, ella contestó:

–Fue emocionante.

Él se mostró muy benévolo al comentar su desempeño en el escenario, incluso se permitió una lisonja:

–Mirá cuando te toque hablar desde el balcón de la Rosada…

A Patricia se le escapó una risita.

Lo cierto es que esa frase se convirtió en el norte de su existencia. Pero, ahora, 39 años después, ya se sabe que semejante sueño acaba de desplomarse estrepitosamente. Y todo indica que para siempre. 

Aun así, en medio de la derrota electoral, esa mujer atisba un resquicio para seguir en carrera. Y nada menos que del brazo de su acérrimo rival en la franja de la ultraderecha, Javier Milei, el tipo que la insultaba sin miramientos.

«Ya nos hemos perdonado mutuamente», balbuceó en la conferencia de prensa en cuestión, con la mirada más esquiva que nunca.

En ese mismo instante, su jefe político, Mauricio Macri, quien desde la sombra había apoyado en realidad a Milei, pedaleaba sobre una bicicleta fija en un gimnasio, así como lo atestigua una foto tomada a hurtadillas.

¿Acaso, después de todo, su plan navega viento en popa?

Hagamos también con él un poco de historia.

El Ángel Exterminador.  

Era el 27 de enero de 1995. El Banco Extrader, cuyo directorio lo capitaneaba el ya fallecido Marcos Gastaldi, había colapsado de manera catastrófica. Entre los ricos y famosos perjudicados por ello resaltaba Franco Macri, quien en esa ocasión perdió diez millones de dólares. Lo cierto es que los había invertido por consejo de Mauricio, amigote del polémico financista.

Meses después, cuando fue elegido presidente de Boca, Franco lo llamó por teléfono para expresarle sus congratulaciones. Pero no escatimó una ironía cargada de recelo: «Eh, Mauricio, que esto no nos salga tan caro como lo de Gastaldi».

Nadie por entonces pudo imaginar que aquel tarambana de personalidad insípida se convertiría, con el paso del tiempo, en el líder de una coalición que lo proyectó –con dos mandatos consecutivos– como jefe de la metrópoli más importante del país, y que desde dicho cargo despejó su camino hacia la presidencia de la Nación. Y nada menos que bajo la bandera de la denominada «nueva política», cuyo único sentido simulaba estar cifrado en una caricatura de rebelión frente a la dirigencia tradicional.

Aquella etapa culminó para él a fines de 2019.

El asunto es que el declive de su popularidad lo terminó alejando de los duelos electorales, pero no de su predicamento en Juntos por el Cambio (JxC) ni de la angurria por el poder. Pues bien, su deporte actual es la manipulación de almas. Pero en dicha actividad incurre en el peor pecado que puede cometer un titiritero: que se le vean los hilos. Ello, entre otras disfunciones, resultó ser una fuente inagotable de desgracias. Tanto es así que, sólo en los últimos dos meses, se lo cargó a Horacio Rodríguez y, a continuación, a la pobre Bullrich, extendiendo ahora su veneno hacia Milei, su nueva marioneta.

No en vano, Jorge Asís lo llama «El Ángel Exterminador». Y tal vez en un doble sentido, dado que ese también es el título de una película dirigida por Luis Buñuel en 1962. Su trama: tras una cena de etiqueta en una mansión, los comensales quedan allí atrapados por una fuerza misteriosa, aflorando así una serie de situaciones límites que dejan al descubierto los instintos más salvajes y los peores secretos de sus aristocráticos protagonistas.

¿Acaso hay un punto en común entre aquella ficción y el cónclave del 24 de octubre pasado en la residencia de Macri en Acassuso?

La danza de los vampiros

Esa noche, pasadas las 21:30, el expresidente miraba afanosamente el reloj. A su lado, Milei permanecía en silencio, mientras su hermana Karina –a quien él llama «El jefe»– dialogaba con la otrora primera dama, Juliana Awada.

En eso sonó el timbre. Y Macri enfiló hacia la puerta, segundos antes de que se oyera su voz:

–Acá está la montonera.

–Sí, la que tira bombas en los jardines– completó la recién llegada.

La expresión de Patricia era entre sombría y expectante.

Fue cuando Milei se puso de pie para ir a su encuentro. Entonces, dijo:

–Uh, que mal que estuve. Perdón, perdón, me equivoqué.

–Yo también– contestó ella.

Ambos entonces se fundieron en un largo abrazo. Conmovedor.

Mauricio y Karina sonreían de oreja a oreja.

A los postres llegaron otros ilustres personajes: Cristian Ritondo, Diego Santilli, Néstor Grindetti y Petri.

 El pacto con el diablo quedó esa noche sellado. Entre otros acuerdos, el expresidente logró seis ministerios para sí –en caso, claro, de vencer Milei en el balotaje– y los siguientes nombramientos: Javier Iguacel en YPF, Ritondo en la jefatura de la bancada de La Libertad Avanza (LLA), Guillermo Francos en el Ministerio de Interior, Guillermo Dietrich en el Ministerio de Transporte y Guido Sandleris al frente del Banco Central.

A la buena de Patricia la endulzaron con un cargo «a designar», sin nada en concreto. Pero, de paso, le tiraron una misión inmediata.

Durante el mediodía siguiente, ella fue la encargada de dar a conocer el flamante arreglo, lo cual generó una ola de asombros, repudios y dispersiones en las filas de JxC.

Fue –hasta ahora– su última aparición pública.

Desde entonces, ya nadie habla de ella. Y es probable que eso siga así. Hundida –voluntariamente– en la indignidad a cambio de alguna hipotética responsabilidad en un gobierno aún no electo, la mujer que soñaba con hablar desde el balcón de la Rosada acaba de caer en el tacho de basura del presente. Vueltas de la vida.  «