Hablar de fenómenos metropolitanos es un tema de larga data. En 1845 Federico Engels, describió las calamidades urbanas en su libro “La situación de la clase obrera en Inglaterra”. Por eso un denominador común a interpretar es cómo se va dando la extensión de la mancha urbana y cómo la ciudad va capturando distintos conglomerados suburbanos en su expansión. De ese modo va adquiriendo una centralidad donde suelen estar las principales actividades económicas, y su gobierno tiene un peso decisivo a la hora de orientar políticas metropolitanas.

Históricamente, Buenos Aires fue un distrito federal que no ahorró sangre para su constitución y no es el único caso del mundo.  Lo vemos en México y San Pablo, pero estas ciudades contemplan a más de la mitad de la población, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires solo representa menos de un cuarto de la población total del área metropolitana.

El AMBA (Área Metropolitana Buenos Aires) es un lugar de gran complejidad, en el área central está la CABA, y el resto del área metropolitana dentro de la Provincia de Buenos aires, que a su vez se divide en municipios. Si a esto le sumamos servicios urbanos bajo el mando del Gobierno Nacional, crece la complejidad.

Enfrentamos un lugar de grandes superposiciones y contradicciones a resolver, en beneficio de la intervención de políticas públicas transformadoras.

Y aquí es donde debemos preguntarnos cuál es el rol de la CABA, cuál su vocación de liderazgo positivo y gobernanza.

Buenos Aires se pensó como un área de servicios, donde sus negatividades fueron arrojadas a sus bordes, de allí el drama de la Cuenca Matanza Riachuelo, cloacas y residuos vertidos en los municipios de la provincia y jamás dentro del ejido porteño.

No solo el conflicto ambiental, sino también el social, fue remitido a sus bordes y la Provincia de Buenos Aires. Por eso es importante pensar una estrategia metropolitana seria, que no provenga de las buenas intenciones, sino de la tensión de intereses en pugna que aún hay que resolver.

Una experiencia metropolitana:

Debemos recordar que compartimos el valle de la Cuenca Matanza Riachuelo (CMR), con cuencas hídricas, los problemas de residuos y su disposición final, el tránsito y el transporte.

Además, asistimos a la reconfiguración de un espacio que no se condice con las tradicionales geografías administrativas de la ciudad y su periferia.

De este modo, el valor del suelo, las nuevas tecnologías, las autopistas, los countries y los shoppings, constituyen los espacios urbanos y aparecen en el horizonte como faros que irradian nuevas centralidades y periferias. Ya no se trata de un esquema radial por el cual la ciudad (centro) se desarrolla hacia el cono urbano.

La autopista es la nueva prolongación de la ciudad y se introduce como un obstáculo en el territorio.

En este contexto, la CMR aparece como una excelente oportunidad y antecedente para pensar un lugar de unidad y de continuidad: no ya como patio trasero, sino como un río destacado y enunciador de nuevas identidades. Un río que sutura y une la diversidad urbana.

¿Por qué no pensarlo como un lugar para articular, transportar, sanear, incluir y recuperar espacio vacante para la producción limpia?

Recuperar la CMR es pensar su producción, es pensar cómo se van a instalar allí quienes trabajan, cómo se movilizarán, cómo vivirán.

Toda idea refundacional de la CABA debe estar comprometida con la Nación y la Provincia, y debe provenir de su río y de su Riachuelo.

ACUMAR, hace ese ejercicio y desde hace casi tres años con buenos resultados.

Se deben proponer necesarios desarrollos que articulen su territorio y recuperen su cuenca hídrica.

Transformar la autonomía porteña en autismo condiciona todo el desarrollo del área metropolitana.

En la Cuenca Matanza Riachuelo, viven 5 millones de personas, que deben ser integradas, económica, social y culturalmente. Para que esto sea posible se requiere de un esfuerzo de interpretación política de alto nivel, en el cual la CABA se deje influir, logrando renunciar a su destino excluyente de isla.