Una de las primeras medidas del Gobierno PRO fue desmantelar la Ley de Medios. La operación persiguió un doble propósito: consolidar la presencia oligopólica del sistema tradicional de medios y desmoronar la incipiente diversificación de la palabra que –con más perezas y sombras que las deseadas– propició la norma impulsada durante el mandato de CFK.

La maniobra del macrismo persigue un objetivo que en política es tradición: comprar inmunidad mediática concediendo beneficios a las usinas concentradas de información. En la Argentina casi no hubo gobierno que resistiera esa tentación. Y tarde o temprano todos comprobaron que ninguna concesión es suficiente: como ocurre con los monopolios, cuánto más fortalecidos, más quieren.

Así las cosas, el país vive un nuevo ciclo de pensamiento único emitido por una cuasi cadena nacional liderada por el multimedios Clarín. Pero algo, por ahora imperceptible, amenaza ese poder de fuego. Según un estudio de la agencia de marketing IMS, los argentinos pasan cada vez menos horas frente a la televisión, el bombardero estrella del relato. Por el contrario, crece fuerte la audiencia de contenido on demand: las 11,1 horas por semana que los argentinos destinan a mirar contenidos audiovisuales a través de internet superan por 5,2 horas el tiempo que se pasa frente a la tele.

El fenómeno es tan potente como imparable: cada vez más gente elige lo que quiere ver y, por lo tanto, está menos expuesto a los mensajes digitados por un jefe de programación. O dicho de otro modo: cada vez más gente ejercita su poder de elegir. Por esas cosas Tiempo volvió a la calle. Para que puedan elegirnos quienes ansían encontrar y escuchar otra voz.