Con la recuperación de la democracia, las historias de vida de quienes se exiliaron despertaron especial interés. Películas, novelas y estudios abordaron el desgarro y las secuelas de aquellos que debieron irse del país durante el genocidio, víctimas de las amenazas o la persecución. Sin embargo, hay otro exilio del que poco se habla y menos se conoce: el exilio interno.

Para saldar esta deuda y comenzar a procesar sus consecuencias, el periodista Fernando Ferreira entrevistó durante la pandemia a compañeras y compañeros de trabajo, vida y militancia que más allá de las circunstancias y por distintos motivos decidieron quedarse en el país a pesar de la represión brutal y el terrorismo de Estado y reunió esos testimonios en el libro El Exilio Interno: los que se quedaron durante la dictadura, que fue publicado póstumamente por la editorial Ediciones Al Arco (Ferreira falleció víctima del Covid en enero del año pasado) y presentado la semana pasada por colegas, familiares y amigos.

El “Colorado” Ferreira consideraba que el exilio interno era “el más duro y doloroso de todos” y justificaba su opinión al señalar que “los griegos tenían razón cuando decían que el exilio es una manera de muerte, sí. Pero también es cierto” – afirma en el documental Recortes de Prensa – “que durante la dictadura los que se fueron, los que no les quedó otra que irse, también tenían el privilegio del aire libre, la posibilidad de salir a la calle y que no los metieran en cana, de salir a la calle y putear a los fascistas. Nosotros además del miedo teníamos el silencio”.

El periodista Eduardo Kragelund, una de las 500.000 personas que se estima dejaron la Argentina entre los años 1974 y 1983, confirma esa hipótesis: «Los que estuvimos afuera tuvimos que aprender a hablar otra lengua, pero acá había que cuidarse hasta de hablar”.

Kragelund, a quien Ferreira le encargó el prólogo del libro, fue uno de los oradores en la presentación. Resaltó que aún desconocemos lo que significó el exilio argentino, solo comparable al provocado por la Guerra Civil Española, pero reconoció que «hubo otro exilio, monstruosamente más grande, que es el de los que se quedaron. Las secuelas son tan o más fuertes que las que sufrió el exiliado clásico o tradicional».

«Nos habríamos muerto de tristeza»

Los testimonios reunidos en El Exilio Interno narran cómo era vivir y “sobrevivir en el corazón del enemigo”, cómo era ser madres y padres en medio del horror, la desaparición de amigos y compañeros y el miedo a ser “chupados” en cada esquina.

Sin golpes bajos, describen el desgarro cotidiano de sentirse extranjeros en su propia tierra y al mismo tiempo la ebullición política extraordinaria de aquellos tiempos. También la realidad de un país en el que bastaba un solo trabajo para llegar a fin de mes y la indiferencia y complicidad de una gran parte de la sociedad que miraba para otro lado.

“El silencio bajo la dictadura se tornó una especie de amnesia. Nuestra vida cotidiana cambió. Muchos nos sentíamos como autómatas, pero lo único que teníamos claro era la sensación de miedo y desamparo. Los amigos ya no estaban, había ausencias, había muerte”, recuerda la periodista Blanca Rébori, compañera de vida de Fernando durante 37 años y una de las entrevistadas.

Sobre la decisión de quedarse, uno de los ejes del libro, algunos entrevistados plantean que instalarse en el exterior no fue una opción y argumentan desde la obligación de permanenecer por una cuestión de clase y militancia (“era mucho lo que podíamos hacer aún desde la clandestinidad”) a la imposibilidad de irse por motivos afectivos y familiares.

“En algún momento tuve la fantasía de irme, veía como desaparecían amigos y compañeros y la represión era sanguinaria, pero todo lo poco o mucho que había construido en mi vida estaba acá”, dice Daniel Iglesias mientras que Oscar Daniel Campilongo afirma que “jamás se me cruzó por la cabeza irme. Por respeto a mis compañeros que habían caído. Entiendo a todos los que se fueron, muchos no tenían otra opción, pero en mi caso tenía una familia, un lugar en el mundo, una pertenencia, un odio acumulado que no se lo podía regalar a los milicos”.

“¿Qué carajo podíamos hacer y decir en otro país? Nos habríamos muerto a las 24 horas de tristeza. Respeto mucho a los que se fueron, pero no los envidié nunca. Me banqué el terror, pero lo sufría en un terreno conocido”, sentencia Jorge Luiz Méndez.

Según la historiadora e investigadora del Conicet Silvina Jensen, el exilio interno se va imponiendo como tema de estudio en la academia y hasta el momento carece de números porque es «una categoría difusa que incluye a aquellos que se desplazaron internamente, a veces de barrio, ciudad y región, los que cambiaron de trabajo y rompieron vínculos para invisibilizarse y todo aquel que se sentía ahogado, perseguido, disconforme y por supuesto los que vivieron clandestinos».

“Todos hicimos lo que pudimos”

Con este libro, Ferreira reivindica a quienes aún en las peores circunstancias siguieron peleando y mantuvieron una actitud digna frente a las atrocidades vividas y busca intervenir en un debate absurdo que se planteó post genocidio sobre la traición y la mayor o menor valentía o compromiso que habría supuesto haberse quedado o ido del país.

En este sentido, los encargados de la presentación del libro, Oscar Martínez Zemborain y el mencionado Kragelund, y las y los presentes recordaron las diferencias que comenzaron a surgir a partir de la vuelta al país de los exiliados ya desde los años finales del “Proceso”.

“Teníamos problemas porque discutíamos pero nosotros teníamos cierta cosa de que ‘uh, estos vienen de afuera, la pasaron como el culo’, pero en realidad con el tiempo nos dimos cuenta que nosotros también la habíamos pasado como el culo y muy mal”, contó el fotógrafo Alejandro Amdan y se refirió a aquella fuerte pelea en La Boca, que atraviesa las páginas del libro, cuando “hubo cierta bronca porque ellos pusieron mucho en la balanza que eran héroes. Y nosotros reaccionamos por primera vez y dijimos: ‘nosotros la bancamos acá y ustedes estaban afuera’. Afuera no les pasaba nada, y acá sí pasaba: nos perseguían y teníamos el Falcon en la puerta”. Casi quebrado, agradeció a Fernando por un libro que «hace justicia».

Según Kragelund, desde aquel día el “Colorado” se cargó la pesada mochila al hombro, no sin dolor ni angustia, de dejar atrás esta grieta estúpida. Y lo hizo con este libro, su último testimonio.

“Los dos sufrimos por igual y plantear una grieta es cuanto menos absurdo. La dictadura nos cambió la vida a muchos para siempre, adentro o afuera”, asegura el escritor Oscar Taffetani.

Iglesias, por último, resaltó que había mucho miedo y cuidados, pero también mucha alegría y resistencia. Respecto al falso debate héroes o patriotas, aseguró: “No hay contradicción, son giladas. Todos hicimos lo que pudimos”.