El 6 de julio fue detenido por agentes de la oficina local de Interpol (integrada por efectivos de la Policía Federal) un hombre cuya extradición fue pedida por un tribunal español a raíz de estafas cometidas en Valencia y Madrid. Desde entonces se encuentra alojado en la sede de aquella fuerza sobre la calle Cavia, siendo ya muy avanzados los trámites para su envío al Viejo Continente. Se trata de Mario Alfredo Mingolla Montrezza.

Tiempo, en su edición del 17 de julio, reveló que ese individuo fue un esbirro de la última dictadura. Que formó parte del Grupo de Tareas Exterior (GTE) del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército. Que cumplió servicios represivos tanto en las guerras civiles de Centroamérica como para el régimen golpista del general Luis García Meza en Bolivia. Que luego estuvo preso en Brasil por contrabando de cocaína. Y que, finalmente, se convirtió en un alto dignatario de la ignota Iglesia Ortodoxa Bielorrusa Eslava, un culto –según la DEA– no ajeno al tráfico de drogas y al lavado de dinero. Una joyita.

Este diario también dio cuenta de una increíble paradoja. Porque el sitio en el cual dicho sujeto residía –y donde ocurrió su arresto–, no es otro que el Monasterio Nuestra Señora del Rosario de Fátima –emplazado sobre la calle Mansilla 713 del barrio San Bernardo, en la localidad bonaerense de General Rodríguez–, donde seis años antes hubo un episodio memorable, casi un paso de comedia: el intento del exfuncionario José López de «guardar» allí sus ya célebres bolsos repletos de dólares mal habidos, aparentemente con el visto bueno de sus moradoras, las denominadas «monjas orantes y penitentes».

¿Acaso aquel lugar es nada menos que el aguantadero de Dios?

La fiesta inolvidable

En este punto es necesario brincar hacia la madrugada del 2 de mayo de 2021.

Durante la madrugada, un inusual tránsito de vehículos, muchos de alta gama, atravesó las calles del barrio San Bernardo. Al rato, las estridencias musicales del reggaetón retumbaban en toda esa zona de quintas. Un vecino no tardó en hacer la denuncia. La policía intervino; así se constató una fiesta clandestina en plena pandemia, y se hizo un acta por «incumplimiento de la cuarentena».

Lo notable es que la «joda» transcurría en aquel monasterio.

Así saltaron a la luz pública los hermanos Leonardo y Sergio Barbeito. El primero tuvo que pagar por la contravención una multa de 20 mil pesos, y el otro figuraba como «propietario» del lugar. ¿Propietario de un convento?

En realidad, aquel inmueble –que ocupa dos manzanas– ya no fungía como tal lo desde el otoño de 2017, por decisión del arzobispo de Mercedes, monseñor Agustín Radrizzani, con acuerdo del Vaticano.

Las monjas quedaron allí durante casi un año, hasta ser reubicadas en un departamento de tres ambientes –situado a pocas cuadras– por Sergio, quien negoció la adquisición del convento por 350 mil dólares. Una llamativa ganga. La intermediaria de la operación fue una tal Ana Pronseti. Aquella mujer suele presentarse como vicepresidenta de la Asociación Civil Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de Fátima. Todo muy raro.

No está de más reparar en la señera figura de Barbeito, un comerciante y empresario del transporte de 42 años. En las últimas PASO fue precandidato a concejal por el Partido Federal, un espacio que nuclea a peronistas opositores al Frente de Todos, cuyo máximo referente es Julio Bárbaro. Algo inclinado hacia la antipolítica, el bueno de Sergio basó su campaña en la «seguridad» y la lucha contra las drogas. Pero su carrera política concluyó allí.

Ya por entonces la adquisición del monasterio quedaba atascada en una suerte de purgatorio inmobiliario.

Aún así, desde 2018 hasta fines de 2021, Barbeito usufructuó ese lugar en calidad de «apoderado». Lo cierto es, no tenía la suma exigida para obtener la escritura. Únicamente ofreció el departamento donde ya vivían las monjas, y ofrecía pagar el resto en cuotas.

«Yo actué de buena fe –señaló al diario La Nación el 22 de junio de este año–. Pero después me pusieron muchas trabas, y me fui».

En rigor, fueron los vendedores quienes le exigieron dejar la propiedad, cosa que él cumplió de mala gana.

El socio del silencio

Ya en enero de este año, los vecinos advirtieron en el convento la presencia de un tipo cincuentón y corpulento, de cabeza rapada y barba de días, quien decía ser «el nuevo propietario». Diariamente llegaba allí a bordo de una camioneta Toyota Hilux blanca, en compañía de una mujer. Y durante horas barrían las hojas del jardín y hacían otras tareas de mantenimiento, además de arreglos en los sectores techados. Y los dos perros, que ellos siempre traían en el vehículo, correteaban en los alrededores.

Así entró en escena Luis Alberto Basili junto su novia, Bárbara Andino.

Según los periodistas Ariel Martínez y Leandro Mauregui, del sitio local VdP Noticias –quienes colaboraron en esta investigación–, Basili sería a la vez el apoderado de la gestora Pronseti; ella, en consecuencia, sigue siendo el lazo entre aquel lugar y las monjitas «orantes y penitentes».

También pudieron determinar que este sujeto, quien se define como un empresario de Pilar, tiene tres emprendimientos con domicilio legal en la calle Vidal 4050 de CABA; a saber, una constructora, una metalúrgica y la editorial Lancelot, además de otra, Hispanoamericana, establecida en España.

Por cierto, en el catálogo de Lancelot figura el libro ¿Por qué mi hijo se droga?, cuyo autor es Alfredo Montrezza. ¿Les suena este nombre?

Por otra parte, ya en el remoto 11 de febrero de 2011, Basili se unió con un aporte de capital a la editorial Edicial SA. Su presidente era –según el Boletín Oficial– nada menos que “Mario Mingolla”. ¿Les suena ese nombre?

Aquello habría sido un peldaño más de una gran amistad. Lo cierto es que Mingolla se escondía en el mismo lugar en el cual las monjitas recibieron los bolsos de López en 2016, un lustro antes de que Barbeito ofreciera allí su fiestita clandestina.  De hecho, Basili estuvo presente al momento del arresto del antiguo represor.

Las viñas del Señor a veces son un semillero de sorpresas. «