El inesperadamente abultado triunfo del derechista Milei en el balotaje del domingo coloca a la Argentina ante una situación conocida: la imposición de un nuevo programa económico que pretende una reorientación radical del orden establecido. Esto se intentó y/o se impuso otras veces en la historia, con resultados negativos en el mediano o largo plazo.

Dos planes alcanzaron a establecer un nuevo ciclo o “modelo” de funcionamiento de la economía. El inaugurado poco antes y tras la convertibilidad del menemismo a comienzos de años noventa, cuya desarticulación comenzó a evidenciarse hacia 1998 y su estallido se verificó en 2001. Y el de la posconvertibilidad de 2002-2003, que tuvo su consolidación durante las dos primeras administraciones kirchneristas, antes de la larga última década en la que el país careció de un plan articulado, con desequilibrio de las variables elementales, inflación creciente y estancamiento productivo. Frente a estos dos planes casi decenales, estuvieron los que naufragaron en ciclos cortos: le ocurrió al de Martínez de Hoz (ya agotado entre 1979-1981) y los fracasados proyectos ensayados bajo el gobierno radical de Alfonsín: el Plan Austral de 1985, y el aún más efímero Plan Primavera de 1988.

El plan promercado de Milei todavía está en la incertidumbre. La designación de Caputo como ministro no despeja los interrogantes. Implicaría una estrategia de shock, de orientación neoliberal, adversa a las regulaciones estatales, enemiga del déficit fiscal y para arrasar con los derechos laborales y la inversión pública. Pero este programa “ortodoxo” debe administrar la tensión entre dos velocidades. Por una parte, asegurar la estabilización: la progresiva baja de la inflación, junto a cierto equilibrio cambiario, desarme de las Leliq y levantamiento del cepo. Por la otra, un camino drástico de reformas en lo laboral, impositivo y de tamaño del Estado. Ambas temporalidades están entrelazadas y se condicionan. El primer objetivo le exige a Milei resultados rápidos, conforme a su demagógica campaña, sobre todo en el terreno de la inflación, sabiendo que la dolarización es inalcanzable en el corto plazo o que probablemente ya haya sido descartada. La segunda meta también está aquejada por un reloj, cuyo diseño ya adelantó el propio presidente de la motosierra: lo que no se logre en los seis meses iniciales será de mayor difícil cumplimiento en los tiempos siguientes.

¿Cuenta el gobierno con los insumos adecuados para implantar un plan de estabilización y de reformas de largo alcance y con el nivel de profundidad que anuncia? Aún tendría que conseguirlos, tejiendo acuerdos complejos y pensando decisiones en el pantanoso terreno de la inestabilidad y el total desequilibrio de precios, ingresos, gastos y mercado cambiario. En el terreno de la política y de la relación con y entre las clases y actores sociales, el gobierno de Milei tendrá enormes acechanzas y límites. Es cierto que cuenta con un amplio respaldo político granjeado en las urnas. Pero ese 55% lo es en una segunda vuelta, por descarte. Su base firme es ese 30% que mantuvo en las dos instancias electorales anteriores, de agosto y octubre. El otro decisivo 25% se lo aportó o “prestó” la inestable coalición expresada por la candidatura de Bullrich, cuya migración de votos a Milei fue para impedir un nuevo gobierno peronista y por un ánimo de “cambio”, pero no de adhesión al plan y estilo jacobino de derecha del líder de La Libertad Avanza. La actual alianza con el macrismo puede consolidar a LLA, pero también desperfilarla de su perfil propio de LLA y enajenarle sus adhesiones “anticasta”.

La improvisación, precariedad y debilidad del elenco libertario para la gestión del estado empieza a ser pasmosa, con el riesgo de caer en estado de indigente dependencia de las imposiciones del PRO, que lo alejan de las consignas que identificaron la campaña del León, como el cierre del BCRA y la dolarización. Incluso, y en parte relacionado con la inevitable subordinación al macrismo, se hacen cada vez más evidentes los conflictos internos en el mileísmo, con renuncias antes de asumir, desplazamientos y malestares que hacen colisionar entre sí a algunas de sus figuras fuertes, como su hermana Karina, Villarruel, Ocampo o Píparo.

La reunión de diez gobernadores JxC de este miércoles no debe ser leída sólo como “respaldo” a la gestión electa, sino como velada amenaza del poder que representan y de los bloques parlamentarios que disponen, con el fin de avisarle al nuevo Presidente que con ellos tendrá que negociar presupuestos, distribución de recursos o manejo de la obra pública. Queda en evidencia la fragilidad parlamentaria del futuro oficialismo, con sus escuálidos 40 diputados y ocho senadores, lo cual podría paralizar las iniciativas gubernamentales. Por fin, el “dominio” de la protesta social. Este plan requeriría de un sistema de contención de la seguridad y de represión policial de las manifestaciones, muy lejos de los presumidos propósitos del ajuste. Veremos la suerte que le depara a la recién designada Bullrich. Los movimientos de desocupados ya anunciaron sus primeras y desafiantes marchas, mientras los sectores gremiales advirtieron que no aceptarán pérdidas salariales, de empleo y de derechos laborales.

Milei enuncia un programa de objetivos aún más ambiciosos que los de Martínez de Hoz y Cavallo. Por el momento, parece disponer de escasos recursos y garantías para dicho emprendimiento. Su gobierno corre el peligro de empantanarse en ensayos de prueba y error, muy trabados por la negociación, alejados de las promesas anunciadas y cacheteado por un reguero de luchas sociales. Todo esto podría producir una defraudación mayúscula con un electorado que fue estimulado para la obtención de resultados vertiginosos y tangibles. Pronósticos reservados para el gobierno derechista en ciernes, ya antes de asumir.