El despiadado bombardeo a Plaza de Mayo del 16 de junio de hace 65 años fue un prolegómeno sangriento o un calculado ensayo general del triunfante golpe de Estado de setiembre del mismo año. La cruel masacre de civiles indefensos producida por las 13 toneladas de bombas descargadas sobre los aledaños a la Casa Rosada parecieron tener diversos objetivos:
  • a) El amedrentamiento de las masas obreras y populares que constituían las bases movilizadas del gobierno popular liderado por Perón.
  • b) Poner a prueba la capacidad de resistencia, civil y militar, que las fuerzas del Gral. Perón podían poner en juego en defensa de su gobierno y de su proyecto.
  • c) Mostrar la capacidad de decisión, violenta e irreductible de un sector militar, que creaba con ello un polo aglutinante para concretar el golpe de estado.
  • d) Profundizar la grieta social que signaría la vida política argentina durante décadas y que, salvo breves períodos, le permitirían a la derecha argentina impedir la construcción de una nación moderna y autónoma.

Terminar con la experiencia peronista se había ido convirtiendo en un objetivo común para las clases dominantes argentinas. A la oligarquía agro ganadera, forjada su fortuna atando su destino a Gran Bretaña, le permitía mantener la ilusión de que su poder aún tenía vigencia. Para la burguesía industrialista, que había tenido un fortísimo empujón en el camino de su desarrollo bajo el peronismo, sus sueños consistían en bajarle el copete al movimiento obrero y a sus demandas salariales y de condiciones de trabajo, al tiempo que miraban con admiración y regocijo el saldo triunfante de los EEUU a la salida de la segunda Guerra Mundial.

Entre junio y setiembre ambas vertientes, y sus correlatos militares se unirían bendecidas por la Iglesia católica liderada por su ala conservadora, abriendo camino a las condiciones necesarias para el triunfo del Golpe. Luego de Junio y conjurado ese primer intento el humanismo de Perón, carente del contrapeso del “fanatismo” de Evita, muerta el año anterior, le juega una mala pasada. No tomó las represalias necesarias contra los culpables de la sedición.

El intento de frenar los acontecimientos con políticas de apertura y conciliación, resultaron tardías. Y en setiembre el golpe liderado por el general Lonardi y el almirante Rojas se concretó. Poco después el general Aramburu desplazó a Lonardi, con lo que la política de odio antiperonista que tuvo el verdadero bautismo de fuego con los bombardeos a Plaza de Mayo del 16 de junio se profundizó y con ella la represión hasta prohibir el nombre de Perón y Eva Perón.

Ese odio recorre los vaivenes y luchas de nuestra vida política y llega hasta hoy. Es el de los privilegiados contra los desposeídos, el de los socios de la dependencia, en sus distintas etapas y expresiones contra el pueblo y los intereses de la Nación. En sus peores momentos alimentó el genocidio, las dictaduras y las violaciones a los derechos humanos. Bajo gobiernos elegidos democráticamente recurre a alimentar la grieta acudiendo a la mentira y la desinformación y no vacila en devaluar las instituciones democráticas para mantener su preeminencia.

Estudiar esa dolorosa experiencia que fueron los bombardeos en Plaza de Mayo y el hilo de la historia que desemboca en el hoy, es un imperativo histórico en la lucha por la verdad y la Justicia.