El doctor Mariano Cúneo Libarona será el próximo ministro de Justicia. O no. Ya se sabe que nunca está dicha la última palabra en el “Reino del Revés”, tal como se podría llamar al régimen que comenzará el 10 de diciembre. Y eso bien lo sabe –por ejemplo– la pobre Carolina Píparo.

Pero anticipándose a su entronización, este abogado de 62 años acaba de iniciar su agenda protocolar con una visita a la Corte Suprema, abordando con sus cuatro miembros el tema de la autarquía financiera del Poder Judicial y la anulación del juicio político contra ellos, al que calificó de “indignante”, tal como les dijo a los movileros al concluir el encuentro.

Aunque ahora peina canas y alguna arruga, el tipo conserva la dicción “paposa” y el aplomo de su juventud.

Bien vale retroceder entonces a la primavera de 1996.

El “sacapresos” del poder

Su salto a la fama se produjo  al defender a Guillermo Cóppola en la “causa del jarrón”, cuando en su interior, al ser allanada su vivienda, la policía “plantó” unos 406 gramos de cocaína.

Esa puesta en escena, la cual tuvo otros cuatro detenidos –entre ellos, el futbolista Alberto Tarantini– fue ideada por el juez federal de Dolores, Hernán Bernasconi, junto con su secretario letrado, Roberto Schlägel, y dos efectivos de la mazorca provincial, Daniel Diamante y Antonio Gerase.

El asunto se convirtió en un apasionante reality show, transmitido día a día por la pantalla chica.

En ese contexto conocí a Cúneo Libarona, al coincidir con él un jueves a la noche en el programa Hora Clave, de Mariano Grondona.

–La causa no tiene más que 40 gramos de cocaína–me susurró al oído, a segundos de iniciarse la transmisión. 

Y ya al aire tiró la bomba, al revelar que el alimento cerebral boliviano había sido groseramente “cortado” con 366 gramos de bórax y lactato para así “engarronar” (ese fue el verbo que usó) a los acusados.

A mí, este sujeto me había caído simpático. En definitiva, terminó por revertir aquel expediente, convirtiendo a “Guillote” en una especie “capitán Dreyfus” del universo menemista. Tanto es así que, meses más tarde, no sólo conseguiría su sobreseimiento y el de sus compañeros de infortunio sino que, además, supo llevar tras las rejas al juez y a sus cómplices.

Desde entonces no tuve otro trato con él.

Lo cierto es que no tardó demasiado en exhibir su verdadero perfil: el de “sacapresos” del poder y la farándula. Para colmo, con notables altibajos.

De hecho, en su cartera de clientes se destacan los ex cuñados de Carlos Menem, doña Amira Yoma y su hermano, Emir (ella por su presunto rol en el envío de droga hacia los Estados Unidos y él por su supuesta participación en el contrabando de armas a Croacia y Ecuador); la falsa médica Giselle Rímolo (por “ejercicio ilegal de la medicina, homicidio culposo y estafa” en alrededor de 70 oportunidades); los organizadores de la fiesta electrónica “Time Warp”, Adrián Conzi, Facundo González y Víctor Stinfale (por su responsabilidad en las drogas de diseño adulteradas que fueron distribuidas allí, provocando cinco muertes) y, recientemente, el ex policía bonaerense Enrique Barre (por delitos de lesa humanidad cometidos en centros clandestinos de Quilmes, Banfield y Lanús durante la última dictadura), entre otros encausados de renombre. 

Pero a veces se las vio en figurillas. Por lo pronto, en su carrera resalta un memorable traspié: el mes de prisión que se “comió”, ya a fines de los ’90, por orden del juez federal Norberto Oyarbide. La carátula: “coacción agravada y encubrimiento” en el marco de la causa AMIA, durante la investigación por el hurto de un video en el despacho del juez Juan José Galeano.

Claro que su existencia, tanto profesional como personal, también se vio sacudida por una tragedia no aclarada del todo.

En este punto, es necesario retomar su defensa a Emir Yoma.

La ley de la gravedad

El contrabando de armas a Ecuador y Croacia, decidido en secreto por Menem durante su primera presidencia y supuestamente organizado por Yoma, salió a la luz en 1998 a raíz de una denuncia efectuada por quien fuera hasta entonces su secretaria, Lourdes Di Natale, quien tuvo el tino de registrar ciertos detalles de su operatoria en una agenda. 

A comienzos de la década siguiente, el ex presidente fue condenado por ello a siete años de prisión. Y Yoma resultó sobreseído.

Su abogado fue Cúneo Libarona.

Pues bien, el mundo es un pañuelo: en 1994, él tuvo una fugaz relación sentimental con Lourdes, de la cual nació una niña bautizada Agustina.

Ya en la época del proceso judicial en cuestión, la ex secretaria, víctima de presiones y amenazas, empezó a mostrar cierta inestabilidad emocional.

Los signos más visibles de semejante deterioro fueron los conflictos que tuvo con sus vecinos del edificio de la calle Mansilla 2431, en el cual vivía. Su animosidad hasta incluyó botellas arrojadas contra ellos y el corte del cable de coaxil para dejarlos sin TV. Su mezcla de paranoia y agresividad empezó a ser tan problemática que derivó en una denuncia ante la Justicia. En esa puja –en la cual Cúneo Libarona no intervino–, ella perdió la tenencia de la niña por orden de un juez.

Desde entonces, Agustina –ya de nueve años– vivió con el abogado, su esposa, Gloria, y sus dos medio hermanos.

Y tal circunstancia incidió en el alicaído ánimo de Lourdes.

Ella falleció el 3 de marzo de 2003, a los 43 años, al caer al vacío desde el décimo piso. ¿Asesinato o accidente o suicidio?

En torno a esas tres hipótesis corrieron entonces ríos de tina.

Algunos vecinos aseguraron haberla visto asomada por la ventana de la cocina cuando intentaba cortar otra vez el cable que proveía de TV a todo el edificio. Y en un patio de la planta baja, junto a su cadáver, había un cuchillo.

La investigación judicial abrió y archivó la causa en varias ocasiones sin probar la participación de terceros en el asunto.

Pero la sombra de dicha desgracia salpicó desde entonces el destino del inminente ministro de Justicia. «