Al escuchar la frase “la política es el arte de lo posible” casi todo el mundo asiente con la cabeza. La contracara es la consigna del Mayo Francés: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. La definición “el arte de lo posible” es más cercana al ejercicio del gobierno. Sin embargo no está libre de encrucijadas, de senderos que se bifurcan. ¿Dónde está la frontera de lo posible? ¿Quién tiene el mapa en el que está delineada?   

En las tensiones internas del Frente de Todos, plasmadas esta semana por la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque de Diputados, se debate entre otras cosas cuál es la frontera de lo posible, en este caso en la negociación con el FMI.

Otro elemento que suma tensiones es el abordaje de los conflictos políticos, cómo se los procesa y -esto es clave-cómo se los narra.

En los procesos políticos suele haber un discurso ordenador, un relato. La palabra es compleja porque de inmediato se la asocia con la mentira. Sin embargo, la verdad debe ser narrada para existir.     

El actual gobierno tiene en este punto una debilidad. No tiene un relato sobre sí mismo. El FdT todavía está envuelto en el discurso que le dio sentido como frente electoral, unificar al peronismo para derrotar a la derecha. ¿Y ahora?

El gobierno de Raúl Alfonsín se narraba a sí mismo como el que traería la estabilidad democrática a la Argentina y juzgaría a los criminales de la dictadura. Fue  tan importante esa narrativa que la mayoría de la sociedad tiene incorporado que ése es el legado del alfonsinismo, el juicio a las juntas y haber estabilizado la democracia, aunque sea a los tumbos. 

En el caso de Carlos Menem, su sentido era el supuesto tránsito hacia el capitalismo avanzado, el vuelo en el concorde hacia el primer mundo. El legado de Menem, por la herencia de pobreza, deuda y desempleo que dejó, está mucho más discutido. Sólo algunos menemistas nostálgicos, como Miguel Pichetto, siguen creyendo que el ciclo del riojano fue lo que  decía ser. Pero en el momento en el que transcurrió, ese discurso fue central. Ordenó todo el debate público. 

El ciclo de Néstor y Cristina es más reciente y por lo tanto más difícil de describir. Pueden arriesgarse al menos dos ejes: el antineoliberalismo, es decir, el regreso del Estado como garante de la inclusión social, del desarrollo productivo, de la igualdad de oportunidades. Y dos: retomar el camino de memoria, verdad y justicia, con los crímenes de lesa humanidad.

El sentido histórico es el que define los adversarios. En el caso del kirchenrismo fueron: los especuladores financieros internacionales, el poder económico y mediático concentrado local.

¿Cuál es el sentido del actual gobierno? Por momentos su auto descripción pareciera centrarse en la búsqueda del consenso. Es endeble. ¿Por qué? La razón de ser tiene que ver con el punto de partida. Si Argentina viniera de transitar una guerra civil como la sacude a Ucrania, la pacificación como núcleo del discurso político tendría volumen. Pero el país no acaba de vivir eso sino una restauración conservadora que fracasó. Y que tuvo sus componentes clásicos de ajuste, endeudamiento, y autoritarismo.

La falta de relato es uno de los motivos por los que persiste la sensación de gobierno de transición.

Hay que poner, sin duda, un manto comprensión sobre toda la gestión del presidente Alberto Fernández. Le tocó gobernar una tragedia, la pandemia.

No fue trágica sólo por el dolor que produjo. Tuvo además el componente de lo inesperado, un hecho repentino que cambió drásticamente el curso de los acontecimientos.

Una pareja salió al jardín para descolgar la ropa en una tarde nublada. Y un rayo le cayó del cielo atraído por el cable de metal en el que estaba colgada la ropa. Un hombre fue a comprar el pan y, mientras caminaba, recibió en la cabeza el golpe de un ladrillo que se desprendió de un balcón antiguo.

Lo inesperado. Nadie está preparado para eso. 

El Covid modificó el destino de la actual gestión. Es algo contra lo que el presidente nada podía hacer, sólo tratar de transitarlo salvando la mayor cantidad de vidas posible. Y eso se hizo.