El llamado “sinceramiento” tarifario y el fuerte ciclo inflacionario desatado tras la devaluación han calado hondo en los hábitos de consumo de vastas franjas de la población argentina. El golpe al bolsillo se ha traducido en una retracción de la economía familiar, y es particularmente importante en el consumo de alimento y bebidas, cuya caída,de acuerdo a los datos de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), alcanza a nivel nacional al 8,5% en el primer trimestre del año respecto del mismo período de 2015. En el caso de los artículos de limpieza, tocador e higiene personal, cuyos números en rojo son aún superiores, del 14,4 por ciento.

“Las familias están consumiendo parte de la alacena, de lo que habían acumulado”, advirtió Vicente Lourenzo, directivo de CAME, y señaló que la tendencia es “preocupante. A medida que pasa el tiempo se profundiza la caída del consumo; nuestro temor es que cerremos el primer semestre con una reducción de dos dígitos en la comparación con 2015”. La caída del consumo hogareño se verifica en los 22 rubros que mide la entidad.
Consecuentemente, explica Ariel Martinez, Country Manager de la consultora Kantar Worldpanel, “observamos durante el primer bimestre una contracción de las primeras marcas, mientras que las segundas y las marcas propias crecen en todos los niveles socioeconómicos, menos en bebidas. Ocurre que en un contexto de incrementos de precios e incertidumbre sobre los ingresos futuros, los hogares priorizan estrategias que les permitan optimizar el rendimiento de su dinero”.

La comida de la gata y el asado de los vecinos
Cuando el ministro de Energía Juan José Aranguren habló de “emergencia” para anunciar los tarifazos de luz y de gas, hace ya cuatro meses, una gata llamada Greta pasó delante de la tevé sin imaginar que también sus hábitos cambiarían. Es simple: los ajustes que se imponen en la economía doméstica no dejan afuera ni siquiera a las mascotas.

La historia de Greta, que lleva muy bien sus 18 años, se enmarca dentro de la vida de Virginia Poblet, periodista, quien convive con ella desde que la gata tenía un mes. El achique al que la obligaron los fuertes aumentos de los servicios, en su caso, se vio todavía más afectado luego de que su marido se quedara sin trabajo. Lo cierto es que, más allá de la calidad del alimento balanceado de Greta, para ella era importante por una cuestión de salud. “Ya es viejita y tiene problemas urinarios, así que le compraba la versión Premium de una marca importada para gatos de más de 12 años, que en diciembre, cuando dejé de comprarla, costaba 300 pesos y me duraba dos meses. Ahora, con todo el dolor del mundo, le compro en el súper un producto muy industrial que sé que a la larga le va a complicar su problema renal”, explica la dueña.

Virginia lleva más tiempo con su gata que con su marido y sus dos hijos, y por eso le resulta difícil no poder acompañarla en este momento. “Me duele en el alma y le pido perdón. Ella está bien pero cada tanto se queja porque le duele y yo siento que en su etapa de vejez no puedo ayudarla como debería”, se conmueve. Cuenta que ahora, con suerte, en casa consumen carne una vez por semana, y que la novedad es que Greta, disgustada con su comida, maúlla sobre la medianera cuando los vecinos hacen asado. Para Virginia, como para tantos otros, “es un achique terrible en la vida cotidiana y una angustia que te acompaña siempre: pasamos de la esperanza a no saber cómo vamos a estar mañana”.

El merendero, con más chicos y más adultos

El merendero Gotitas de Esperanza es un trabajo solidario, nacido en 2009 de la Cooperativa 103 del Plan Argentina Trabaja. Omar Di Mauro, 51 años, colabora con el espacio y explica que comenzaron con una casilla de 4×4, en el barrio Santa Paula, en el partido bonaerense de José C Paz, sirviendo una copa de leche. Señala que «la necesidad viene aumentando. Este año se sumaron muchos niños y adultos. La comida no alcanza y no estamos recibiendo ayuda de ningún tipo».

El merendero venía atendiendo a 12 chicos; ahora son 50 y once adultos. “Desde diciembre estamos con la soga al cuello, nada de lo que conseguimos alcanza. Cuando sobra comida la repartimos para que los vecinos lleven una vianda a sus casas, pero la realidad es que no podemos tapar el sol con las manos. La inflación aumenta cada vez más y eso se multiplica la pobreza”, concluye Omar.

Ni cine, ni fútbol 5, ni cena con los amigos

Los jueves a la noche salía a comer algo con amigos, después de jugar un fútbol 5, y los viernes iba al cine. Eran sus dos salidas fijas, parte de una entusiasta rutina, pero tuvo que dejarla de lado para acomodarse a las nuevas tarifas y sus consecuencias. Lo que era una inversión en calidad de vida, ocio creativo si se quiere, se transformó en un lujo, que debe ser esporádico, algo que se debe meditar antes de hacer.

Víctor Peña, 33 años, trabaja como abogado por la mañana y por la tarde es comerciante en la zona de José León Suárez. Trabaja unas 12 horas por día, y aun así siente los embates a su economía hogareña. “Hay que pagar el alquiler y los gastos fijos son mucho más exigentes con el bolsillo, tanto en casa como en el negocio”, reconoce. Además, nota mucho la caída de las ventas: “Todos están cuidando el mango”.

La necesidad llevó a su espíritu cinéfilo a buscar alternativas en la descarga gratuita de películas. “No es lo mismo, la sensación de la sala, más allá de la pantalla y el sonido, es una experiencia, pero habrá que acostumbrarse”. Reconoce que el aumento en transporte sumó un escollo, que también desalienta el consumo cultural. “Imaginate: iba en bondi y subte; ahora lo pienso antes de pasar la Sube”.

Compra mayorista y cultura del acopio

Texto: Agostina Vecchioni recuerda el día exacto en el que se pasó al grupo de los que, para que las cuentas de la casa cerraran, abandonaron híper y supermercados para adentrarse en la compra mayorista y la cultura del acopio. Fue el 18 de enero de este año. Licenciada en Publicidad, ofrece una estrategia de consumo bien elaborada: “Guardo las boletas para ir viendo cómo van cambiando los precios. Si sos constante y estás atento a las ofertas, la diferencia en la compra mayorista es muchísima”.

Los fuertes y simultáneos aumentos en los servicios y la suba semanal –a veces, diaria– de precios en los productos de la canasta básica llevaron a muchos a crear estrategias para resistir, aun cuando requieran esfuerzo, detallismo y tiempo. “Era ir al supermercado chino, gastar 800 pesos en una compra y no llevar nada”, recuerda Agostina, cuya familia –su marido Nano y su bebé Manu– se orientó hacia la compra mensual a gran escala.
“Si nos organizamos, comemos todos”, pareciera ser el lema de su economía doméstica, ya que decidieron compartir el esfuerzo con sus padres, suegros, hermanos y cuñados. Cuando regresan del mayorista envían por WhatsApp al resto de la familia la lista de los productos comprados con precio por unidad. Después pasan por su casa, pagan al costo y se llevan lo que necesitan.

No es la única red que activa esta familia, en tiempos de eficacia en el consumo. El esfuerzo en la compra al por mayor (que requiere más tiempo y dinero al momento de pagar) habilita la ayuda a pequeños comerciantes que tampoco la están pasando bien. Como dice Agostina, “ese ahorro nos permite darnos algún gustito, como tomar un helado, y de paso dejarle esa plata a la heladería del barrio, para que no cierre”.